El principal objetivo del presente capítulo de la obra del filósofo italiano Marcello Pera, The Discourses of Science, titulado “The Rethoric of Science”, es mostrar mediante un conjunto de ejemplos la falsedad de la pretensión de algunos científicos, como Galileo, de separar el uso retórico del lenguaje en la ciencia. Concretamente se analiza este uso en tres casos especialmente paradigmáticos, a saber: la defensa del copernicanismo de Galileo en su Diálogo sobre los dos sistemas máximos del mundo, de la teoría de la evolución por parte de Darwin en su El origen de las especies y, finalmente, la aceptación de la teoría del Big Bang por parte de los cosmólogos modernos en detrimento de la teoría del estado estacionario. Conforme a las pretensiones de Pera establecidas en una suerte de apartado conclusivo del capítulo, denominado “The Functions and Techniques of Scientific Rhetoric”, realizaremos unas breves consideraciones al final de este texto.
Además de sus numerosas aportaciones científicas, Galileo llevó a cabo una vital teoría o filosofía de la ciencia acorde a la cual, como es bien conocido, sólo se aceptará como conocimiento propiamente verdadero aquel que proceda de la matemática o de la experiencia sensible directa. Esto es, el discurso científico ha de estar basado en “sensory experiences and necessary demonstrations”. La rigurosidad de este planteamiento le llevará a adoptar un compromiso epistemológico y ontológico sobremanera riguroso en virtud del cual la ciencia no es un diálogo entre interlocutores, sino más bien un diálogo con la propia naturaleza. Aseveración que, como intentaremos mostrar ulteriormente, no anda del todo desencaminada en nuestra opinión y que la crítica de Pera solamente debilita parcialmente.
La pregunta que se plantea Pera, así pues, respecto a Galileo es: ¿cuáles puede ser las razones argüidas por el científico italiano para haber defendido tal tesis? La respuesta, en opinión del autor, no es unitaria, sino que Galileo apeló a una gran cantidad de argumentos, todos los cuales contenían ora algún elemento falaz ora un barniz retórico, y que por lo cual distan de cumplir por las propias pretensiones demarcadas por Galileo. Concretamente serán once los argumentos recogidos por Pera y cuyos problemas expondremos respectivamente someramente.
En el primero, llamado algo así como “argumento de la réplica”, Salviati (representante de Galileo y del copernicanismo) acusa a Simplicio (defensor del sistema aristotélico-ptolemaico) de rechazar que su conclusión (con la que pretende justificar la fiabilidad de los sentidos) apelando al “criterio de prueba que la implica”. No obstante, como muestra Pera, esta acusación de Salviati se encuentra sostenida en última instancia en una apelación a la autoridad, en este caso a Aristóteles, sin llevar a mostrar propiamente la prioridad de los sentidos sobre la razón. Galileo también recurre retóricamente a “argumentos por contraejemplo”, por ejemplo cuando sostiene su afirmación de que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático a partir de una contrarréplica a la objeción de Simplicio según la cual “mathematics cannot be applied to nature in the sense of sensible and physical matter”. Es decir, Galileo no proporciona para sostener su tesis una demostración necesaria como parecería ser necesario, sino que apela a un recurso explícitamente retórico. En este sentido, también apela a una especie de falacia de composición contra Simplicio al inferir que algo es verdadero como consecuencia de la verdad de las partes que lo componen, en este caso relativo a los cuerpos celestes y a sus movimientos. Los siguientes tipos de falacias o artimañas retóricas señalas son la ad hominen y la ad personam. En el caso de esta última, ante la insistencia de Simplicio en no aceptar su propuesta, Salvioti lo acusa de estar errado por sostener algunas ideas a partir de visiones a simple vista poco fiables. La lista de recursos retóricos de Galileo continúa con un “argumento por comparación” donde se defiende la imperfección de la tierra en base a la imperfección del resto de astros, un “argumento basado en la facilidad” donde se busca en consenso apelando meramente a la simplicidad de su argumento sin dar mayores explicaciones, un “argumento de un modelo” basado en el supuesto ontológico de la simetría de la naturaleza sin una justificación del mismo o “argumentos pragmáticos” que son una especie de falacia ad hoc que apela a futuros resultados para justificar su teoría. El análisis de los recursos retóricos de Galileo se complementa finalmente con el “argumento por doble jerarquía” según el cual la semejanza de la Tierra con los imanes justificaría que “the fact that its axis always points in the same point is related to how much bigger and better it is”, y la “absurdidad y el ridículo”.
Le podría interesar: La argumentación en la ciencia (I): Holton y su Ciencia y anticiencia
En un apartado siguiente Pera realiza un análisis semejante, como hemos dicho, de una obra más reciente, El origen de las especies de Darwin. Y es que, a pesar del propio Darwin, quien dijo que se podría decir que en su obra solamente presenta un “long argument”, ni siquiera estuvo claro en su momento qué tipo de argumento sería este (se barajaba fundamentalmente las posibilidades de ser un argumento hipotético-deductivo o una inferencia a la mejor explicación). Pero resulta que ni siquiera está del todo claro que se pueda hablar ni mucho menos de un único recurso argumentativo. De hecho, siguiendo en todo momento a Pera, Darwin habría seguido tres tipos de argumentos: unos argumentos “de descubrimiento” con los que pretende defender la hipótesis de la selección natural, otros “de defensa” mediante los que se pretende convencer que esta hipótesis puede superar a las distintas objeciones, y un último conjunto de argumentos “de confirmación” que mostrarían que la hipótesis pasa el “test de los hechos”.
