La argumentación en la ciencia (IV): Locke y la expresión científica

Entre los objetivos de David Locke en su trabajo, La ciencia como escritura, podemos discernir claramente dos. Primeramente, el texto procura mostrar que, lejos de lo que es común asumir por la propia comunidad científica en particular, y en el imaginario colectivo en general, el discurso científico contiene una retórica propia a través de la cual persuadir a los lectores de una determinada tesis. La otra gran idea que, a nuestro parecer, pretende transmitir Locke reside en la diferencia entre la retórica empleada, acorde con la terminología kuhniana, durante los periodos de ciencia normal y aquella otra utilizada durante las etapas revolucionarias. Como veremos, esta será una distinción especialmente fructífera a la hora de explicar el éxito o fracaso de algunos trabajos científicos, como el de Mendel o el de Einstein. Para conseguir esto, el texto de Locke se encuentra él mismo sujeto a una “retórica” basada en ejemplos concretos.

El primer ejemplo del que se sirve Locke consiste en El origen de las especies de Darwin. Concretamente, de lo que se trata es el mostrar inicialmente cómo frente a aquella visión predominante de la ciencia, el texto científico se sirve de retórica. Esto, se dice, contrasta fuertemente con la imagen claramente definida (Locke utiliza jocosamente la metáfora de la “camisa de fuerza”) de cómo debe ser un texto científico. A saber, debe de contener una “prosa sin agente” o debe haber una notable cantidad de verbos en voz pasiva. Este es un modo de escribir claramente aprendido por el científico, quien deberá actuar de tal forma para que sus trabajos puedan ser considerados por la comunidad científica al pasar el “filtro” que suponen ser los correctores de las revistas académicas. Así, una de las primeras ideas que destaca con fuerza Locke es que esto mismo ya supone ser, por sí mismo, una forma de retórica. La cual tiene la evidente intención de fomentar la imagen del discurso científico como neutro e impersonal. Como se señala al final del texto, lejos de interpretarse esto como una crítica a esta forma de escritura per se, lo que pretende señalar el autor semeja ser, más bien, la existencia misma de esta retórica qua retórica. Ahora bien, sucede incluso que, aun cuando exista una retórica oficialmente estipulada del discurso científico, los propios científicos tienen ellos mismos una retórica particular que se puede entrever en sus textos. Aunque esta se disuelva en muy alta medida en la retórica oficial.

Además de su existencia, el papel que la retórica juega en la recepción de un artículo científico en sobremanera importante como se ilustra con dos ejemplos. El primero corresponde al conocido artículo en el que Wallace anticipa la teoría de la evolución darwiniana. A pesar de que el artículo vio la luz de la mano del propio Darwin, lejos de hablar de la teoría de Darwin/Wallace, la teoría de la evolución será conocida como darwinismo. Algo semejante sucedió con el caso de Mendel, hoy conocido como el padre de la genética clásica, quien será ignorado durante 30 años. Más allá de las diversas explicaciones que se han dado acerca de este hecho, la más plausible consiste, al menos para Locke, en que la retórica adoptada por Mendel no fue acorde a la magnitud de su descubrimiento. Mendel escribió sus artículos siguiendo la retórica ordinaria, o estándar, previamente determinada por la comunidad científica de su momento, cuando debería haber seguido una actitud más “revolucionaria”. Por ejemplo, Darwin si sería consciente del carácter rupturista de su aportación, y así lo plasmó en sus escritos. Siguiendo nuestras opiniones acerca del comentario de Holton, creemos que resulta oportuno establecer en este punto una distinción entre la capacidad persuasiva del texto científico y la veracidad de sus contenidos. En este sentido nos resulta de difícil comprensión la afirmación que hace Locke cuando afirma que un conocimiento científico sólo será tal cuando sea conocido y aceptado por la comunidad científica. Y es que, según esto, no podríamos considerar que los artículos de Mendel contuvieran de algún modo conocimiento científico durante el largo período de tiempo en el que fueron ignorados. Esto nos resulta inaceptable en la medida en que, dado su carácter de conocimiento basado en la experiencia, por ende conocimiento público, cualquiera habría podido constatar en cualquier momento las afirmaciones de Mendel. Del hecho contingente de que esto no se hiciera, por los motivos que fuesen, hasta treinta años después de su publicación, no se puede colegir la inexistencia de tal posibilidad.


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Enmarcado paradigmáticamente en una época de revolución científica, el Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo constituye un claro ejemplo de obra científica con una retórica repleta de recursos estilísticos, como las metáforas o analogías, o de experimentos mentales. A raíz de esto, parece altamente probable que el mismo Galileo fue consciente de la importancia que la interpretación del texto por parte del lector tenía para la propia aceptación científica del texto. Asimismo, en opinión de Locke, esto es un claro contraejemplo contra la afirmación de que todo texto científico, en tanto tal, está exento de elementos retóricos o persuasivos. Siguiendo lo dicho en el anterior párrafo, podemos estar de acuerdo en que el de Galileo se puede emplear como ejemplo de discurso científico cargado de retórica, así como de que el éxito persuasivo de esta es fundamental para su aceptación por parte de la comunidad científica. Con todo, el éxito que esta persuasión pueda tener sobre los lectores sólo parece indicar en alta medida la capacidad pedagógica del autor, y no tanto su capacidad para estudiar un determinado fenómeno natural. Lo dicho está en dependencia, por supuesto, de qué entendamos por conocimiento científico, específicamente si lo restringimos a la aceptación por parte de la comunidad científica, o si por la contra consideramos una acepción más amplia que reconozca como tal a posibles aportaciones no aceptadas, o todavía no aceptadas, por la comunidad.

