Hablo y hablo, pregunto, respondo, me respondo y a quien he demandado explicaciones con atención atiendo. He susurrado y he gritado. Algunas veces me odian y otras me quieren. Me odian y me quieren mis amigos y mis enemigos. ¿Amigos? ¿Enemigos? ¿Cuáles? No sé ni cuántas veces he dicho lo mismo: ¿Cuántas veces es que se van a robar Armenia? Ni una, ni dos, ni tres, ni cuatro.
¿De los últimos veinte años, cuántos alcaldes recuerda? ¿Cuántos es capaz de decir en orden? Que preguntas tan pendejas: ¡pues ninguno! En esta ciudad vivimos tan ocupados cuidándonos de los atracadores de la calle que se nos olvida que todos los días nos están atracando desde las oficinas de la ignominia, las del Estado. Y como en Colombia nadie más reclama y a quien reclama Colombia acalla, ¿para qué molestarse? No lo culpo, querido paisano. Pero nos van a seguir atracando desde esas oficinas oprobiosas; o espabilamos, como dicen los deshijados campesinos en las alejadas fincas de la montaña, o nos acaban. Y le voy a explicar por qué.
Armenia es como una finca. Usted es el dueño y el Estado es el administrador. Cuando el administrador es ladrón, no hay cantidad de plata que valga. La vaca se muere, se roban la leche, la gallina se enferma y desvalijan la casa. Así nos tienen a nosotros aquí: desvalijados. Hace años venimos eligiendo ladrones, cada uno peor que su antecesor. Y como esta es una ciudad pobre, pues la gente depende del administrador que engañado trepó con su voto, por plata o por un sancocho, como si mereciera. Engañado o sin engañar, mejor dicho. Es que en Armenia es muy difícil desarrollar un proyecto de vida independiente. Y entonces cómo vota uno si le quitan la comida. Se dio entonces este fenómeno: uno no vota porque depende y depende porque no vota. El lío es que si seguimos así nos acaban. Es que a este paso no aguantamos.
A ver: ¿cuántos alcaldes hemos tenido en esta ciudad durante los últimos veinte años? Cinco. ¿Y sabe usted cuántos de esos cinco han sido investigados o imputados por la justicia? Cinco.
Enriquecimiento ilícito, concierto para delinquir, lavado de activos, falsedad ideológica en documento público, contrato sin cumplimiento de los requisitos legales, interés indebido en la celebración de contratos. Una condenada a seis años, inhabilitada ocho, otra destituida e inhabilitada quince, dos muertos que no pueden hablar y una belleza prófuga condenada a diecisiete años de prisión. La ciudad está estancada, enterrada, quieta, inmóvil; suspendida en el tiempo, amordazada mientras sus dueños la ignoran y sus administradores la desangran. Ese es nuestro panorama: funcionarios investigados y presos, delitos imputados, una ciudad detenida y cien miles de millones que se convirtieron en nada. O en apartamentos y fincas. O en campañas. O en lo que sea que se la hayan gastado, yo qué voy a saber. Se esfuman. Miles y miles de millones se esfuman. Se esfuman los millones como se esfuma el amor de la persona que a ese rojo corazón un día desasió, y al enamorado enamorado dejó, no lentamente sino de súbito; como se muere uno de un balazo en el corazón. Así se esfuma el tiempo en manos de los criollos reyezuelos; como la nube gris que sale expelida en el aliento de un suicida, que se esparce y va ocupando el espacio, esta sí despaciosa, hasta que se vuelve invisible a los ojos. Como ese amor que no se ve pero que mata…
Lentamente y con particular desproporción, fenómeno que entre otras cosas ya habría señalado cierto expresidente colombiano hace algunas décadas, les han ido robando el esfuerzo a los armenios. El trabajo. El tiempo. Tiempo que han venido aportando en forma de billete blanco, verde o morado a esta pobre ciudad que a pesar de los atropellos tiene un color diferente: una alegría tonta. ¿Pero por qué tonta? Ah, no pregunte tanto.
¿Qué nos está pasando? Eso no importa. Que se acabe. Desde que no se metan conmigo, que hagan lo que quieran con la ciudad. A mí qué me importa qué haga esa gente y en qué se gaste la plata que se consiga, y cómo se la consiga.
Desde que no se metan conmigo… no entiendo. ¿Qué, si no el atraco a su tiempo, recurso que es escaso porque con el paso de los días no es más sino menos, es entonces meterse con usted? O somos muy cómodos o somos muy pendejos.
La separación entre las dos clases es agresiva y nadie, en realidad, se siente dueño de nada. La ciudad no tiene dueño. Nosotros estamos aquí y ellos allá, parrandeándose el tiempo de la gente. Y mientras se esfuma el trabajo abajo se trabaja. Ellos arriba y nosotros abajo. Tranquilos. Abajo en esta singular tranquilidad, caminando entre los cuchillos y arrullados por las balas; balas que disparan niños de dieciséis y de diecisiete. A nadie le importa la ciudad. Y si a nadie le importa la ciudad, pues a nadie le importa quién la maneja. Entonces hacen y deshacen con el tiempo. ¿Cuánto más?
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