Existe una relación inversamente proporcional entre la institucionalidad y el éxito electoral del caudillo. Caudillo es aquel líder que encierra en su personalidad arrasadora, mediática y popular al establecimiento. Es un secuestro silencioso, mancillado y servido en bandeja de plata por las otras ramas del poder público; que ajenas a la función de frenos y balanzas, se suman, con tal de conservar las dádivas del poder, a esa fuerza invencible en las urnas. Cuando el caudillo gana, la institucionalidad pierde, porque ésta exige el respeto por unos límites que para aquel son ajenos, indiferentes, mínimos, risibles, despreciables, insuficientes. Su vanidad es superior a cualquier límite que la institucionalidad proponga. Puede ser que el límite más importante sea la imposibilidad de reelegirse. Pero el caudillo confirma su poder saltándose dicha restricción bajo el velo de una democracia insuficiente. Los caudillos minan la democracia desde adentro porque en la sociedad en la que gobiernan los medios de comunicación son su canal de difusión, cambian pautas publicitarias y chivas a cambio de engrandecer su imagen; engullen en un complejo arsenal judicial a la oposición y magnifican su política de gobierno en términos de todo o nada. En las sociedades de los caudillos el éxito electoral se perfecciona mucho antes de empezar la jornada electoral porque las grandes fuerzas sociales, jurídicas, económicas y políticas han inclinado la balanza en favor de una única candidatura afín a sus intereses. La jornada electoral es la rúbrica de un libreto tibio e insuficiente. Así pues, que esa frase “los pueblos tienen a los gobernantes que se merecen” no ocurre con precisión en América latina. Aquí, son los caudillos los que deciden cuando y donde gobernar. Son ellos los que se imponen sobre sus pueblos para ejercitar sus expresiones ilimitadas del poder. Y mientras ocurre que las minorías resisten desde el arte, la cárcel o el exilio, la inoperante diplomacia de la comunidad internacional guarda silencio porque no tiene voz, pero sí voto, y siempre lo hace en favor del caudillo.
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Del autor
John Fernando Restrepo Tamayo
Abogado y politólogo. Magíster en filosofía y Doctor en derecho.
Profesor de derecho constitucional en la Universidad del Valle.
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