Discípulo indómito de Edmund Husserl, Martin Heidegger marcó un antes y un después en la filosofía del siglo XX con su “giro existencial” de la fenomenología. De hecho, podemos reconocer en su opus magnum, Ser y Tiempo, el zenit de un filosofar que resonará a lo largo del dicho siglo. En 1927 vio la luz esta obra, una de las más relevantes del siglo, que se corresponde con la primera etapa del pensamiento de nuestro autor. La pregunta por el ser es el quebradero de cabeza sobre el que gravita todo el pensamiento heideggeriano.
La pregunta que interroga por el sentido del ser ha estado largo tiempo, de Aristóteles a Hegel, ausente en la historia de la filosofía. Ya es hora de recuperar, dice Heidegger, la pregunta filosófica primordial, abisalmente soterrada por prejuicios como el de la universalidad, la indefinibilidad o una suerte comprensibilidad implícita. Hay que reiterar la pregunta, pero ¿cómo abordarla? Pues bien, esta sólo podrá ser encauzada mediante un ente particular que “somos en cada caso nosotros mismos” y que se caracteriza, entre otros aspectos y fundamentalmente, por la “posibilidad” de preguntar por el sentido del ser. Estamos, pues, ante la necesidad de “apresar en conceptos” el sentido mismo de una búsqueda bajo la forma de pregunta que entraña un enigmático a priori en que se mueve una cierta comprensión de aquello que se pregunta (comprensión de “término medio”). De esto es precisamente de lo que se trata, de acceder al sentido del ser en tanto condición de posibilidad de lo ente a través del modo de ser de aquel ente que se caracteriza por la posibilidad de la pregunta: el Dasein o “ser ahí”. Un ente, este, que no es otra que aquel que en cada caso somos nosotros, aquel ente que “conceptualiza”, que “comprende”, que “dirige la vista”. De este modo es como se debe comenzar por abordar el sentido del ser, el punto de partida se topa en la mirada a través del ser de aquel ente peculiar que es el Dasein, en la analítica ontológica del ente preeminente tanto óntica como ontológicamente con respecto al resto de los entes entre los que se mueve. ¿Cómo acceder al ser de este ente tan singular? La respuesta del alemán será que “en sí mismo y por sí mismo”. Esto es, a través de la misma temporalidad que se presenta como nota esencial del Dasein, su siempre actuar en el tiempo, su existir. De tal modo es esto que la muerte es aquella “posibilidad de la imposibilidad de todo proyecto y de toda existencia” sobre la que el Dasein siempre es relativo. Cabe afirmar que todo esto se desarrollará, como aclara el mismo autor en la Introducción, bajo el paraguas de una determinada metodología heredada de Husserl, la fenomenológica. La ontología sólo puede ser posible como fenomenología en la medida en que haya un desprenderse de las envolturas interpretativas, bajo las que se encuentra el mismo Dasein, yendo “a las cosas mismas”.
Derrida, Foucault, Arendt, Sartre, Gadamer, Ricoeur… son sólo algunos de los nombres correspondientes a los filósofos embebidos del manantial que Heidegger lega. Las repercusiones de su obra, por tanto, no parecen seriamente discutibles. Toda una metodología de trabajo (y una forma de comprender la propia historia de la filosofía occidental) emana del alemán como se puede apreciar en la obra, por ejemplo, en España, de Martínez Marzoa. Si bien es cierto que podemos hablar de un segundo Heidegger tras esta obra, la preocupación en torno al ser en ningún caso se diluye. Esta seguirá siendo la pregunta filosófica par excellance, la base sobre la que se asienta, no necesariamente de forma explícita, el quehacer filosófico cualquiera que sea. Desoyendo aquella cortesía de claridad solicitada por Ortega, el estilo de Heidegger, pudiera decirse, es ciertamente obscuro. Esto no es algo que le pasara inadvertido al mismo, pero ¿quién puede achacárselo? Como en las aguas pelágicas, la profundidad filosófica suele, no siempre, exigir una presión y opacidad que dificultan el buceo. Mas, con todo, quizás esto no sea (con los dolores de cabeza respectivos) tan mal precio a pagar a cambio de una obra filosófica tan pura como la que aquí nos encontramos.
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