Hasta el martes pasado, Gustavo Petro defendió al ministro de Hacienda Ricardo Bonilla, incluso con charlatanerías como afirmar que era “víctima de una trampa”, absolución que no argumentó, en contraste con las pruebas aportadas en contra por Olmedo López, Sneyder Pinilla y María Alejandra Benavides. Porque los tres actuaron durante meses bajo las órdenes de Bonilla y han contribuido con pruebas suficientes para desnudarlo, llevando a la Fiscalía y a la Corte Suprema de Justicia a procesarlo, al igual que a los congresistas involucrados.
Igual conducta dolosa asumió Petro al inicio del escándalo en la UNGRD, cuando su muy cercano compadre político, Olmedo López, acusó al presidente del Senado de ser su cómplice. Porque Petro, tan cínico como ahora, defendió al sindicado afirmando que quien diga que “le dieron dinero para aprobar las reformas del gobierno, simplemente está mintiendo”. Absolución que jamás sustentó y que rechazó la Justicia que investiga el caso. Y frase autoritaria que presionó a la Fiscalía y a la Corte Suprema a asumir posiciones pusilánimes y corruptas, siguiendo las órdenes de Petro.
Con estas dos salidas en falso y la alcahuetería de sus lugartenientes, Petro pretendió imponer que a él hay que creerle no por las pruebas que aporte sino por fe, como ser superior que se cree que es.
Lo nuevo fue que el miércoles de esta semana Petro dio tremenda voltereta y, públicamente, le exigió a Bonilla que renunciara a su cargo, exigencia que ni siquiera le permitió al ministro una salida que pareciera digna, porque Petro la monopolizó en su provecho personal. Notificados sus seguidores: poco o nada pueden esperar de su caudillo.
¿Qué hizo que Petro dejara de absolver a Ricardo Bonilla y lo sometiera al escarnio público?
Que el miércoles temprano los medios informaron que Bonilla insistió en trasladarle a la Fiscalía documentos que le llegaron, acusando a Ricardo Roa y a Nicolás Alcocer de corrupción en la hidroeléctrica de Urrá. Y que Petro diera tremenda voltereta y, públicamente, le exigiera a Bonilla renunciar a su cargo, exigencia que le impidió al ministro salir con alguna dignidad del gobierno, porque Petro intentó monopolizarla en su beneficio.
Es evidente que el presidente Gustavo Petro escogió defender a Roa, jefe de los super contratos de Ecopetrol y, más importante aún, exgerente de su campaña presidencial, a la que el Consejo Electoral investiga por 5.300 millones de pesos de ingresos ilegales. “Que no resulte que Roa se me voltee”, pensará el Presidente.
Cómo se parece esta conducta de Petro con lo acordado con Laura Sarabia y Armando Benedetti, en el otro escándalo de estos días.
Porque ante la decisión de ellos tres –anunciada con foto y todo– de nombrar a Benedetti como alto consejero de Gustavo Petro, la vicepresidenta, cinco ministros y dos altos funcionarios del gobierno se rebelaron e impidieron un Consejo de Ministros. Pero a la postre nada cambió. Porque lo que pareció ser un acto de dignidad de ellos terminó con la cerviz inclinada ante Petro, a cambio de que Petro también sacrificara la dignidad de jefe de Estado y les mantuviera sus mermeladas. ¡Qué personajes!
Coletilla. En el movimiento estudiantil de 1971 se dejó claro que no era de izquierda quien fuera corrupto.
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