En las noches del invierno, con tortuosa pobreza y mezquina hambruna, con fuertes torrenciales, con lagunas menguantes, con frases incomprensibles, el colibrí sin flores y el río sin colores, así se siente la desesperanza, como sinónimo entre el hambre, la pobreza y el analfabetismo, Eso decía Nepomuceno entre tanto balbuceo menospreciaba que existiera solución, entre tanto que es confuso, el país del fruto, como hacía apología él a ese montón de problemas no era más que un verdadero lugar con personas, sociedad y nombre, uno que de muerto en muerto fue olvidando, y es que no es difícil olvidar cuando no se conoce, es difícil ser disidente cuando no se sabe cómo, con eso y el rencor, pero no se quedó ahí, avanzó y formuló “si estamos tan mal, ¿por qué no lo solucionamos nosotros?”, pero recordó e hizo hincapié en que ya lo intentaban, y como frase célebre “todo el que intenta, se muere, lo matan o se tuerce”, qué vaina, ¡qué cosa!, ¿y cómo solucionarlo?, cómo hago, porque esto sí es nefasto, con tanta gente y ninguno piensa, pero entonces, ¿enseño?, ¿aprendo?, ¿progreso?, con tanto declive, es hasta enfermizo, tanto privilegio, inservible, porque solo veo que los que tienen las herramientas no sabemos utilizarlas, esto es como el que tiene panadería y no sabe cómo hacer pan.
Pero me quedo con esto, es difícil atacar tantos frentes si el mayor problema es el hambre, con hambre no se tiene principios, porque moral, hasta el más falto, y eso no soluciona, esa no ayuda, antes retrocede y se ensaña, hombre, mujer, niño, niña, y cualquier ser humano existente, el problema no es principios, el problema es de cosas, todos esperan cambios en lo que toca, no en lo que oye.
Así que solo queda esperar, sobre cuando se darán cuenta, de la fantasía de terror en que vivimos.
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