Afrontamos una crisis global de salud como nunca antes se había vivido en la historia. Poder superarla ahora no es responsabilidad de un gobierno o de fuerzas externas, sino que es un asunto del comportamiento individual que contribuye o no a la superación o expansión de un problema que no repara en fronteras. Sin embargo la actuación de nuestros líderes públicos es clave y su ejemplo fundamental para que los ciudadanos podamos entender que es con cada uno de nosotros.
Ser un líder público implica una responsabilidad que va más allá de cumplir bien con la misión y las tareas que la sociedad le ha encomendado a un ser humano. Ser un líder público hoy no es solo fungir con autoridad desde un cargo como alcalde, gobernador, prefecto, presidente, congresista, diputado, empresario, artista, líder gremial, autoridad religiosa, periodista o cualquier rol con una visibilidad pública que es consumida y asimilada por una comunidad virtual o tangible.
Los ciudadanos hoy son prosumidores de una nueva era, donde hay una democracia digital en tiempo real en materia de gobierno e incluso hay instituciones privadas como clubes de fútbol, iglesias, grupos musicales o artistas que se convierten en referentes patrimoniales que son vehículos de ejemplo para miles de usuarios en redes, chats, medios masivos e incluso en las calles, parques, centros comerciales o zonas rurales; pocos se escapan hoy de un lente en un celular donde se les registra y compromete.
Este ejercicio en tiempo real implica que el líder público está en la obligación de comprender que ya no existe el time out en el contacto con sus audiencias, sino que estas demandan y consumen todo lo que estos producen y lo interpretan como ejemplo o tema digno de una discusión o discernimiento colectivo en ese rol de jueces implacables que les otorga la virtualidad donde hacemos pedazos la opinión y hasta la vida misma de otras personas a partir de su compartimiento, palabras, gestos e incluso frente a los lugares que frecuenta o las decisiones que toma. Toda una discusión sobre la vida íntima de quien lidera en lo público, frente a la cual solo nos resta la consciencia de lo que hacemos público o el blindaje de aquello que el líder o su círculo más cercano quiere proteger.
Cuidar cada publicación en redes sociales y medios de interacción, desde fotos de perfil, estados, interacciones, videos, textos o todo lo que haga público y que sus audiencias puedan conocer, incluso con toda la claridad posible y pensando en su potencial mala interpretación. Entender que todos los anuncios, decretos, invitaciones, llamados que se hagan a sus audiencias deben ser puestos en práctica por el mismo líder y su familia de manera coherente para evitar mal ejemplo y distorsión del mensaje; comprender que las crisis demandan de los ciudadanos abundante información y repetición de los mensajes claves desde la persona del vocero o sus canales oficiales, sin olvidar que el emisario es el mensaje en un alto porcentaje desde la narrativa del liderazgo.
Claridad, emocionalidad y memorabilidad son tres claves que no me canso de repetir para una comunicación exitosa y más si se da desde un líder público hacia las audiencias de interés. Recuerde que todo comunica incluso sus silencios, vestuario, gestos, presencia, ausencias, miradas, contactos o distancias físicas y virtuales.
Todo el tiempo un líder público está en la obligación de comprender que es ejemplo para cientos de personas y la coherencia y consistencia de sus actos y palabras debe medirse en clave no del propio capricho, las presiones o emociones a las que esté sometido; sino de la enorme responsabilidad que tiene, máxime si sobre sus hombros recaen responsabilidades de liderar un gobierno en tiempos de crisis.