No hay una misión más bella en la existencia del ser humano que prestar un servicio público, pues se trata de un honor, por la profunda huella que se deja con las más mínimas acciones y decisiones tomadas allí, pero lamentablemente varios, buenos, profesionales, íntegros le siguen huyendo a la función pública bajo el temor de ser presa de la justicia o los organismos de control que en varios países de la región que parecieran en cacería contra quienes actúan íntegramente en el servicio público.
Quienes hemos servido en lo público descubrimos lo apasionante que han sido esas oportunidades porque es allí donde cumplimos con una misión cuyo impacto es directo en el bienestar de todos al actuar desde de una profunda reflexión y bajo la inspiración de valores como la ética, la transparencia y la probidad.
Un servidor público tiene un triple rol: Es propietario de la empresa donde trabaja, es usuario de los servicios de dicha entidad cuando vive en el territorio, y también es una pieza clave en el engranaje que permite cumplir con las tareas que llevan desarrollo a todos, especialmente a los más vulnerables.
Desde su marca personal, un servidor público debe entender que en el imaginario de los ciudadanos hay una noción de déficit frente al concepto de Estado, gobierno y de la práctica de la política. Varias encuestas nacionales e internacionales como el Latino barómetro 2018, muestran la incredulidad, desconfianza e incluso escepticismo que expresan hoy los ciudadanos de América Latina en un alto porcentaje frente a la acción de la función pública en relación con su estado de bienestar. ¡Preocupante sin duda! Pues a la par con estas opiniones, seguimos conociendo sobre aberrantes casos de corrupción que pasan por las narices de los organismos de control y los estrados de la justicia sin que se actúe contra sus protagonistas; pero de otro lado vemos la persecución hacia varios alcaldes, gobernadores y funcionarios a quienes aparte de tener que soportar las andanadas calumniosas de sus enemigos, ahora también deben enfrentarse a la arbitraria acción de quienes no soportan perder sus pequeñas parcelas de poder en forma de contratos, beneficios, tierra, pauta en sus medios, tajadas burocráticas y muchos otros malos vicios con los cuales extorsionan a los gobiernos de turno insinuando su criminal propuesta de “hacerse pasito”.
Situaciones como estas hacen que muchas brillantes profesionales en América Latina que no buscan otro interés distinto al de servir en lo público e incluso pagan un alto costo por estos riesgos, por el desgaste personal, familiar y profesional; prefieren alejarse de cargos en entidades públicas y dedicar sus labores a proyectos personales o al sector privado. ¿En manos de quiénes quedará el servicio público del futuro en nuestros países?
Profesionalizar la labor de la política desde México hasta Chile es una tarea urgente, formar desde la niñez y la juventud a quienes luego aspirarán a ocupar cargos de elección popular, de libre nombramiento o incluso accederán al servicio civil por medio de concursos oficiales; debe ser un propósito que nos permita enderezar el descrédito que afronta hoy el Estado en sus tres ramas de poder, en sus organismos de control e incluso en la forma cómo se regula la acción del sector productivo que también es protagonista de primer nivel de esta crisis.
América Latina necesita recomponer el camino y para esto deben ser los mejores hombres y las mejores mujeres las que se les entreguen las riendas del manejo del Estado como decía Cicerón. Y para que estos hombres y mujeres se animen debemos estimular la vivencia radical de valores como la honestidad, la ética y la transparencia sin entrar en esguinces, relativismos o negociaciones que hacen confundir la necesaria sagacidad e inteligencia que debe tener un Ser-vidor público, con una actitud deshonesta, corrupta y despiadada con esos recursos públicos que son sagrados y además muy escasos para momentos tan apremiantes como los actuales.
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