‘El Putas’ que se le escapó a Romaña

En 1999 en la selva colombiana existió un hombre al que llamaban El Putas. Un secuestrado por las Farc que despertó una profunda admiración entre sus compañeros de secuestro, ganó la confianza de sus captores, demostró inteligencia e ingenio para sobrevivir en la selva, y ha sido el único hombre que se le escapó a Romaña. Esta es la historia del secuestro de Miguel Velásquez alias ‘El Putas’.

Por: Daniela Velásquez Restrepo

En 1999 en la selva colombiana existió un hombre al que llamaban El Putas. Un secuestrado por las Farc que despertó una profunda admiración entre sus compañeros de secuestro, ganó la confianza de sus captores, demostró inteligencia e ingenio para sobrevivir en la selva, y ha sido el único hombre que se le escapó a Romaña. Esta es la historia del secuestro de Miguel Velásquez alias ‘El Putas’.  

Junio 3 del año 2000. Helicópteros del Ejército Nacional sobrevuelan uno de los campamentos del frente 53 de las Farc, en lo que se cree, es un intento de rescate al famoso periodista Guillermo ‘La Chiva’ Cortés. Secuestrados y guerrilleros debieron pasar ríos, quebradas, subir lomas y arrastrarse por lajas, para no ser vistos por el Ejército. ‘El Putas’, un ingeniero llamado Miguel que había sido secuestrado hacía varios meses,  ayudaba a caminar a quienes ya no podían más, porque en la selva quedarse atrás significaba la muerte. ‘El Putas’ hacía los cambuches  de los campamentos y decían era el jefe de los secuestrados. Un conocedor  del monte, de gran calidad humana y un liderazgo voraz.

miguel angel velasquez

Las caminatas en la selva se hacían extensas. Luego de 12 días de campamento en campamento, en las más duras condiciones climáticas, las fuerzas se agotaban. Los guerrilleros y algunos secuestrados adelantaron el paso, mientras ‘El Putas’, y un guerrillero llamado ‘Tito’ se quedaban atrás para ayudar a  ‘La Chiva’ Cortés, quien no podía seguir caminando por tanto caer y tener la piel en carne viva. Tito no soportó más, se adelantó al campamento y dejó a ‘La Chiva’ en compañía de ‘El Putas’.

“-Guillermo está caminando muy despacio-, dice Miguel mientras mira como desaparece el guerrillero trocha arriba, -hay que ponerle más ánimo a la vaina o sino vamos a llegar de noche. Como yo tengo que organizar los cambuchos del campamento, o nadie lo hace, es mejor que me adelante y tú te quedas acá sentado hasta que vuelva el fulano que nos cuida-“, fragmento del libro Los días que se arrastran de Carlos Castillo Cardona, que cuenta los 205 días de secuestro de Guillermo ‘La Chiva’ Cortés y donde el personaje de ‘El Putas’ aparece por primera vez en un registro escrito de su vida en el monte.

El 18 de junio del año 2000, a las 4:30 de la tarde, luego de 10 meses y 10 días de secuestro, ‘El Putas’, con un termo de café, y una muda de ropa, emprende la huida. Se aleja despacio hasta que llega el momento de correr, sale a toda velocidad, con el miedo constante de que un mal cálculo puede hacer que lo encuentren y lo maten. Ve una casa campesina y le ruega a una joven que le de dos horas antes de darle aviso a la guerrilla. Sigue corriendo toda la noche con unas botas de caucho que le provocaban graves heridas en sus pies. Pasa el  río quedando completamente mojado, teniendo que cambiarse de ropa y secarse con  los dibujos que llevaba a su familia.

Su amplio conocimiento de la selva y técnicas de supervivencia permitieron que no perdiera su rumbo, a pesar de saber que la guerrilla estaba tras de él.

‘El Putas’ antes de ser ‘El Putas’

A sus 15 años Miguel  trotaba 8 kilómetros diarios por la calle 40 de Manrique  hasta el barrio Santa Domingo. Desafiando las empinadas pendientes que le proporcionaron una disciplina y un físico de deportista que 25 años después salvaría su vida.

Miguel Ángel Velásquez Castrillón creció rodeado de siete hermanos en una casa grande de pasillos alargados en el barrio Manrique de Medellín. De su padre, zapatero, heredó la inteligencia y de su madre la tez morena y el carácter que lo llevó a ser un hombre  de pocas palabras de constante ceño fruncido y una necesidad por independencia desde corta edad.