Centrándose en los primeros conjuntos de argumentos, Pera descubre el uso por parte de Darwin de toda una serie de artimañas retóricas muy semejantes a las empleadas por Galileo. Debido a la semejanza formal de estos con los descritos de Galileo nos limitaremos a nombrar a modo de ilustración cuales son los empleados. Así, por ejemplo, respecto a los del primer conjunto el autor destaca el uso de “argumentos por analogía”, “argumentos de doble jerarquía”, “argumentos pragmáticos”, apelaciones al “absurdo y ridículo” o “argumentos por división”. Por su parte, en el caso de aquellos argumentos destinados a la defensa de la selección natural frente a posibles objeciones el naturalista inglés a “argumentos ad ignorantiam” (frente a la objeción de que el tiempo físico del planeta es demasiado corto como para que se produjera la evolución descrita por Darwin afirma que su hipótesis es la correcta, puesto que no hay ninguna prueba para aceptar a aquella), “argumentos ad hominem” o “argumentos de la posibilidad”.
En la misma línea, el tercer ejemplo presentado en el capítulo remite a la aceptación de la teoría del Big Bang frente a su teoría rival, la del estado estacionario. Esta aceptación no pudo estar basada simplemente, como sostuvieron algunos científicos galileanamente en la mera observación y el cálculo matemático. Lo cual es debido a la existencia de serios inconvenientes por parte de ambas posiciones. De esta manera, Pera defenderá como hizo en los dos casos precedentes que la elección estuvo mediada en alta medida por una serie de argumentos retóricos. A saber: “argumentos ad ignorantiam”, “apelaciones a la autoridad” o ad verecundiam, “argumentos de dilema”, “argumentos pragmáticos”, “argumentos por definición” o “argumentos de reciprocidad”. Por este motivo concluye el autor que, si bien los cosmólogos (como Galileo o Darwin) profesan un método, este no es empleado con estricta exclusividad puesto que, como se ha mostrado y a semejanza que los abogados, dedican gran parte de sus textos a la elaboración de tácticas retóricas con las que persuadir a la audiencia acerca de algo.
En un apartado final, Marcello Pera describe brevemente las funciones del uso que el discurso científico hace de la retórica, desde la elección del proceso metodológico elegido, pasando por la interpretación de una regla metodológica, su aplicación a un caso particular, la justificación del punto de partida o, como se ha visto, la crítica de hipótesis rivales, hasta el rechazo de las objeciones contra la propuesta propia. En cualquiera de los casos estas funciones serán suficientes para que la conclusión que se mantiene quede clara: el discurso científico de sirve de la retórica, y no con una finalidad exclusivamente estética, sino que cumple una función persuasiva que se explica bajo el paraguas de la comprensión de los científicos como inmersos “in the middle of the debate”.
Dada la abundancia y claridad expositiva de los distintos usos retóricos por parte de autores que indudablemente debemos calificar como científicos, la conclusión tal y como ha sido descrita parece estar sólidamente apoyada. Es decir, desde la misma revolución científica con Galileo, hasta la elección de una teoría científica presente en el actual paradigma como es la del Big Bang, las científicas y científicos se han servido, a su pesar, de recursos retóricos con el fin de que su teoría se aceptara como verdadera por parte de la comunidad. Empero, al igual que hemos afirmando en la columna correspondiente al texto de Holton, creemos que la existencia de un uso retórico del lenguaje en ciencia no es óbice para mantener que el científico, a diferencia de otros discursos como el poético, sí tiene parcialmente un diálogo con la naturaleza, tal y como aseguró Galileo y pone en cuestión Pera. Así, aunque el recurso a la retórica permita inferir la importancia sociológica e histórica de la comprensión de la empresa científica como “diálogo entre interlocutores”, no hay que perder de vista, como decimos, su “diálogo con la naturaleza”. Al igual que la existencia de recursos retóricos nos permite explicar la elección, por ejemplo, de una hipótesis en lugar de otra rival, la capacidad predictiva y de modificación de la naturaleza nos permite colegir un cierto diálogo con la naturaleza que mantiene su pureza independientemente de la cantidad de recursos retóricos empleados por el científico o científica descubridora para su aceptación por parte de la comunidad. Esto nos remite a un problema que creemos que la asunción de una retórica científica no permite resolver. Y es la razón por la cual un determinado lenguaje, como el propio de la experiencia sensible galileana, permite anticipar la acción de la naturaleza. Por esta razón, de la lectura del texto de Pera nos faltaría contemplar una diferenciación, en el seno del quehacer científico, entre una primera fase de estricto “diálogo con la naturaleza” donde la apelación a recursos retóricos es nula debido a la ausencia, en este nivel, de un interés de persuasión, de una hipotética segunda fase de elaboración y presentación del discurso en que se describe y ornamenta retóricamente aquel diálogo con el fin de que sea aceptado por la comunidad.
Comentar