Ipseidad/Ego

 “hacer un estudio sobre la muerte, entendiendo que los muertos en la protesta parecen no morir, entonces entendemos que existe en el hombre algo que no muere”.


Una de las características más notables en el malestar social y que más dolor han generado en estos fatídicos días, sin duda son las muertes, bien nombrados como los caídos, que en esta agobiante búsqueda por una equidad, que a la vez es tan necesaria en nuestra patria para el restablecimiento del estado social de derecho. Por ello, la realidad del conflicto es puesta en la condición humana, pues lo que circula en esta misma condición conforma el modo de ser de la ciudadanía en todos los campos. Ya que no únicamente podemos analizar a los sujetos que están en la calle o a los mismos actores políticos, la realidad social trasciende a los escenarios de todas las manifestaciones que componen el tejido social. Lo humano por lo cual es el ámbito de la apertura del ser al mundo, es decir, la actitud ciudadana frente a las posibles esencias de lo que está sucediendo.

De este modo las marchas, la compleja realidad económica, la emergencia sanitaria y la clarividencia de que los políticos mostraron la incapacidad de responder a una verdadera crisis, y después de hacer el análisis antropológico, se vuelve imperante hacer un estudio sobre la muerte, entendiendo que los muertos en la protesta parecen no morir, entonces entendemos que existe en el hombre algo que no muere. Bien hemos comprendido que cuando el animal muere, muere para siempre, en cambio en el ser humano no ocurre así, más cuando es por causas de acciones loables. Así, las muertes en todos los frentes nos muestran que esta condición humana no es una extinción total del ser de la persona que la padece, más bien es una escisión. Por lo cual, la muerte del manifestante, del policía, del ciudadano «normal», es algo extremadamente especial en la misma existencia de esas personas, pero que ciertamente debe carecer de sentido unitario de la realidad misma, para ser comprendida en el fin último de la muerte en este cuadro social.

Por otro lado satanizar la muerte no ayuda a la comprensión del conflicto, de esta manera no me explico, como los medios de comunicación, con tanta gala le ponen un toque amarillista a la muerte como si este espacio de la trascendencia humana diera rating. No obstante, la muerte como acontecimiento social es una quiebra, una pérdida y un dolor, pero ella debe de llevar a la virtud de la piedad, no sería justo que la muerte de tantos ciudadanos no produzca o genere una deuda con los caídos. Colombia no puede permitirse la imposibilidad de sostener el recuerdo de las personas que han muerto a causa del malestar social. En caso contrario podríamos afirmar a viva voz que hemos perdido la piedad y el honor como humanos y estamos llevando a la nación a la barbarie.

Siguiendo las líneas expuestas, las búsquedas de las representaciones, los juicios y las emociones (sentimientos) que produce la muerte, en otras palabras, la monstruosidad de la terminación de la vida, nos va a permitir plantear una solución donde se dé el paso que se ha venido buscando de la ipseidad como la antítesis al ego. Así mismo, la puesta en escena de mi propia muerte como actor político debe abrir el camino a la piedad con la muerte del otro como ciudadano.

De esta manera, la muerte de la corporalidad debe interpretarse como un acto eminentemente subjetivo trascendental, si no nuestra actual circunstancia social quedará apresada a una intersubjetividad sin sentido de la muerte, por lo tanto, un grito desesperado en torno al ser de la muerte que desemboca al mismo ser-del-mundo, es decir la banalidad del cuerpo como un todo, más no como el medio para la muerte y su debida interpretación a través del honor y la piedad.

Sergio Augusto Cardona Godoy

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