Necesitamos trabajar menos

“Toda empresa es totalitaria, algunas más que otras. Algunos líderes son más carismáticos que otros, pero a la larga todos son totalitarios. Defender el trabajo es también defender la perdida de la libertad y, sin embargo, la propaganda empresarial te convence de que si no trabajas o trabajas menos que tus compañeros eres peor persona.”.


Aprovecho estos momentos de descanso de la Semana Santa para decir algo que probablemente todos saben ya, a Colombia la está matando el trabajo. Ocupamos el dudoso honor de ser el país con más dedicadas al trabajo de entre todos los países de la Ocde, sólo México nos iguala. Una cifra que ni si quiera toma en cuenta los tiempos de traslado o el tiempo libre que de forma supuestamente autónoma se invierte en actividades que favorezcan a la compañía.  Ni los disciplinados alemanes ni los estrictos países asiáticos como Corea del Sur o Japón nos igualan y es evidente que esto no nos ha representado una mejor calidad de vida en general.

El problema es aún peor porque no lo admitimos como tal. Estamos cansados hasta el extremo y hablamos más bien poco del tema. En el mejor de los casos vemos el trabajo como un mal necesario, pero a su vez como un estado natural del que no podemos escapar. Algunos incluso cometen la desfachatez de ver el exceso de trabajo como algo noble y deseable.

El año pasado se firmó un proyecto de ley para reducir la semana laboral de 48 horas a 42 (todavía por encima del promedio de la Ocde que es de 40 horas) a pesar de esto es un proyecto demasiado lento, el proceso total tardaría cinco años suficiente tiempo para que una nueva administración lo detenga o para que las empresas se las ingenien para no cumplirlo. Peor aún, ningún candidato presidencial se ha pronunciado sobre el tema, sus propuestas van en la dirección de generar más empleo para todos y no en lo que realmente necesitamos: menos empleo para todos para que todos tengan empleo, un poco como el eslogan francés de los 90 cuando decidieron reducir la semana laboral a 36 horas.  Esto ni siquiera tiene que ver con ser de izquierdas o derechas, puede buscar la propaganda soviética y encontrará una cantidad de obreros trabajando porque ese era el ideal; China, Corea del Norte o Cuba siempre estuvieron (y lo siguen estando) en esa misma línea. La idea del hombre de izquierdas que lo es por ser vago es un invento delirante.

Bertrand Russell, John Maynard Keynes e Isaac Asimov (los tres liberales y de lo que hoy sería centro- derecha), escribieron ensayos en distintos momentos del siglo pasado sobre lo que era un hecho inevitable; el desarrollo técnico produciría una cantidad de riqueza sin precedente y una menor intervención de la fuerza de trabajo humana; la jornada laboral se vería reducida de manera general,  esto liberaría los cuerpos y la mente de una serie de actividades repetitivas para dedicarse a otras cosas que fueran más provechosas para el individuo y posteriormente para la sociedad. La utopía que muchos intelectuales creían se podría alcanzar antes de terminar el siglo y que todavía está pendiente, aunque algunos la tienen más cerca.

En este mundo el hombre que gustase de la pintura o la música podría dedicar parte importante de su tiempo a estas actividades sin sentirse forzado a depender económicamente de las mismas, otros hombres dedicarían su tiempo a aprender matemáticas o física y otros se decidirían a ayudar a quien lo necesitara. Es cierto que, de trabajar menos, muchos no se dedicarían a nada provechoso o que los que si lo hiciesen quizás no tendrían las habilidades necesarias para alcanzar un buen nivel en dicha actividad; habría pintores, músicos o matemáticos mediocres. El problema de pensar así es que precisamente es un pensamiento de “empleado” donde tu tiempo es valioso en tanto produzca algo que le guste al mercado y por ende solo te puedes dedicar a actividades para las que demuestres estar cualificado. Si bien se va a aumentar el número de mediocres en todas las ciencias y las artes, el sólo hecho de que haya más gente dedicando más tiempo a estas actividades haría más posible la aparición de ideas brillantes y obras maestras. En parte el atraso científico del país se debe a una cantidad de burocracia y trabajo extra que les quita tiempo a las mentes brillantes de pensar soluciones a problemas reales. E incluso si esto no fuera así, si supiéramos con total seguridad que con más tiempo libre nadie “produciría” nada bueno, al menos nos haría en general más felices y mejores personas.

El problema no es sólo el cansancio físico, también lo es esta forma de pensar de empleado. Pensar que ser trabajador es un valor muy por encima de otros trae consecuencias indeseadas. Toda empresa es totalitaria, algunas más que otras. Algunos líderes son más carismáticos que otros, pero a la larga todos son totalitarios. Defender el trabajo es también defender la perdida de la libertad y, sin embargo, la propaganda empresarial te convence de que si no trabajas o trabajas menos que tus compañeros eres peor persona.

