“Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el amor, el conocimiento después. Pero ¿cómo no vi que me daba mate al descubierto? Y para amar algo, ¿qué basta? ¡Vislumbrarlo! El vislumbre; he aquí la intuición amorosa, el vislumbre en la niebla. Luego viene el precisarse, la visión perfecta, el resolverse la niebla en gotas de agua o en granizo, o en nieve, o en piedra. La ciencia es una pedrea. ¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de ellas, como lumbre nebulosa también”.
(Miguel de Unamuno, “Niebla” 1914).
La sangre del magnicidio en Sarajevo aquel 28 de junio seguía caliente, fue esa tinta roja derramada la que firmó el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914/1918).
El 28 de Julio el imperio austrohúngaro declaraba la guerra a Serbia. Rusia se movilizó y Francia reforzó sus fronteras. El que iba a ser el último Káiser del imperio alemán Guillermo II, se amparó a la sombra del gran Bismarck y declaró la guerra a ambas naciones. Días después, Francia se aliaba contra Alemania.
Comenzaba de este modo una guerra bestial de fronteras y de movimientos simbolizada por las trincheras.
Y Europa comenzó a destriparse y a devorar a sus hijos.
Diciembre del año 2014, han pasado 100 años, llega el momento de viajar por carretera, de recorrer la memoria de la primera batalla del Marne, que atrincheró la juventud de miles de soldados alemanes, franceses, belgas , canadienses y británicos, muriendo medio millón en total hasta el nuevo año, y que muchos de aquellos cuerpos fueron engullidos por unas trincheras que se convirtieron en fosas comunes.
El viaje comienza en el Hôtel National des Invalides, París, orgullo de la patria francesa. Se percibe la melodía de Giovanni Sgambati “Mesa da requiem” (1895), mientras el viajero se inclina para ver el sepulcro del gran emperador Bonaparte. En la gigantesca cúpula central, descansan sus grandes generales, y entre ellos, el mariscal Foch, comandante del ejercito aliado durante la Primera Guerra Mundial.
En Agosto de 1914, el ejercito alemán quiso invadir Francia a través de Bélgica, era el plan “Schlieffen”, una ofensiva relámpago.
A 52 km al norte de París queda la pequeña ciudad de Senlis, con una hermosa catedral y demasiados recuerdos de la guerra. Para llegar al núcleo del horror que provocó la primera batalla del Marne el viajero atraviesa cementerios militares y campos que disimulan las trincheras que han sido olvidadas a las afueras de Nanteuil-le-Haudouin, que conserva su estructura medieval y Meaux, donde los ejércitos franceses y británicos lograron detener el pesado avance alemán y que frustró la caída de París. Allí el viajero puede encontrar los primeros monumentos importantes dedicados a los caídos, y museos que guardan objetos encontrados en el frente y mucho dolor que nunca se borrará. El frío es afilado, el viaje es pausado, respetuoso, las bayonetas caladas regresan con la brisa de Diciembre, el aroma del barro mezclado con la gangrena y los muertos se siente demasiado real. En varios cementerios que se cruzan por el camino el viajero guarda silencio ante aquellas fotografías que respiran pegadas a las lápidas de los soldados caídos. Son los rostros de jóvenes con la mirada asustada, inocente y casi virgen unos, sobérbias, heróicas y valientes otros, pero que todavía desconocían el destino que les esperaba a todos ellos mientras fueron fotografiados antes de partir.
El viajero atraviesa en silencio Mondement-Montgivroux, Dormans y finalmente la ciudad de Reims, bombardeada, ocupada y destruida por el ejercito del imperio alemán. El viaje serpentea por los principales escenarios donde se enfrentaron por primera vez los aliados franceses e ingleses frente al acoso alemán. Se descubren trincheras que han sido conservadas para contener la memoria, en esos huecos se encontraron cartas de amor, que escribieron los soldados a sus novias, a sus prometidas, a sus esposas, a sus madres, a sus hijos, las ratas perdonaron objetos personales como relojes, pitilleras, anillos, fotografías familiares, lagrimas que nunca se secaron y sangre que pintó las alambradas y huesos que se quedaron en tierra de nadie.
El viajero avanza entre la niebla y la escarcha por Massiges, por Sommepy-Tahure, por Mons y finalmente Charleroi, Bélgica. Es un viaje que se transita por carreteras secundarias, devoradas por el silencio del invierno, que se enfilan sin prisa, contemplando la belleza de la Francia fronteriza, con sus castillos medievales, sus abadías y sus campos que soportaron tantas batallas. Los belgas resistieron el avance alemán desde un caluroso Julio hasta un tosco y angustioso Octubre, y en Charleroi estallaron las campanas de arrebato y de muerte. El viajero descubre en Lieja, 100 km al nordeste de Charleroi, el monumento a la resistencia, la lucha frente al invasor, el sacrificio para defender la libertad.
Amberes es el final de este viaje. Una ruta que recuerda aquel 1914, el primer año de una guerra mundial, que se puede recorrer por carretera, en tren, por tierra y entre las sombras de una tragedia que 100 años mas tarde, quedó escrita en el polvo de los que la vivieron.
En la víspera del 24 de Diciembre, los cañonazos alemanes callaron, los fusiles franceses enmudecieron, los oficiales británicos callaron. Se acordó una tregua que los altos mandos militares de ambos bandos aceptaron a regañadientes. El día de navidad de 1914 se escucharon villancicos en alemán, francés y en ingles, la tropa salió en masa de las trincheras e intercambiaron cigarrillos, licor, alimentos, ropa, regalos. Alemanes e ingleses jugaron a fútbol, y en tierra de nadie no murió un solo soldado en 48 horas. En algunos frentes que el viajero acaba de encontrar en su itinerario incluso hubo treguas hasta la entrada del año nuevo. Un oficial británico escribió el poema más conmovedor de esta estúpida guerra: «In Flanders Fields”:
“In Flanders fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
We are the dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved, and were loved, and now we lie
In Flanders fields.
Take up our quarrel with the foe:
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
We shall not sleep, though poppies grow
In Flanders fields”.
Teniente Coronel canadiense John McCrae (1872-1918)
Pero las guerras siguen, y los muertos somos todos.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2014/12/Manel.jpg[/author_image] [author_info]Manel Dalmau Etxalar Nacido en un pequeño pueblo del pirineo catalán cuyo nombre es La Pobla de Segur. Adoptado en la ciudad de Medellín en 1998, paisa chivado desde Enero del 2010. Periodista, documentalista, historiador, dinamizador cultural y onanista compulsivo. Forma parte del equipo de la casa Museo otraparte desde el año 2010. El “NO” de su gorra es un adverbio positivo y un morfema ácrata. Es un “NO” a la intolerancia, al desajuste social, al abuso, es una invitación para que todo aquel que lo lea, se invente su propio NO. Es un yonqui de la tertúlia y un borracho de silencios. Intenta soñar. [/author_info] [/author]
»Wir müssen nicht verzichten, wir brauchen es nicht, weder dringend noch überhaupt.«