Indiferente de quien salga ganador y electo presidente de Colombia este domingo, lo cierto es que las elecciones a partir del pasado 11 de marzo ya no son las mismas. Hemos entrado en un maravilloso proceso de conciencia del voto y aspiro se pueda ver reflejado en las próximas elecciones regionales a realizarse en octubre de 2019.
Desde el día de las votaciones a Congreso se pudo ver a las claras como una ciudad como Bogotá, la más importante del país, derrotaba las maquinarias tradicionales y le daba paso al voto por convicción. Y generalmente lo que empieza en la capital suele irse propagando al resto del territorio nacional.
Era como la alborada que anunciaba la fuerte crisis de los partidos políticos, que, si bien es cierto, lograron importantes resultados representados en múltiples regiones, no lo pudieron hacer, o no como lo esperaban, en las principales ciudades. Sismo éste que vino a tener como momento culmen los resultados de la primera vuelta presidencial.
Los dos anteriormente mentados “gloriosos” partidos Liberal y Conservador, hoy son un cascaron con amplia representación parlamentaria regional, pero sin ninguna opción de poder real presidencial ni en las principales capitales departamentales; basta tan solo con mirar los lamentables resultados obtenidos por Humberto De La Calle y la triste realidad de los azules quienes llevan varias elecciones sin proponer candidato propio.
Esos partidos ya no representan a las mayorías y no precisamente por su desgaste presente, sino por décadas de malos gobiernos y por la pérdida de identidad en sus propuestas ligada a la sed de poder. Desde el nefasto Frente Nacional, pasando por el llamado Proceso 8000, los colombianos perdieron la pasión por los trapos azul y rojo y dieron vida a otras expresiones, disidencia de las anteriores, que hoy también se encuentran en vía de extinción.
Son pocos entonces los partidos políticos que guardan coherencia y que en todo caso superan la coyuntura del poder de turno, garantizando una línea ideológica propia de sus principios rectores y que, para todos los efectos, agrupan a sus miembros representativos sin rebeliones o divisiones, más allá de sus discusiones internas, propias de cualquier democracia.
El Centro Democrático, el Mira y el Polo Democrático son ejemplo de esas características; no obstante, tan solo el primero tiene una verdadera posibilidad de permanencia en el tiempo. Basta con entender el momento histórico que vive hoy el partido del ex presidente Uribe y que a todas luces empieza un relevo generacional en cabeza de Iván Duque, el cual, si llega a ser elegido Presidente, deberá asumir como jefe natural de su partido y le permitirá a su gestor iniciar un retiro tranquilo con la certeza que los postulados que lo convierten en el político más importante de la historia reciente de nuestro país, tendrán vigencia más allá de su historia en lo público.
Para el caso del Polo, su futuro no pareciera ser tan claro. La izquierda en nuestro país demuestra ser la mayor expresión de la “antropofagia política”; pareciera que dentro de sus premisas estuviera el acabar con su símil para reinar en un pequeño escenario de poder opositor. Y aunque en materia de unidad en las decisiones parlamentarias gozan de salud, sus actos demuestran que son más el resultado de una necesidad de cohesión que el verdadero futuro de un pensamiento con múltiples vertientes.
Cambio Radical, el Partido de La U y el Partido Verde, dependerán de las coyunturas que puedan permitirse en las venideras elecciones regionales. Ninguno de los anteriores goza de tener con verdadera salud y proyección de poder a algún líder nacional. Germán Vargas acaba de sufrir la más dura derrota de su vida política y tal vez haya marcado su fin en las gestas electorales a nombre propio; La U tiene como sus más reconocidos exponentes a Roy Barreras y Armando Benedetti, ambos seriamente criticados y cuestionados por sus fluctuantes posiciones, y los verdes pugnan internamente en una colcha de retazos que les ha permitido tener vigencia regional y nacional pero que claramente no imprime coherencia ideológica, lo cual es fácil de corroborar solo con ver la bancada de concejales de Bogotá.
Algunos entonces se preguntarán ¿acaso Fajardo no es el máximo representante del Partido Alianza Verde? Y pues la respuesta es NO. El exgobernador de Antioquía se inscribió como candidato a la Presidencia de la República por el movimiento “Compromiso Ciudadano”, fueron los verdes quienes adhirieron luego y se conformó ese frente amplio de centro-izquierda.
Bajo este panorama, lo que más preocupa es el hecho cierto que estamos como hace 200 años, sometidos al imperio caudillista, esperando que surja un mesías que nos rescate del estado de estancamiento de nuestra economía, que no coneste con la corrupción, que tenga una política clara con respecto a una reforma agraria innovadora y que garantice una sana estabilidad del sistema pensional y de salud, sin que eso implique aumentar la edad de pensión, lo que convertiría este modelo más que en la garantía de una vejez digna, en un bono exequial y funerario.
Es necesario refundar los partidos y movimientos políticos, pero no por medio de personajes que buscan su propio beneficio a través de estas acciones. Lo esperanzador es que es la misma ciudadanía quien está obligando a la clase política a tomar estas decisiones. Las redes sociales y los medios digitales han cualificado el voto y aunque aún estamos a merced de las noticias falsas y la publicidad negra, son millones de colombianos los que hoy definen el voto por principios y programas.
Estamos entonces ad portas de un verdadero cambio en la forma de hacer política, y esto ocupa varios riesgos: puede entonces ser que Colombia logre ser una democracia avanzada donde los verdaderos modelos de decisión estén enmarcados en lo ideológico y propositivo. O que el hambre de poder sea más grande y un autoproclamado mesías pueda llevarnos a los nuevos modelos de dictaduras “democráticas” que han hecho tanta carrera en los últimos 20 años.