El Sol ha comenzado a actuar como le correspondía en este ciclo de máxima actividad que comenzó en 2008, pero que sin embargo, ha sido bastante inusual por lo tranquilo de la situación; ha habido amagos puntuales de cierto despertar entre 2012 y 2013, pero la cosa no ha ido a más.
Finalmente, en las últimas semanas se han detectado media docena de llamaradas de clase X, las más potentes. La última, este mismo 10 de noviembre.
Las llamaradas solares son la manifestación de un desprendimiento de energía electromagnética acumulada en ciertas regiones de la superficie solar, zonas de mayor intensidad magnética que son detectadas desde la Tierra en forma de manchas oscuras, una ilusión óptica que es el resultado de una menor temperatura en comparación con el resto de nuestra estrella.
La energía desatada durante una erupción solar es equivalente a millones de bombas H y su efecto es “calentar” el plasma que baña todo nuestro sistema de planetas y más allá, merced a las corrientes del viento solar. Cuando la llamarada es lo suficientemente potente, se desprende de la corona y provoca lo que se conoce como eyección de masa coronaria (ECM); entonces, se desprende al espacio una enorme cantidad de materia y radiación electromagnética: los iones del plasma se aceleran e intensifican las emisiones de radiación en todas sus longitudes de onda, desde las largas ondas de radio hasta las ultrarrápidas frecuencias de los rayos gamma.
Si la mancha solar estar orientada hacia la Tierra y la ECM refuerza el viento solar en dirección a nuestro planeta, el resultado es una tormenta magnética. Las partículas de alta energía suelen ser repelidas por el campo magnético terrestre, o desviadas hacia los polos, resultando un sobrecogedor espectáculo de auroras en los cielos árticos y antárticos. Sin embargo, si la ECM tiene la fuerza suficiente, es decir, si es de nivel X, su choque contra la magnetosfera ocasiona serias perturbaciones en el campo magnético que nos protege; esta perturbación en sí es lo que se conoce como “tormenta solar”, o magnética.
La intensidad de la sacudida puede provocar simples incomodidades, como breves apagones de radio en ciertas zonas del planeta, o destrozar la red eléctrica de las regiones afectadas; ello es debido a que las corrientes generadas en la atmósfera interaccionan con las líneas de suministro eléctrico y las sobrecargan, algo demasiado grave en un mundo donde estas líneas ya están sobrecargadas por sí mismas debido a la elevada demanda de la sociedad contemporánea.
Una muestra de esto último la encontramos en el apagón de Quebec de 1989. Como consecuencia de la tormenta ocurrida el 13 de marzo de aquel año, seis millones de personas quedaron privadas de energía durante nueve horas debido al fallo de un transformador de la principal planta hidroeléctrica del país. Nueve horas de absoluto descontrol, sin luces de tráfico, ascensores, dispositivos de refrigeración, mantenimiento, etc.
Las tormentas solares extremas han sido una constante periódica en el clima terrestre, pero sus repercusiones en la vida de los humanos han ido agravándose en la misma proporción en que ha ido aumentando la dependencia de nuestra civilización con respecto a la energía eléctrica. Es así que desde los inicios de la Revolución Industrial se tiene constancia directa de este tipo de sucesos.
Más allá de los efectos sobre la tecnología, y salvo por los hermosos espectáculos que ofrecen las auroras polares, las tormentas solares suelen pasar completamente inadvertidas al ser humano. Sin embargo, numerosos estudios realizados en las últimas décadas han confirmado los enormes efectos que estos eventos producen en nuestra forma de sentir y comportarnos debido a la inestabilidad que causan en el campo magnético terrestre.
Esto se traduce en comportamientos anómalos, desde trastornos de sueño hasta, por ejemplo, pérdidas millonarias en bolsa por una mala decisión tomada en condiciones de malestar y negatividad, como concluía un estudio llevado a cabo en 2003 y financiado por el Banco de la Reserva Federal de Atlanta. Según el informe, las personas más sensibles al exceso de carga en la atmósfera se ven arrastradas por un estado de ánimo bajo y mal humor que, en el caso de los brokers, se traduce en una venta errónea de acciones al atribuir sus impulsos a las malas perspectivas económicas en lugar de a las condiciones ambientales.
Está claro que, por muy autosuficientes y protegidos que nos creamos, el universo se encarga, de cuando en cuando, de recordarnos cuál es nuestro tamaño en la escala cósmica, y cuán escasa es la importancia de los asuntos que, día tras día, nos quitan el sueño.
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