Los mejores finales en la literatura

En Al Poniente estamos interesados en saber que libros prefieren nuestros lectores. Sí usted quiere sugerir algún final de un libro puede hacerlo en los comentarios e inmediatamente será añadido a la lista.

El retrato de Dorian Gray – Oscar Wilde

En el suelo, vestido de etiqueta, y con un cuchillo clavado en el corazón, hallaron el cadáver de un hombre mayor,muy consumido, lleno de arrugas y con un rostro repugnante. Sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos.

Rebelión en la granja – George Orwell

Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.

Los miserables – Victor Hugo

Duerme. Aunque la suerte no le fue propicia, vivía. Y murió cuando perdió su ángel.
La muerte le llegó sencillamente, como llega la noche cuando se marcha el día.

Cien años de soledad – Gabriel García Márquez

Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes

Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.

El principito – Antoine de Saint-Exupéry

Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!

Lo que el viento se llevó – Margaret Mitchell

“Pensaré en todo esto mañana, en Tara. Allí me será más fácil soportarlo. Sí, mañana pensaré en el medio de convercer a Rhett. Después de todo, mañana será otro día”.

1984 – George Orwell

Amaba al Gran Hermano.

Alicía en el país de las maravillas – Lewis Carrol

Por último, imaginó cómo sería , en el futuro, esta pequeña hermana suya, cómo sería Alicia cuando se convirtiera en una mujer. Y pensó que Alicia conservaría, a lo largo de los años , el mismo corazón sencillo y entusiasta de su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos, y haría brillar los ojos de los pequeños al contarles un cuento extraño, quizás este mismo sueño del País de las Maravillas que había tenido años atrás; y que Alicía sentiría las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos, recordando su propia infancia y los felices días del verano.

 

Crónica de una muerte anunciada – Gabriel García Márquez

Santiago Nazar la reconoció.-Que me mataron, niña Wene- dijo.Tropezó con el último escalón, pero se incorporó de inmediato. ‘Hasta tuvo el cuidado de sacudir con la mano la tierra que le quedó en las tripas’, me dijo mi tía Wene. Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis, y se derrumbó de bruces en la cocina.”

Cumbres borrascosas – Emily Brontë

No tardé en descubrir las tres lápidas sepulcrales, colocadas en un talud, cerca del páramo. La de en medio estaba amarillenta y cubierta de matorrales, la de Linton sólo adornada por el musgo y la hierba que crecía a su pie, y la de Heathcliff, todavía completamente desnuda.Yo no me detuve a su lado, bajo el cielo sereno. Y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campánulas y escuchando el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiró que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que dormían en tumbas tan apacibles.

El amor en los tiempos del cólera – Gabriel García Márquez.

El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.–¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.

—Toda la vida —dijo”

Ana Karenina – Tolstoi

Pero a partir de hoy mi vida, toda mi vida, independientemente de lo que pueda pasar, no será ya irrazonable, no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y en cada uno de sus momentos poseerá el sentido indudable del bien, que yo soy dueño de infundir en ella.

Los pilares de la tierra – Ken Follett

–Philip se adelantó para azotar al rey. Se sentía contento de haber vivido para ver aquello. A partir de hoy, se dijo, el mundo será un poco mejor.

El coronel no tiene quien le escriba – Gabriel García Márquez

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto  a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:-Mierda

Ensayo sobre la ceguera – José Saramago

La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí.

 

Soy leyenda – Richard Matheson

Tosió carraspeando. Se dio vuelta y se apoyó en la pared mientras se tomaba las píldoras. Se estrecha el círculo. Un nuevo terror nacido de la muerte, una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo. Soy leyenda.

Crimen y Castigo – Fedor Dostoievski

Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada. En todo esto habría materia para una nueva narración, pero la nuestra ha terminado.

La Regenta – Leopoldo Alas Clarín

Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad. Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces…Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro.Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Lolita – Vladimir Nabokov

Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.

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