Estudió Ingeniería de Minas en la Universidad Nacional y a los 27 años se casó con Patricia, una muchacha de su cuadra de 18 años. Nunca le temió a la muerte, aunque estuvo muy cerca en varias ocasiones. Las minas de Tarazá y Chocó en  1991, fueron un entrenamiento para el inesperado futuro que este ingeniero estaba por vivir. En la mina ‘Los colonos’ de Tarazá fueron asesinados con tiros de gracia los ingenieros que allí trabajaban, Miguel se salvó porque para ese momento se encontraba en otra mina. No hubo tiempo de llorar a sus compañeros o buscar culpables, en plena época de violencia colombiana nadie hacía preguntas. Las minas del Chocó fueron el siguiente reto.

El secuestro

En 1992 Miguel comienza  a trabajar en la empresa Ingeniesa especializada en agregados, que para ese momento estaba unida con Cementos Boyacá, como Director de operación.

Para enero de 1999 Miguel recibía constantes llamadas del grupo guerrillero que manejaba la zona, el frente 53 de las Farc. En las llamadas se le pedía dinero a la empresa, y se amenazaba con tomar acciones, si no se les daban lo que pedían. La empresa hizo las denuncias respectivas, y el Gaula de la Policía  grabó varias de las llamadas intimidantes que le hicieron a Miguel. Sin embargo, la negativa de la empresa a acceder a las peticiones de las Farc, y la condición de Director de Miguel, provocaron que para agosto de ese mismo año, se diera inicio a esta historia, cuando las Farc secuestran a  Miguel.

El 7 de agosto de 1999. Miguel de 39 años se encontraba en la Mina de Une, Boyacá. Recibe una llamada a su celular de un hombre que se hacía llamar Arbey, diciéndole: “ingeniero lo necesitamos para una reunión y lo tenemos rodeado. Afuera hay unas motos vigilando. Necesitamos que salga en su carro. Sabemos que usted está con dos ingenieras, si no quiere que les pase nada a ellas mejor acompáñenos”.

Miguel supo de inmediato quienes eran, les dice que le den una hora para comer. Se va a almorzar a Cáqueza, un pueblo cercano. Mientras comía con las ingenieras (que no sabían lo que estaba ocurriendo) se daba cuenta que efectivamente lo siguen y lo rodean. Cuando terminan de almorzar, se devuelven a la oficina. Miguel llama a su esposa Patricia, pregunta por sus tres hijos, le pregunta a Patricia si él tenía seguro de vida. Cuelga el teléfono. Saca 70.000 pesos que tenía en su billetera, los mete en una media. Luego llama a una de las ingenieras y le dice que él tiene que salir porque lo necesitan para una reunión que si en tres horas no aparece diera aviso a la empresa. Se quitó el reloj y guardó sus documentos en el escritorio. Agarró las llaves del carro y salió. A partir de ahí Miguel nunca volvió a la oficina y la ingeniera dio aviso a la empresa en Bogotá.

Miguel había sido secuestrado por el frente 53 de las Farc a mando de ‘Romaña’.

Miguel manejó en compañía de los guerrilleros hasta un pueblo llamado San Juanito en el Meta, bastante humilde y no tenía más de una calle de largo. “Al comienzo nos dicen que en tres días tenemos información de la familia, y que todo va a hacer muy rápido, luego dicen que la empresa o familia no contesta y entonces hay que quedarse 3 meses y así”, cuenta el ingeniero sobre sus primeros días de secuestro.

A partir de allí comienzan la caminata a pie para introducirse “en el monte” como la llama Miguel, a 4.500 metros sobre el nivel del mar, en el Páramo de Sumapaz.

Al llegar al campamento les dan una dotación o un kit con lo esencial para sobrevivir.  “Comenzaron a hacerme preguntas sobre mi familia, mi profesión y demás, pero los secuestrados que estaban allá siempre advierten que es mejor no contar nada”, señaló Miguel.

Tal vez fueron los 12 años de matrimonio o la profunda conexión que hay entre dos personas que provocaron que dos días antes Patricia sintiera que Miguel estaba en peligro, sentía que él tenía hambre, y la preocupación aumentaba cuando Miguel no contestaba en la oficina ni en su casa en Bogotá. Un compañero de trabajo, Carlos Giraldo, es el encargado de dar las malas noticias.

