La actual crisis desatada por la Covid-19 nos ha obligado a encerrarnos en nuestras casas. Este aislamiento ha servido, sin duda, para confrontarnos con nosotros mismos, en medio de la incertidumbre generalizada nos surgen cada vez más preguntas. Cuestionamos las decisiones que hemos tomado y las que no nos animamos a tomar, además pensamos en lo volátiles que parecen ser los sueños que habíamos tejido con tanta ilusión y que ahora se postergan indefinidamente.
El ocio ha gozado de muy mala prensa en nuestro contexto, lo asociamos con la pérdida de tiempo, la inacción y la pereza. Sin embargo, no hay que olvidar que el ocio es un terreno fértil donde el hombre, lejos del frenesí, encuentra un espacio de sosiego para cultivarse e intentar responder las cuestiones que lo apremian o le interesan. Esto lo entendieron bien los griegos cuando, en medio de su bonanza, dieron origen y estructura en el siglo V a.C. a lo que hoy conocemos como filosofía.
Pero claro, en un mundo globalizado no hay que perder tiempo haciéndose preguntas trascendentales, lo único importante es el bienestar económico. La filosofía parece ser un asunto superado, no necesitamos pensar mucho, necesitamos producir mucho para consumir mucho. Lastimosamente redujimos la comprensión nuestra vida a una lógica mercantilista.
Además, la facilidad con que se puede acceder a la información a través de los medios digitales ha resultado contraproducente para la educación, nos ha llevado a marginar progresivamente la curiosidad, que es el motor de las preguntas y estas son esenciales para adquirir cualquier tipo de conocimiento, especialmente el filosófico. Al fin y al cabo ¿para qué hacer lo que otro ya hizo? Basta con copiar y pegar. Quizá, por creer tener todas las respuestas a un clic, hemos olvidado intentar explorar nosotros mismos posibles soluciones.
Contrario a lo que se cree, la filosofía no está prisionera en un lugar supraterrenal, al cual solo tienen acceso unos cuantos afortunados, tampoco se encuentra encerrada en las universidades o bibliotecas y mucho menos se limita a discusiones sinsentido en un lenguaje extraño. La filosofía es la conquista del pensamiento racional sobre la violencia y el oscurantismo, es un tesoro que pertenece a todo ser humano. En consecuencia, la reflexión filosófica no puede desligarse de la vida, es un asunto cotidiano, que si se ejercita de la forma adecuada nos arrojara luces para poder dialogar, comprender y transformar positivamente nuestro entorno.
La madre de todas las ciencias, como es llamada, ha resistido a los embates del tiempo y hoy se encuentra más viva que nunca, de su mano podremos recordar que no solo de pan vive el hombre, también es fundamental el espíritu crítico, la reflexión, la conciencia de sí para ser más éticos y en últimas tener un mundo mejor. Recuerdo aquí a Victoria Camps cuando dice que “el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad de hoy es ayudar a hacer preguntas, plantear correctamente los problemas, dar razones de las decisiones que hay que tomar. En pocas palabras, ayudar a pensar”.
Hoy, cuando en el mundo se discute cual debería ser el rumbo que tome la humanidad luego de la pandemia, la filosofía tiene mucho por decir. ¿No creen?
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