El ejemplo de retórica científica que servirá de culmen del texto es el de la teoría einsteniana. Concretamente será este un caso de retórica revolucionaria al no amoldarse a la “camisa de fuerza” impuesta en su momento: no infló sus artículos iniciales con una cantidad de citas innecesarias ni tampoco se percibe en sus textos una obsesión por la supresión de su “propia identidad como pensador independiente”. Decimos que Locke se sirve de este ejemplo como culmen en la medida en que muestra un claro uso de elementos retóricos, no ortodoxos con la tipología del discurso científico establecido, en uno de los científicos más conocidos. La estructura de los papers de Einstein dan cuenta de este uso persuasivo de la estructura textual: primero se comienza con la exposición de un conflicto irresoluble desde el marco paradigmático para, ulteriormente, proponer una nueva teoría que permite dar solución al dicho problema. Lo que termina instituyendo una nueva visión paradigmática del Universo. El uso retórico del lenguaje por parte de Einstein resulta significativo hasta el punto que el alemán se sirve en multitud de ocasiones de experimentos mentales a semejanza de Galileo. Uno de los últimos puntos reseñados de la retórica einsteniana nos remite al estilo que pretende ser en numerosas ocasiones manifiestamente pedagógico. Como dice Locke, como si el propio Einstein estuviera dirigiéndose a niños con los que es importante tener paciencia para que comprendan. Lo llamativo, en definitiva, de la retórica de Einstein reside en el mayor papel otorgado a la figura del escritor en detrimento del estándar científico determinado.

Basándose en los estudios que hace Holton de la producción del físico alemán, Locke traerá a colación incluso las influencias de estilo que este siguió en sus escritos. Estas recaen fundamentalmente en las figuras del filósofo y físico Ernst Mach y del físico August Föppl. La simetría en este último caso resulta clara si se tiene en cuenta la tendencia tanto en Einstein como en Föppl a presentar sus artículos con una problemática aparentemente insoluble desde las propuestas científicas vigentes, así como con el uso de experimentos mentales con un fin principalmente explicativo. Puesto que Einstein escribió un prólogo de su principal obra, de lo que se puede inferir que la conocía de buena mano, también se presenta la posibilidad de la influencia de Galileo sobre él.

Finalmente, Locke se ocupa de clarificar cuál es la pretensión de su trabajo, así como la propuesta en positivo. En primer lugar, la ciencia nada perdería aceptando la dimensión retórica y su importancia en la empresa científica. En la medida en que esta simplemente supondría un cambio de visión de lo mismo, no se puede creer que podría repercutir en absoluto en el avance científico. Por la contra, el estudio de la retórica propia de los distintos momentos en los que se hace ciencia (es decir, la ciencia normal frente a la revolucionaria) posibilitaría una mayor comprensión de los métodos de persuasión científica más efectivos. Lo cual puede ser de gran ayuda para los investigadores científicos que, en alguna medida, siempre buscan ampliar el conocimiento científico disponible, por muy humilde que pueda llegar a ser ese aporte. De lo que se trataría, en suma, es que la comunidad científica comience a aceptar mayoritariamente que todo artículo se escribe con el objetivo de convencer a unos lectores, que determinarán si este tiene valor o no. Estamos situados, ni más ni menos, que en lo que Holton denomina la “retórica de apropiación o rechazo”.

La utilidad de la propuesta en positivo que hace Locke podría resumirse, dicho en plata, de la siguiente manera: la asunción y estudio de la retórica científica permitiría a los investigadores, especialmente los jóvenes, evitar una marginación de sus trabajos al modo mendeliano. En la medida en que esto sea así, deberá entenderse que esta utilidad parece restringirse exclusivamente al uso que los propios científicos hagan de él para el desenvolvimiento de su trabajo. Así como para una correcta, podríamos decir, comprensión en un sentido epistemológico y ontológico de su empresa. La existencia de un uso persuasivo del lenguaje en el discurso científico en ningún momento, desde nuestro punto de vista, compromete la objetividad y neutralidad de la ciencia, en tanto saber público susceptible de ser falsado. En todo caso, esta pone en entredicho la supuesta objetividad y neutralidad del lenguaje con el que se expresan los sujetos, pero no aquello que designan. Lo cual parece estar en la línea con Locke, quien dirá: “Esto no es pedir a la ciencia que abandone su objetividad, su difícilmente ganada diferencia con respecto a la magia y la superstición; es sólo afirmar que la ciencia no puede la objetividad mediante la simple apariencia de objetividad”.


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Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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