Ensayo sobre una ciudad que se cubre de flores, flores que encubren muertos.
Vuelvo a decir con Fernando González:
“¡No me crean tan carajo! Ya dije que amo mi Patria (Colombia) pero no a sus actuales habitantes”[1].
A pesar que llevo varios años fuera de mi amada Medellín, no dejo de pensar en ella todos los días.
Y la recuerdo con mucha nostalgia y dolor porque la muerte sigue instalada allí, pero no la muerte natural sino la muerte de los asesinatos que se han vuelto eternos en nuestra tierra.
En agosto Medellín celebra su tradicional feria de las flores, la ciudad se engalana con miles de flores de todos los colores y se pone más bonita de lo que es. Pero en Medellín todo es un negocio. Un querido amigo me contó, enfadado con justa razón, que ya hasta para poder ver el desfile de silleteros hay que pagar. El fin de todo lo público.
Pero lo que más me descompone cada vez que reflexiono sobre la feria de las flores, es que esta feria es maldita porque encubre los miles y miles de asesinatos que se prolongan en Medellín.
¿Cómo explicar que en nuestra tierra la mayoría de las personas se identifican con los más grandes criminales, admirándolos fervorosamente? Y peor aún, ¿cómo explicar que tantas personas de varias generaciones, se conviertan en criminales para lograr su única ambición de conseguir dinero?
Antes de referirme a estas cuestiones, invito al lector, a leer muy atentamente unas cifras y unos datos que seleccioné de varias investigaciones científicas sobre la violencia en Medellín, del período que va desde la década del noventa del siglo pasado hasta hoy 2012, que presento a continuación:
“Durante el período 1980-2007 en Medellín se registraron en la ciudad un total de 84.863. En su distribución anual, el pico más alto se registró en 1991, con 6.810homicidios y un promedio diario de 18.7, y el más bajo en 2005, con 846 homicidios.
[…] En el periodo 1980-2007 se registró en Colombia un total de 579.329 homicidios, de los cuales el 14,6% se presentaron en Medellín.
[…] Al contrastar los niveles de homicidio en la ciudad y el país con los datos preliminares de los otros países incluidos en el estudio multicéntrico -Argentina, Brasil y México– para el período de dicho estudio: 1990-2007, se aprecia aún más la gravedad de la situación local y nacional. Mientras en dicho período la tasa por homicidios (siempre por 100.000 habitantes) en Medellín varió entre un mínimo de 38 en 2007 y un máximo de 433 en 1991, en Colombia la variación estuvo entre41 en 2007 y 87 en 1991; en Argentina entre 3.4 en 1993 y 7.4 en 2002; en Brasil entre 17.9 en 1992 y 26.8 en 2003, y en México entre 8.6 en 2004 y 20.3 en 1992”[2].
“Confrontación armada en Medellín (1996-2006):
[…] La desmovilización de algunos grupos milicianos a mediados de los noventa, permitió a las fuerzas de milicia directamente relacionadas con las FARC y el ELN consolidar su presencia inicialmente en los barrios pobres de Medellín.
[…] Se destacan, además de las milicias, la presencia de múltiples bandas y combos barriales que operan al servicio de bandas más poderosas, muchas de ellas vinculadas más tarde a grupos paramilitares.
[…] Con la incursión del paramilitarismo a la ciudad a finales de los años noventa, puede decirse que el conflicto armado nacional se urbaniza en Medellín, entrando a una fase de escalonamiento.
[…] A partir de 1999 los paramilitares comienzan su ofensiva, inicialmente articulando y cooptando diferentes bandas a su estructura organizativa, para posteriormente arremeter abiertamente contra varios grupos insurgentes y, en algunas ocasiones, desplegando grandes operaciones militares en coordinación con el ejército y la policía.
[…] Los operativos militares a gran escala por parte del ejército y los paramilitares fue la forma más eficaz de hacerse al control militar y sociopolítico de estas zonas. Se desarrolló un amplio despliegue de fuerza y violencia por parte de los paramilitares y de las fuerzas militares estatales.
