La idea de un superhombre del Paleolítico ha sido quizás una de las concepciones más brutales y más dañinas que ha usado el discurso patriarcal hasta el día de hoy para justificar y perpetuar la dominación hacia las mujeres y a todo lo existente en el planeta.
Lo menciono ya que aún se sigue reproduciendo la idea de que los roles de género tradicionales y un tipo de división sexual del trabajo provienen desde los tiempos del Paleolítico, a través de la representación de superhombres cazadores de grandes animales y protectores de la comunidad, como de mujeres reducidas a recolectoras, encargadas de la preparación de alimentos y cuidado de los hijos.
Un discurso proveniente de la arqueología tradicional del siglo XIX, el cual sigue imponiéndose en escuelas, universidades museos, medios de información y la sociedad en general, y que no ha hecho otra cosa que imposibilitar la construcción de sociedades más igualitarias y desmontar mandatos masculinos y femeninos, que permitan que tanto hombres y mujeres podamos vivir de manera mucho más libre, sin presiones, estigmas y discriminaciones. .
De ahí lo importante de visibilizar lo planteado por la arqueología de género y feminista desarrollada en las últimas décadas en distintos países, la cual ha rebatido científicamente aquella supuesta división sexual del trabajo del Paleolitico, que nos muestra hombres fuertes, valientes, guerreros, creadores de herramientas y arte por un lado, y mujeres dóciles, débiles y sin capacidad de agencia para construir .
En consecuencia, aunque lo niegue el discurso patriarcal, la forma de vivir en el Paleolítico era mucho más compleja y plural de lo que se ha creído, ya que los roles eran compartidos por hombres y mujeres, en donde la caza, la fabricación de herramientas, la preparación de alimentos y el cuidado de hijos estaban distribuidos y no concentrados en solo algunos por razones de género.
Asimismo, se vuelve primordial desmitificar la idea de que los hombres en el Paleolítico se las arreglaban solos, gracias a su mera fuerza e inteligencia, para sobrevivir en entornos muy hostiles, mientras las mujeres eran seres pasivos e inferiores, que dependían de las grandes proezas de estos supermachos para salir adelante.
Por el contrario, la arqueología de género y feminista a demostrado que para la supervivencia en el Paleolítico fue imprescindible la cooperación entre hombres y mujeres en las distintas tareas existentes, ya que de no ser así, los seres humanos nos hubiéramos extinguido como especie en el planeta.
Dicho lo anterior, desmontar el mito patriarcal del superhombre del Paleolítico y reconocer la complejidad y la diversidad de las comunidades humanas en el pasado, no solo es justicia histórica con las mujeres, al reconocerles su aporte en la evolución humana, sino también es una forma de pensar en la existencia de masculinidades diversas en el pasado.
De hecho, visibilizar esta mirada crítica desde una arqueología de género y feninista, nos permite señalar que el patriarcado nunca existió en el Paleolítico, sino recién sentó sus bases con la llegada de la civilización hace pocos miles de años atrás, lo que es bastante esperanzador, no solo para seguir exigiendo igualdad de género, sino también mayor cuidado del planeta.
Ante esto, podremos tener distintas amenazas planetarias, como lo son la guerra nuclear y la crisis climática actual, así como la existencia de líderes patriarcales que buscan reproducir a esos supuestos superhombres del Paleolítico, pero la historia de nuestra especie ha mostrado que en la mayor cantidad de tiempo pudimos vivir armónicamente con nuestro entorno, sintiéndonos parte de la Tierra.
En definitiva, a no desmoronarse con el escenario actual de violencia, solo hay que visibilizar la historia completa de la humanidad, reconectarnos con el cuidado de la vida del planeta y dejar bien atrás mitos que solo benefician a ciertos grupos específicos de poder, que nos quieren hacer creer que el mundo siempre fue igual y que no hay que hacer nada al respecto.
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