Patricia viajó a Bogotá donde fue recibida por los jefes de Miguel en una reunión donde reiteraron su total apoyo. La empresa contactó a Patricia con País libre, una organización que ayuda a la negociación entre Farc y secuestrados. La empresa también tenía sus propios negociadores y  nombró un vocero que atendía las llamadas de la guerrilla y se hacía pasar por el gerente. Al comienzo saber con exactitud cómo estaba Miguel y toda la información posible era la intención.

La empresa se negó a dar dinero bajo el lema ‘para la guerra no hay plata’.  Las Farc respondían que si no les daban dinero podían recoger a Miguel en una bolsa negra en Cáqueza. Los negociadores intentaban a como diera lugar el diálogo, pero las Farc respondían: “dejamos plantados a Pastrana no vamos a dejar plantados a una empresa  chichipata”.

Meses de secuestro  

Un mes después del secuestro llegan las primeras noticias, el Ejército a través de comunicaciones interceptadas, captó una conversación del frente 53 donde hablaban de un ingeniero. La empresa y Patricia sabían con certeza quienes tenían a Miguel.

Cuando algún secuestrado iba a ser liberado, los demás  le ayudaban a esconder un papelito donde estaban los nombres, la dirección y el teléfono de sus familiares, y se comprometían a ir donde las respectivas familias a contarles de su estado. Las llamadas a Patricia eran constantes, cuando salía cada secuestrado hablaban de lo inteligente de Miguel, de lo mucho que los ayudó, resaltaban su tranquilidad para soportar los días en la selva,  su fortaleza mental y su liderazgo.

“Miguel me mandaba con ellos cartas, cucharas de madera, una vez hizo un pesebre en piedra. Los demás secuestrados siempre me decían que él era un apoyo muy grande, algunos lloraban cuando hablaban de él, por el profundo agradecimiento que le tenían. Me decían: ‘uno bien llevado del hijodeputa y Miguel tranquilo haciendo cucharas de madera’, cuenta Patricia recordando aquellos días que iba por todo el país buscando noticias de su esposo.

‘La Chiva’ Cortés, uno de los grandes amigos de cautiverio de Miguel, se dedicó desde que salió del flagelo del secuestro a contar que un día en la selva conoció un hombre que le cambió la vida:

“Desde el primer día aprecié a un muchacho que se llamaba Miguel. Ese muchacho por todas sus características, se hizo acreedor del apodo que le puse: El Putas. Un tipo de mucha personalidad. Él había llegado antes que yo y conocía todos los intrígulis del campamento. El Putas fue el que me recibió y me entregó mi primera dotación de ropa. Él era el jefe de los secuestrados en ese campamento, o por lo menos, todos le hacían caso. Tenía liderazgo y era un organizador, como buen ingeniero. A través de mi secuestro lo vi construir muchas cosas del campamento. El Putas era un gran creador, el único que tenía machete, pues se había ganado la confianza de los guerrilleros. Se comunicaba más fácilmente con ellos y llevaba mensajes, solicitudes u órdenes, de un lado a otro, según el caso. Ese Miguel era un crack. Se veía que estaba bien entrenado para subir monte. Estaba mucho más acostumbrado que los demás, y por lo tanto, era un atleta. Era un líder porque se  ganaba la confianza de todos predicando con el ejemplo. Era el primero en hacer las cosas y se preocupaba por los demás. A todos nos enseñó cómo hacer las caletas o cambuches donde teníamos que guarecernos, pero al mismo tiempo las embellecía. Construía caminitos o toda clase de elementos que nos pudieran hacer la vida menos pesada, más cómoda. Para mantenernos en buen estado físico, a los que podían hacerlo los ponía a trotar, a hacer gimnasia, todos los días en tiempos regulados. ¡Ese Miguel era un verraco!”.

Para sus compañeros Miguel era un hombre de inmensa personalidad, un líder que mantenía sobre los detenidos una influencia grande: era quien organizaba las actividades deportivas, y contagiaba a todos con su optimismo, a pesar las duras condiciones del secuestro.

