La semana pasada, un aguacero torrencial azotó de nuevo a Medellín, dejando tras de sí un rastro de destrucción y una imagen que se ha quedado grabada en mi mente: dos personas luchando contra la corriente, intentando liberar un vehículo atrapado por los restos de un colchón abandonado. Esa escena, grotesca y patética, es un símbolo de la repugnante indiferencia que asfixia a nuestra ciudad.
Las calles, convertidas en ríos de basura, arrastraban consigo la prueba irrefutable de nuestra falta de civismo. ¿Cómo es posible que un armazón de colchón termine enredado en un coche? ¿Qué clase de mentalidad permite que objetos desechados, escombros y desperdicios acaben en nuestras quebradas? La respuesta es simple: la falta de respeto, la comodidad de deshacerse de lo que estorba, la absoluta indiferencia por el entorno que compartimos.
No nos engañemos, la basura no entiende de estratos ni de niveles educativos. Es una cuestión de cultura, de valores, de sentido común. ¿Acaso no comprenden que cada deseo arrojado a una quebrada es una bomba de tiempo? ¿Que cada bolsa de basura abandonada en una esquina es un foco de infección? Pareciera que no, que la comodidad de deshacerse de lo que no sirve supera con creces la responsabilidad de cuidar nuestro hogar.
Y no me vengan con excusas. No es la falta de contenedores, ni la ineficiencia de los servicios de recolección. Es la pereza, la comodidad, el «que lo resuelva otro». Mientras tanto, las quebradas se convierten en cloacas, los ríos en basureros, y la naturaleza, paciente pero implacable, nos devuelve con creces nuestra inmundicia.
Las autoridades hacen su parte, limpiando, educando, construyendo infraestructuras. Pero es la población la que falla, la que prefiere ignorar sus deberes, la que convierte las quebradas en basureros y los retiros en vertederos. Años de campañas de sensibilización, de educación en las aulas, de anuncios en televisión, y seguimos igual o peor.
¿Qué clase de ciudad estamos construyendo? ¿Una en la que la basura flota por las calles, las inundaciones son moneda corriente y la indiferencia es la norma? Me niego a creer que este sea nuestro destino. Me niego a aceptar que la indolencia nos gana la partida. Vecinos despertemos, hay que sacudir la apatía y de exigir, con vehemencia, el respeto que nuestra ciudad merece.
Porque Medellín no se ahoga solo con agua, se ahoga con nuestra basura, con nuestra indiferencia, con nuestra repugnante falta de civismo. Y confieso que, a veces, siento una perversa satisfacción cuando las quebradas se desbordan y nos devuelven, con creces, toda la inmundicia que les hemos arrojado.
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