Excusas machistas

Como mujer rechazo y me duele una cantidad de cosas que nos pasan: la violencia física y psicológica; la discriminación social y laboral; la inequidad en salarios y en oportunidades profesionales; el acoso sexual en cualquier escenario; las restricciones para expresarse libremente en otras partes del mundo; el derecho negado a estudiar y a informarse; la subestimación a nuestras capacidades profesionales y el manto de duda que cae sobre nuestra inteligencia emocional. De todo esto, quizás lo que más me atormenta es la culpa que constantemente nos quieren hacer sentir; culpa que no viene de ninguna religión como normalmente asumimos que es, sino de nuestros pares: los hombres.

Las mujeres cargamos con un sentimiento de culpa desde pequeñas y a medida que vamos creciendo ese peso se hace más grande. No tengo que ser una experta en temas de género para notar el peso que cada mujer carga, pues entre nosotras cuando hay confianza -de la buena- podemos conversarlo detalladamente por horas, así que basta ser, además de mujer, buena amiga y observadora.

Por supuesto, no considero que esta carga que traemos desde pequeñas sea única y exclusivamente impuesta por los hombres, esto sería ridículo asegurarlo; es la sociedad en general quien nos la impone dictaminando qué debemos y no debemos hacer, qué debemos decir y callar, qué deberíamos decidir y evitar, etc. Lo que sí creo firmemente, es que cuando una mujer alcanza  un cierto nivel de conciencia y decide aligerar su carga y liberarse de convenciones sociales, se encuentra ante una población masculina que la juzga y la rechaza por haber elegido ese camino de rebeldía, y su manera de contener todo ese ímpetu femenino es incubándonos, al mejor estilo de Inception, la idea y el sentimiento de culpa.

Esta semana todos los titulares de la prensa colombiana han tenido el nombre del defensor del pueblo Jorge Armando Otálora por un supuesto acoso sexual a una exfuncionaria de la Defensoría, y digo “supuesto” porque la historia ha dado tantos giros gracias a diferentes y contradictorias versiones, que no veo muy clara esa línea entre verdad y mentira.

A pesar de esta línea confusa e independientemente que el acoso sexual de parte del Defensor se confirme o no, no deja de sorprenderme, indignarme y frustrarme la cantidad de reacciones de hombres que han apoyado la actitud del Defensor hacia quien asegura ser víctima de maltrato laboral y acoso sexual.

Cada quien es libre de pensar y “ponerse” del lado que quiera, pero lo preocupante es lo que soporta esa posición que, como yo lo veo, intentan adjudicarle una responsabilidad del 90% a la víctima.

Quiero citar cortas frases contundentes que son muy comunes entre nosotros y que pueden darle una guía al lector: “la violaron porque era provocativa”; “la manosearon en el bus por su forma de vestir”; “la subestimaron intelectualmente porque era muy bonita”; “le mintieron porque tal vez no podía comprender la verdad”; “le fue infiel porque no le daba lo que él necesitaba/quería”, “le pegaron porque desobedeció”; entre muchas otras frases que, repito, son frecuentes.

Todo esto son excusas que evidencian el machismo tan tremendo de cada hombre al asegurar que las cosas pasan porque la mujer se las “merece”. Yo, evidentemente, estoy en total desacuerdo con esto porque no creo que ningún ser humano “merezca” ser violado, golpeado, ultrajado, manipulado o engañado. El merecimiento es un tema, además, que dista mucho de recibir maltrato.

Pero lo que me hace despreciar tanto esta posición es que todas son excusas que esconden inseguridades masculinas y una increíble falta de conciencia y responsabilidad. Las actuaciones de alguien, especialmente las actuaciones violentas, no pueden jamás justificarse en la actitud del otro, y no puede ser que ante estos argumentos tan débiles que aprueban dichas conductas, las mujeres no alcemos nuestra voz para señalar lo equivocados que están.

¿No hablamos por miedo? ¿Por inseguridad? ¿Por debilidad?

Pueden ser todas las anteriores.

Como miles de mujeres en el mundo a mí también me han maltratado de diferentes maneras, especialmente verbal y psicológicamente, y también me he sentido débil e insegura. Debo decir que de este maltrato he sido consciente recientemente pues hasta ahora siento que he desarrollado la habilidad de  identificar en un discurso las ofensas que han sido aprobadas -incluso por nosotras mismas- durante años para terminar presentadas como opiniones “normales” para muchos. Ese ha sido mi mayor logro como mujer: volverme una experta en cuidarme a mí misma de otros que con su lenguaje intentan lastimarme, hacerme a un lado o convencerme de algo que no considero cierto, y en verdad siento que ha sido un trabajo difícil llegar hasta aquí, y pienso escribiendo esto lo mucho que significa para mí, pero también me imagino en lo pequeño que deben verlo los ojos de otras mujeres que han alcanzado logros mucho más significativos luego de haber sido abusadas sexualmente, golpeadas por sus parejas, engañadas durante años, entre otra infinidad de cosas que suceden.

Hoy  más que nunca creo que las excusas machistas ocupan un territorio, junto con el miedo, muy amplio en nuestra vida, y creo que nuestro mayor reto como mujeres es restarle espacio en nuestro entorno aprendiendo a identificar palabras, actos y situaciones de abuso y rechazar todo tajantemente. Sin duda, eso nos hará mujeres más fuertes y libres porque dejaremos de creer que todo lo que nos sucede nos lo “merecemos” y una sociedad donde la mujer acepta con sumisión los maltratos, es claro que no puede considerarse una sociedad moderna.

 

 

María Montoya Rendón

Lectora

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