“Estar secuestrado es como estar en la cárcel, uno tiene que ir consiguiendo cosas. Junto con los otros secuestrados nos robábamos cuchillos, comida, radios, de los guerrilleros. Los guerrilleros que nos cuidaban no sabían nada de las negociaciones, eso lo manejaba la persona de finanzas de las FARC, ellos sólo cuidaban y tenían que dar diariamente un reporte de 6 am a 12 pm sobre cada uno de los secuestrados”, dice el ingeniero.

Miguel se había ganado la confianza de los guerrilleros, él no les hablaba ni con miedo ni con rabia. Les enseñaba a leer y a construir cosas necesarias para el campamento. Él sabía cómo pensaban, sus estrategias, sus movimientos, los lugares por donde pasaban. “Yo podía correr afuera porque les ayuda a arreglar el televisor o una planta eléctrica que tenían, me dejaban caminar con ellos en los alrededores, por eso aprendí a caminar de noche, ellos me enseñaron”, cuenta Miguel  sobre sus días de secuestro.

Entre las muchas historias que vivió ‘El Putas’ en cautiverio, cuenta cómo sus compañeros en ocasiones perdían la razón. “La Chiva una vez se robó una granada y la iba a explotar, supuestamente para matar a los guerrilleros, pero él ni  sabía quitarle el seguro, lo que iba a hacer era explotarla y matarnos a todos, yo se la quité y lo regañé  mucho ese día. También en una ocasión debí quitarle una pistola a un señor llamado Pablo, ya mayor, que cuando lo trajeron nadie lo revisó. Él con el tiempo se empezó a desesperar y parecía que quería matar a un muchacho llamado Ramiro que lo molestaba mucho”, expresó Miguel.

Para ‘El Putas’ estar secuestrado requería análisis, calma, inteligencia, fortaleza mental y física. En las pruebas de supervivencia se mostraba fuerte y nunca parecía desesperarse a pesar del paso de los meses. El  respaldo moral que le daba a cada uno de sus compañeros fue fundamental para que los demás secuestrados soportaran sus días en  la selva. Les hacía entender que sobrevivir estaba en las manos de cada uno. Pedía a los guerrilleros que lo dejaran  ayudar a quienes se les dificultaba caminar, los cargaba para atravesar los ríos y peñascos de aquellas interminables travesías en el monte. Pensaba constantemente en los demás, lo que le dio la categoría de líder.

Luego de 10 meses de secuestro ‘El Putas’ andaba con machete, cuchillo pequeño, en ocasiones usaba camuflado, todos los días trotaba y hasta daba clases de premilitar. Era el jefe de los secuestrados y hombre de confianza para los guerrilleros. La gran huida estaba por venir.

La huida

Los mensajes que enviaba Patricia a Miguel sobre la negociación de las Farc y la empresa, no eran alentadores. No parecían llegar a un acuerdo, y la paciencia empezaba a agotarse. Miguel sabía lo difícil de una negociación con las Farc, porque conocía la posición de la empresa de no acceder a peticiones de grupos al margen de la ley, y también conocía los alcances de las Farc para aquellos que no negociaban. Quedarse años en la selva o morir parecían su futuro. Así que desde abril del año 2000 Miguel toma la decisión de escaparse. Sabe que debe esperar el momento preciso, y es por eso, que andaba siempre con dos morrales cargados con lo necesario para la gran huida.

En junio del año 2000 luego de 12 días de intensas caminatas por la presión del Ejército en el territorio. Miguel encontró la oportunidad para escaparse.

Con su entrenamiento para caminar en la oscuridad y el  físico de atleta que lo caracterizaba, corrió una noche entera sin parar un segundo, soportó el más implacable frio que intentaba calmar con su termo de café.  Luego de haberse secado con los dibujos de su cuaderno, no tenía más que su cuchillo de supervivencia y 50 mil pesos que le habían quedado de aquellos 70 mil que tenía cuando lo secuestraron. Los esfuerzos de Miguel rindieron frutos, en la madrugada del 19 de junio, luego de haber estado en lo más profundo de la selva colombiana, logra salir a la carretera que va de Restrepo a Villavicencio.