[…] Esta consolidación y legitimación del proyecto paramilitar se inscribe en las lógicas de redefinición del territorio en función de procesos de acumulación de capital a escala local y global, y, así mismo, en función del control contrainsurgente sobre la población urbana y el monopolio de la criminalidad, en un nuevo marco de gobernabilidad de la ciudad basado en la hegemonía del paramilitarismo en las comunas populares”[3].
“Entre el 2008 y 2011, la Personería de Medellín recepcionó 2.283 declaraciones de desplazamiento intraurbano, en el 2011 recibió 1.122 declaraciones que registraron 4.283 personas que abandonaron sus casas”[4].
Estas cifras que detallan las formas de la muerte en Medellín, dichas en informes académicos, se vuelven frías y no logran nombrar siquiera el miedo y el dolor con que hemos tenido que aprender a vivir en la ciudad de la eterna primavera; pero estas cifras también demuestran, que esta primavera es infernal. Estas cifras y estos datos, en fin, aunque indican una realidad, se quedan cortas para nombrar la sangre derramada y las miles de gotas de llanto que han inundado por tantos años nuestra existencia.
Ahora, no me vayan a salir mis coterráneos con que estoy hablando mal de la patria. ¡No señores! Ustedes saben, que es cierto que la muerte se prolonga en Medellín. A mí también me gusta la belleza de las flores de nuestra tierra, pero con estas flores no se puede esconder la muerte que sigue rondando. Lo que nos debe causar asombro, es que la criminalidad se haya vuelto “natural” en nuestras vidas, sólo porque acudir a la muerte es la forma más fácil de conseguir dinero. El medellinense por plata es capaz de matar. ¿Estoy exagerando señores? No sean desgraciados con las personas, que aún hoy, siguen llorando sus seres queridos asesinados. La mayoría del dinero que circula en Medellín no es producto del trabajo, ese dinero es producto de la muerte.
Ahora sí, vuelvo a las cuestiones que planteé inicialmente.
Ya en el año 2009, en un artículo que escribí y titulé Medellín entre la vida y la Muerte[5], había señalado yo que los problemas de Medellín sólo pueden ser entendidos en el contexto general de la historia de Colombia. Había explicado que Colombia ha sido un gran territorio donde unos cuantos se adueñaron de la tierra para sostener sus privilegios, que luego instauraron unas tiranías que cínicamente nombraron como “democracias”. Después de los años cincuenta del siglo XX, las cuatro ciudades principales se masificaron, a causa de los grandes desplazamientos de la población, que huían del terror oficial y de la pobreza vergonzosa en el campo. Aparecieron los primeros barrios de invasión, y la villa apacible de comienzos del siglo XX desapareció. Después por causa del puritanismo norteamericano y su tendencia belicista, se creó el tráfico de drogas, y la sociedad colombiana, fracasada en la vida material y económica, acogió un estilo de vida mafiosa. Exponía además que grandes sectores de la población, ya por la supervivencia ya por la ambición, se prestaron a las actividades del dinero fácil. Y de esta manera la violencia liberal y conservadora de los abuelos, —que se originó por la misma deuda social y por el autoritarismo estatal—, fue prolongada en las ciudades por una violencia urbana, por una vida mafiosa que con el tiempo tomó unas dimensiones extravagantes, y que completó la tragedia de nuestro prolongado conflicto armado nacional.
Hoy sólo quiero agregar, que no acabo de entender, cómo el pueblo enajenado de Medellín admira tanto a la criminalidad, y en especial a dos criminales:
Me refiero a Pablo Escobar Gaviria y a Álvaro Uribe Vélez.
Estuve muy pendiente de la telenovela Escobar el patrón del mal que transmitió el canal privado oligarca colombiano Caracol. Valga decir, que en Colombia han acabado con todo lo público, entre otras cosas, la televisión pública. Y he visto, por algunos comentarios en la prensa, que una vez más, los antioqueños y todos los colombianos, están “aterrados” por la “maldad de ese monstruo Escobar”, todos se rasgan las vestiduras y esgrimen el estribillo bobalicón “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, y exhortan puritanamente a los jóvenes para que no elijan el mal y acojan el bien.
