No es falta de dinero. Cualquiera que encuentra un tesoro volverá a ser pobre tarde que temprano si no sabe administrarlo. El subdesarrollo de Colombia tiene dentro de sus principales determinantes internos los déficit estructurales en su capital humano. La revolución educativa necesaria para resolver el problema debe hacerse en principio juntando los pocos interesados en reconocerlo y cambiarlo de una forma realista y rigurosa.
En una investigación tan reveladora como poco mencionada, la Universidad Nacional de Colombia se propuso identificar las causas de la alta deserción de sus estudiantes de educación superior a pesar de los programas de becas y subsidios que les permiten pocas preocupaciones económicas. El resultado: de los pocos estudiantes que pasan a ser beneficiarios de la educación pública en Colombia, más de la mitad tienen graves déficit en habilidades tan básicas como comprensión lectora, pensamiento analítico y matemáticas. En contra de los discursos eternos de los populistas politiqueros de turno y del discurso mediático que tantas marchas y protestas ha generado, si en Colombia el gobierno invirtiera lo suficiente para que todos tuvieran acceso a educación superior no pasaría nada además de aumentar los niveles de deserción de las universidades. El problema no es de recursos ni de acceso, el problema es la baja calidad de la educación desde los niveles básicos y medios que no le permite a los jóvenes aguantar una carrera universitaria.
Cuando hablas con los profesores comprometidos y pilos de la educación básica y media la realidad es aún más vergonzante. Tal como me lo mencionó hace poco un profe de las áreas de tecnología: “ya el gobierno les da todo regalado a los estudiantes, no se permite exigirles. Si tienen que hacer algún esfuerzo prefieren simplemente no hacer nada”. Resulta que los indicadores con los cuales el ministerio mide a los colegios, tanto públicos como privados, no generan incentivos a la calidad sino todo lo contrario: incentivan a graduar jóvenes en masa y de cualquier manera. Algo similar ocurre con la educación superior. De acuerdo con el Ministerio de Educación Superior las universidades no son mejores si gradúan mejores profesionales sino si rebajan los niveles de deserción. Las universidades privadas no se quedan atrás: en el negocio de la venta de certificados las que más ganan no son las que más impactan la sociedad sino las que más gradúen estudiantes, y en el negocio de la educación el cliente feliz es aquél al que no se le exige. Ante una oferta de estudiantes de bajo nivel de calidad desde los colegios, las universidades han optado por bajar también el nivel y así cumplir con los requerimientos numéricos del ministerio.
El receptor final de este capital humano es un sector productivo cada vez menos competitivo. Así las cosas es cada vez más difícil para las empresas encontrar y retener profesionales comprometidos, resilientes y de calidad. Esto afecta a todo el aparato productivo y genera una crisis de liderazgo que hoy es evidente en el país. No es coincidencia que midiendo la productividad por persona Colombia no se encuentre ni siquiera rankeado en las estadísticas de mercado desde hace varios años (Ver estadísticas de 2015 y de 2020). Los enormes y generalizados déficit de capital humano hacen de Colombia un país tristemente irrelevante en el contexto global en términos de competitividad y acceso a mercados (no existe rastro de Colombia ni siquiera en los ranking de competitividad global). Lo anterior es un problema estructural y particularmente grave en la economía de hoy, basada cada vez más en el conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación. En definitiva, no son nuestros dirigentes los culpables del atraso del país, el problema es bastante más complejo: Simplemente tenemos los dirigentes, las infraestructuras, las empresas y en definitiva la competitividad que nuestras personas y nuestros líderes pueden proveer.
¿Cómo se logra entonces la transformación necesaria? Con una revolución educativa que sea a la vez divertida, inclusiva, retadora, exigente, rigurosa y pertinente. La buena noticia es que hay con quien trabajar: existen unas pocas universidades y startups tecnológicas innovando en sus procesos pedagógicos y educativos; profesores en todos los niveles de la cadena comprometidos con el cambio; y dirigentes públicos, académicos y privados que conocen el problema y quieren hacer algo al respecto. Pero para lograrlo debemos unirnos y realizar la revolución que Colombia necesita, de lo contrario estaremos pronto en un punto de no retorno donde Colombia se convierte en uno de los países condenados por siempre al atraso.
No es una tarea fácil: debemos competir con los corruptos y sus contratistas mediocres; debemos pelear con todas las herramientas a la mano contra las presiones de los funcionarios que presionan a los contratistas a llenar planillas vacías a través de acciones facilistas que no generan transformaciones; trabajar por encima de los políticos faranduleros que sólo están interesados en el humo inflado del titular de prensa de colores con nombres rimbombantes; de los investigadores y profesores con títulos, escritos y egos infinitos (pero escasa experiencia práctica) incapaces de la autocrítica y el cambio; y de los estados, sus normas y pensum que confunden el pensamiento con la buena memoria y nos condenan a la premodernidad. Para progresar Colombia necesita que nos juntemos para que todos éstos se conviertan poco a poco en una minoría en vía de extinción.
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