Una vez alcanzó la carretera le estira la mano a todos los camiones que veía y cuando visualizaba un carro pequeño o una moto se escondía, por el miedo latente que las Farc lo pudieran encontrar. A pesar de tener todavía  50 mil pesos ningún camión paraba. Miguel tenía una barba que le llegaba hasta el pecho, su cara y su cuerpo estaban llenos de barro y suciedad, sus pies sangraban por las graves ampollas que le provocaron las botas, sus dientes estaban despicados, tenía 10 kilos menos y una visión casi nula, lo cual impedía que algún camión parara. Así que debió seguir caminando por la carretera, teniendo presente, que para el momento, era el hombre más buscado por las Farc.

Siguió caminando hasta encontrar la caseta de un peaje, pero nadie lo quería ayudar. Sólo consiguió  que le prestaran un teléfono. Debió esperar afuera sin saber si en cualquier momento la guerrilla lo iba a encontrar.

Paralelamente, en su campamento, todo era incertidumbre. Tito salió tras Miguel pero no lo encontró. Se les dijo a los demás secuestrados que lo habían rescatado, aunque ‘La Chiva’ los sacó del error. Se dio la orden en el campamento que nadie podía mencionar  el nombre de Miguel. Los demás secuestrados se alegraban  con la hazaña de ‘El Putas’.  Tito fue fusilado y Romaña  se dirigió de inmediato al lugar.

El 19 de junio a las 4:00 am, Patricia recibe una llamada a su casa en Medellín: “Habla el Comandante de la Policía de Antioquia, y la llamo para corroborar unos datos ¿Quién es el señor Miguel Velásquez?”.  Patricia, pensó lo peor, nerviosa le contesta “es mi esposo y está secuestrado por las FARC”.  El Comandante le responde: “Señora le comunico que su esposo está en libertad, y se encuentra con la Policía de Villavicencio. Él está  bien, pero muy nervioso”.

A partir de allí fueron muchos las personas que intentaron hablar con ‘El Putas’. Miguel se negó rotundamente a poner en riesgo a sus compañeros y no dijo una sola palabra al Ejército, periodistas, Policía o familiares de los secuestrados.

Miguel hoy

Luego del secuestro Miguel trabajó 9 años en Venezuela para la empresa Holcim en un pequeño pueblo llamado Cumarebo en el Estado Falcón. La empresa Suiza  fue nacionalizada por el gobierno de Hugo Chávez. Salir de Venezuela fue un reto porque los nuevos dirigentes que dispuso el Gobierno se negaban a dejarlo ir. La empresa Holcim desde Suiza lo saca de Venezuela y lo envía  a Calabar, Nigeria. Fue elegido para trabajar allí debido a la muerte del anterior  ingeniero por una rara bacteria. Pero después de haber padecido alrededor de 50 paludismos y una lesmaniasis, ha demostrado ser un hombre resistente a las enfermedades.

 

Hoy luego de 15 años de aquel fatídico secuestro, Miguel sigue en Nigeria, pero ahora para la empresa francesa Lafarge. Debe cargar constantemente un maletín con elementos de supervivencia por el alto índice de secuestro que se presenta en esa ciudad. Sigue trotando 8 kilómetros a pesar de sus 55 años y rodillas desgastadas. Viaja a Colombia cada tres meses para visitar a su familia, y darse algún tipo de descanso.

En  plena negociación con las Farc Miguel no ve con optimismo el proceso de paz. Para Miguel hay una diferencia entre los guerrilleros que están en la selva y que en ocasiones no saben ni porque tienen un fúsil en la  mano, a los que se sientan a negociar en Cuba. No cree en el proceso de paz, porque no cree que las Farc sea un grupo que piense igual. Ha sido testigo de guerrilleros que no conocen un libro,  pero también de aquellos que han matado con la más fría crueldad.  Aunque nunca habló con resentimiento de la guerrilla, si mira con recelo las noticias que muestran a Romaña en la negociaciones de paz.

Para Miguel hablar de paz con las Farc implica saber que ellos tienen más experiencia en las negociaciones, que manejan un  constante tono irónico, que  no ven como malo lo que han hecho a lo largo de los años, y que nunca van a hacer lo que no les convenga.

El secuestro marcó la vida de Miguel. Nunca precisó datos de las muchas crónicas y reportajes que se escribieron al respecto. Sin embargo, las increíbles historias que contaron sus compañeros de secuestro sobre él dejaron una huella escrita de ‘El Putas’ que fue capaz de escapársele a Romaña. Dejó sus días en el monte en el pasado y nunca volvió a hablar del secuestro.

 

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