Pues bien, todos sabemos que tras esas expresiones de repudio al crimen, la mayoría de los colombianos admiran profundamente a Pablo Escobar porque él acumuló una de las fortunas más grandes del mundo. “- ¡Uuuff que man más teso”, bueno, “lástima que haya sido apunta de tanto muñeco (léase muerto)”, pero, “uuuff parcero, el patrón era el más de teso de los tesos!”.
Además, la oligarquía repite la perorata que dice el que no conoce la historia está…. porque saben perfectamente, que la fórmula verdadera, es que un pueblo que construye su identidad, con el saber histórico, deja de ser ciego y descubre quién lo ha explotado, y entonces, hace una revolución y empieza a construir su futuro.
Ya lo he dicho, a la derecha no le gusta la historia, no le conviene.
Bueno, y qué decir de Uribe Vélez. Todos en Colombia sabemos que este ser siniestro surgió de la mafia, que el Estado oligarca le convino darle poder a este hombre para ver si “derrotaba” a la guerrilla. Lo que efectivamente no pasó. Lo que sí ocurrió fue que este narcotraficante paramilitar –ahora Senador- durante su gobierno en Antioquia y su gobierno presidencial sembró más la muerte en toda Colombia. Ya es muy conocido el expediente Uribe Vélez: corrupción, paramilitarismo, masacres, mafia, persecución a la izquierda, entrega de la riqueza a los monopolios, asesinatos sistemáticos de campesinos que luego eran disfrazados de guerrilleros, asesinatos a líderes populares, etc. Todos los hombres con los que gobernó Uribe están en la cárcel, menos él, que con su manto de ex presidente, sigue libre haciendo daño, en la más grande impunidad de la historia colombiana. “— ¡Uuuff qué presidente más verraco… eeee ave maría, eesssss que Colombia nunca había tenido un presidente tan verraco, mijo…!”
Estos dos criminales son los “héroes” de la ciudad que hoy encubre sus muertos con flores. De esa “antioqueñidad” de hombres verracos, blancos, rezanderos, ambiciosos, conservadores, comerciantes y demás.
La muerte criminal en Medellín sólo se acabará el día en que ese mismo pueblo enajenado se despierte y haga conciencia sobre la ignorancia y la tiranía a la que ha sido sometido durante doscientos años.
La muerte criminal en Medellín sólo se acabará el día en que un gobierno de izquierda —ya sabemos que los gobiernos de derecha nunca lo van hacer— decida soberanamente dejar de seguir las políticas puritanas e imperialistas norteamericanas y legalice la producción, la distribución y el consumo de la droga, y deje de imitar las políticas policiales y punitivas aprendidas de los yanquis.
Hoy para nuestra tierra pudiera aplicarse perfectamente estas palabras de Freud:
“He aquí, a mi entender, la cuestión decisiva para el destino de [Medellín]: si su desarrollo cultural logrará, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento. […] Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que el otro de los dos «poderes celestiales», el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero quién puede prever el desenlace?”[6]
El 9 de agosto de 2012, el Estado colombiano capturó a Alias “Sebastián”, otro gran capo narcotraficante y paramilitar. Yo no sé si el demagogo presidente Juan Manuel Santos, se cree él mismo, las pendejadas que dice y quiere hacerle creer a los colombianos. El periódico conservador y oligarca, El Colombiano, reseñó en su noticia sobre esta captura lo siguiente: “Aunque el presidente Santos dijo que este fue un «golpe mortal» para esa organización, hay otros cabecillas que podrían heredar el trono ilegal: “Carlos Chata”, “Mateo”, “Don Pepe”, “Adiel”, “Morro”, “Chicho”, “El Montañero”, “Fredy Colas”, etc.”[7]
Todavía recuerdo el día, —en que el Estado en alianza con otros criminales y con EE.UU mataron a Pablo Escobar—, recuerdo como declaraban felices que con esa muerte llegaría la paz a Medellín y a Colombia. Yo no sé cuándo se enterará el pueblo colombiano que los “pablos escobares” y que los “uribes vélez” se multiplicaran eternamente y con ellos, la muerte, hasta que no se resuelvan las causas del conflicto armado colombiano, se acabe la exclusión social, se libere a Colombia del capitalismo, se legalice la producción, distribución y consumo de la droga. Sí, hasta que no ocurra todo eso, la eterna primavera en Medellín seguirá siendo infernal.