Pensemos en un criminal. Nuestro sistema cree que hasta el peor de los criminales tiene derechos y la misma dignidad humana que cualquier otro. Por eso no permitimos ni la pena de muerte ni la tortura, por eso la justicia por mano propia es tan problemática, por eso existe el debido proceso, la proporcionalidad y los presos en cualquier cárcel pueden exigir un trato digno. Ahora pensemos en el vago, en alguien que haya decidido no trabajar, nuestro mismo sistema cree que esa persona no tiene derecho a salud, comida, seguridad, un techo ni a cuidar de sus hijos. Al vago le va mejor si comete un crimen que si simplemente decide no levantarse a trabajar.

Nuestro sistema prefiere a los criminales que a los ociosos. De hecho, un empresario puede cometer todo tipo de crímenes (o acciones legales de dudosa moralidad): evadir impuestos, tener mano de obra esclava de forma irregular, aprovechar crisis extranjeras y exiliados para obtener mano de obra barata, envenenar ríos, restringir el acceso a agua potable a poblaciones enteras, llamar “socios” a sus empleados para explotarlos, pactar con grupos criminales.  A la larga cuando alguno de estos escándalos salga a la luz, no faltará el que los defienda diciendo: “pero es que genera empleo, ¿tú a cuanta gente le das trabajo?”. Trabajar por trabajar cómo valor máximo, sin importar cómo, por qué ni a quién beneficia, una mentalidad de empleado dañina a todas luces. Una mentalidad construida por todo el tiempo dedicado a la oficina, toda la propaganda que hemos absorbido, que poco a poco nos impide ver opción alguna.

Al principio de la pandemia hace dos años, cuando empezó el encierro y la paranoia, yo escribía en el chat de la empresa que me parecía increíble que estos que fácilmente podían ser nuestros últimos días los pasáramos trabajando para una empresa de aspiradoras. La pregunta hipotética sobre ¿cómo vivirías si supieras que te queda una semana de vida?, se volvió más o menos literal y la respuesta fue “yo me dedicaría a trabajar”.

Muchas veces somos como Boxer, el caballo de Rebelión en la granja de George Orwell, una parodia del obrero soviético que pensaba que el trabajo era una solución a todos los problemas y que lo importante era sacrificar toda su fuerza en el proyecto de los cerdos, que si fallaba era porque no había trabajado lo suficiente y no porque desde el principio el proyecto no fue tan buena idea. Bastante paradójico que el animal que se usó para criticar al mundo comunista esté tan presente en nuestro día a día capitalista.

La solución pasa por hacer cumplir proyectos de ley como el anteriormente mencionado, esperar que mejore que no sea tan lento y   reduzca más el número de horas semanales. Hay que desincentivar el trabajo en los festivos, los domingos y las noches, al igual que las horas extra, si se pagan a 1.25 o 1.75 que pasen a valer 3 o 4 veces la hora ordinaria. Que todo el tiempo extra que inviertes en el trabajo o que deberías tener libre le cueste realmente a tu empleador.  Cuando ya la semana laboral sea menor de 40 horas entonces sí se podrá bajar el valor de las horas extra.

El gran objetivo por alcanzar es la renta básica universal, que recibas dinero no condicionado al trabajo para que puedas tomar decisiones más libres sobre cuánto trabajar.  Mientras eso sucede hay que hacer cambios en la vida cotidiana. Hacer lo mínimo posible para no ser despedido sin trabajar de más, todos conocemos a ese compañero más o menos vago que se esfuerza menos que todos los demás y sigue ahí como si nada. Este tipo de gente en general es mal vista, pero quizás sean ellos los que entendieron todo. Dicen que hay que bailar como si nadie te estuviera viendo porque nadie lo está haciendo, en muchas empresas funciona igual.

Si tienes un amigo con mucho perrenque y emprendedor empieza a hacer preguntas incómodas, de donde viene el dinero inicial, cuántas horas de trabajo extra estás dispuesto a dedicar para mantener un proyecto que quizás no vale la pena. Y cuando tenga éxito pregúntale, cuánto les paga a sus empleados, qué beneficios tienen, cuántas horas invierten en su empresa, y al final pregunta si todo ese tiempo de toda esa gente dedicado a su empresa produce algo que valga la pena. Pregúntale si el día de mañana hubiera una renta básica universal si todos sus empleados renunciarían y su emprendimiento desaparecería, quizás de ser así su producto o servicio no era tan importante o revolucionario.

Descansen y recuerden que siempre habrá objetores que llamarán locura al cambio pese a que sea evidente y necesario.  Pasó con la esclavitud, con la jornada de ocho horas (que es inadmisible siga existiendo 150 años después) o con cualquier otro derecho laboral, pasó en Francia cuando impusieron la semana de 36 horas. Y ahí van estos cambios, estas luchas, poco a poco volviéndose el mínimo esperable.

Omar Celis Volkmar

Soy comunicador social con posgrado en escritura creativa. He cursado algunos semestres de la carrera de Historia y tomado cursos libres en distintas áreas como fotografía y guion cinematográfico. Con interés especial por la cultura, la política y la ética.

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