“Grita el pueblo clamoroso
VIVA EL DIM EL PODEROSO
Azul y rojo hasta el fin
El pueblo está con el DIM”
(Himno del DIM)
Un golpeteo uniforme en el techo me anunció que llovía y al asomarme a la mañana esta no podía ser peor: la neblina avanzaba cubriendo todo el verdor de los alrededores, la enorme araucaria del horizonte casi había desaparecido tragada por esa espesa blancura que avanzaba inexorable, los pájaros silenciados asistían al funeral del amanecer y una congoja me abrazó cual serpiente hambrienta. Decidí tomarle una foto a tan macabro amanecer y enviárselo a algunos de mis amigos y amigas afirmado que ese no era un estado del tiempo sino del alma.
Han transcurrido dos días desde que perdimos la estrella número siete con el Junior y esta mañana es esa derrota en tiempo real. Ya sé qué pasarán las horas y el sol seguirá esquivo, quizá no vuelva a correr estas cortinas pesadas que cubren mi cuarto y tal vez no salga del mismo hoy: perdió el Medellín y eso es suficiente para vivir a contrapelo, ralentizar el pensamiento y acallar la acción.
Recordé aquella ocasión en la que llevé mi hijo a ver un partido del Medellín. Pequeño como estaba, le compré una camiseta y una gorra el Medallo y nos entramos a ver el partido. Yo estaba feliz porque tenía un heredero hincha del Poderoso, le tomé varias fotos y alcancé a enviar algunas a la cofradía de hinchas del Medellín: todo un club de la tercera edad, un combo de viejitos rojos que por el azar del destino no fueron verdes.
Solo unas semanas me duró la dicha. El bullying de sus compañeros y la notificación perentoria de su madre, bastaron para que mi pequeño se declarara hincha del Nacional. Ese día comprendí que mi hijo no había nacido para sufrir y que su vida muelle lo había traído a los brazos del Atlético Nacional.
Si me preguntaran la razón por la cual soy hincha del Medellín, no sabría explicarlo. En aquellos tiempos todos éramos niños y no distinguíamos entre vivir y el éxito como logro de vida. Saltábamos en la quebrada próxima, explorábamos las mangas aledañas y perseguíamos globos en la navidad. Ser hincha del Deportivo independiente Medellín creo que era algo normal, una opción sin cálculos, una manera de vivir, sin aspavientos ni sobresaltos. Sin sobrades. Luego la publicidad, los intereses comerciales y el lucro se comieron el fútbol y todos los deportes. La juventud y los hinchas se volvieron emprendedores en potencia, blancos, de mejor clase e iluminados por los triunfos de su equipo.
Se ha dicho, que perder es nuestra vocación, que tantas derrotas nos han hecho duros y resilientes. Pero lo cierto es que no haber ganado el partido pasado nos ha convertido en parias de nosotros mismos. Ese cuento de que perder imprime carácter nos lo hemos repetido tanto que ya resulta un chiste paisa. Yo esperaba ganar para saber como es hacerlo, me imaginaba gritando por las calles envuelto en una bandera roja y azul, medio beodo y enmaicenado hasta las cejas. Pero no pasó. Me sucedió cuando ganó Petrosky, pero esa mañana el sol salió temprano y el himno nacional sonó como nunca: propio y dulce como un mango maduro. ¿Qué tal que nos hubiera tocado sumar esa a esta gran derrota futbolera?
Este partido duró algo más que 90 minutos y se definió por penaltis. Nuestro gobierno durará cuatro años y ha empezado perdiendo, como empezó el poderoso, el equipo del pueblo, hace dos días. ¡Algún maledicente amigo me recomendó, entre burlas y dolorosas admoniciones, que cambiáramos de entrenador, que nombráramos a Petro en ese cargo!.
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