Mientras tanto, creo yo, que más bien, en Medellín, deberíamos seguir al pie de la letra, la siguiente lección que nos dejó Ítalo Calvino en su bella obra Las ciudades invisibles:
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuo: Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”[8].
En Medellín además de la muerte hay mucho amor y mucha vida, y es necesario a cada instante, cada segundo, todos los días, en nuestra amada y trágica ciudad, “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
Para terminar, vuelvo a Fernando González, filósofo antioqueño. En Antioquia no sólo se dan los más grandes criminales, también en Antioquia se dan los más grandes pensadores. Yo deseo con ansias ver el día en que nuestra juventud no admire a mafiosos, y admire por ejemplo, a hombres como Fernando González a hombres como Estanislao Zuleta, estos sí, dignos representantes de la sabiduría y la VIDA en Medellín.
Decía pues Fernando González:
“Ciudad paradisíaca es Medellín, por clima, cielo y tierra, por la flora y la fauna, por sus noches y sus días, y por sus muchachas. En cuanto a humanidad, habita allí una gente rara, única que tiene personalidad en Suramérica. Gente egoísta y áspera más que piedra quebrada; hombres de móviles primitivos, muy fuertes. Humanidad prometedora para el educador, pero desagradable en su estado actual de cultura. Hasta hoy ha vivido el medellinense bajo motivación netamente individualista: conseguir dinero para él; guardarlo para él; todo para él. El medellinense tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa, como vaca lechera. Propietario celoso y duro que ofrece un trago de vino de consagrar al forastero, sólo cuando éste penetra a la droguería, a comprar…”[9]
Desde mi actual estadía en la Revolución Bolivariana de Venezuela pienso en Medellín, la amo y me duele, y espero volver a ella, y volverla a recorrer por sus calles, como me gustaba, en las tardes soleadas con mi bicicleta; y ver las flores de colores en Medellín, allí, por todas partes, puestas por la vida, bellas florecitas que no tengan que ocultar muertos.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-a-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-ash2/t1.0-9/31774_102838173096686_2341246_n.jpg[/author_image] [author_info]Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, fundador de la Escuela Zaratustra, autor de los libros «1815: Bolívar le escribe a Suramérica», «Tras los espíritus libres» y «Andanzas y Escrituras». Actualmente reside en Venezuela donde viajó a comprender en profundidad la Revolución Bolivariana. Leer sus columnas [/author_info] [/author]
[2] Mortalidad por homicidio en Medellín, 1980-2007, Saul Franco Agudelo, En: Revista Ciência & Saúde Coletiva da Associação Brasileira de Pós-Graduação em Saúde Coletiva.
[3] Resistencia no armada en Medellín. La voz y la fuga de las comunidades urbanas, Jaime Rafael Nieto López, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Universidad Nacional de Colombia, 2012.
[4] La guerra que desangró a Medellín, Javier Macías, Periódico El Colombiano, Medellín, 9 de agosto de 2012.
[5]http://www.cjlibertad.org/index.php?option=com_content&view=article&id=98%3Amedellin-entre-la-vida-y-la-muerte&catid=25%3Apublicaciones&Itemid=65
porque quedarse con la imagen de la violencia y darle una mala cara a una ciudad que ha tratado de superar todos los años de guerra que se vivieron por culpa de alguien que nació en Medellín.
Medellin no es solo violencia y no solo hay personas que asesinas o malintencionadas.
En MEDELLIN somos mas los buenos que los malos, son mas las mujeres cabeza de familia que salen a luchar por mantener un hogar, son mas los jóvenes que deciden estudiar para tener un mejor futuro.
Una persona que esta fuera no puede mirar las cosas objetivamente y tratar de dañarle la imagen a una ciudad que es excelente.
Se nos olvida que la guajira ha vivido en sequía por mas de un año y que los paisas hicieron la mayor donación de todo el país.