Todos los colombianos nos tenemos que preparar para tener un presidente de izquierda y que haya sido guerrillero incluso, y es posible que también para un ministro de defensa proveniente de las Farc. Seguramente habrá paros de camioneros, boicots en los medios privados, capitales financieros importantes que se vayan y ruido de sables, o sea, amenazas de golpe militar. Pero así es la democracia, pues será nuestro presidente legítimamente elegido y tendremos que respetarlo y seguir sus decisiones, si son dentro de la ley. Son las reglas del juego y las tenemos que respetar. Le harán muchos una oposición fuerte, habrá presiones externas si hay nacionalizaciones, pero los ciudadanos de derecha no podrán decir que es ilegítimo debido a su ideología, su pasado o algún rasgo de su carácter. Habrá que pactar con él algunos límites, vigilar que no haga una Constitución a su amaño, y que no copte a las cortes y a los organismos de control, pero no tendrá sentido decirle comunista indeseable o cosas así, porque esa frase ya es un anacronismo, y además el insulto le puede halagar más que molestar, aunque él no sea tal cosa.
SIN EMBARGO: ¡ESO NO VA A PASAR ESTE AÑO!
Y no va pasar porque el próximo presidente, casi seguramente, será Iván Duque del Centro Democrático. No será este el año en el que tengamos presidente de izquierda, pero quizá sí dentro de cuatro años, viendo los resultados de la primera vuelta, o si no, muy probablemente dentro de ocho. Esto porque es bien posible que la siguiente elección presidencial en el 2022 la ganen unidos los tecnócratas del centro en segunda vuelta, quienes en las semanas pasadas ya aprendieron la lección de no intentar ser llaneros solitarios mesiánicos y moderados a la vez, porque esas cosas no combinan. Pero es casi seguro que en 8 o 12 años máximo tengamos un gobierno de izquierda, liderado o conformado en parte por exguerrilleros de diferentes orígenes. Hay más de una cuarta parte de los votantes actuales que así lo quieren hoy, muy convencidos por cierto de su decisión, y por ello no es improbable que suban a la mitad más uno en tales fechas. Y tendremos que aceptarlo así los de centro y los de derecha, y hasta los de izquierda que no se sientan representados por él. En Nicaragua gobierna un líder exguerrillero que ganó la primera vez a través de una revolución, y el jefe principal de la guerrilla boliviana ha sido el vicepresidente de ese país por largos años, por no hablar de Dilma en Brasil y Mujica en Uruguay, que ahora son al mismo tiempo exguerilleros y expresidentes. Es lo normal. NO SOMOS CIUDAD GÓTICA. Aquí también pasará, muy probablemente.
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De la misma manera, como estamos aceptando el juego de la democracia y tenemos que ir preparando a todo el mundo para un gobierno de izquierda e incluso ex revolucionario más adelante, el país también debe prepararse para el cercano gobierno de derecha que presidirá Iván Duque y que será orientado por el Centro Democrático. Así como en un tiempo los de derecha tendrán que morderse la lengua antes de decir que no respetarán la elección de un exguerrillero, los de izquierda deberán también tragarse el sapo y referirse a Duque a partir del siete de agosto como el Señor Presidente. Ni Petro es comunista, porque lo ha dicho y porque su guerrilla no era de esa orientación, ni Duque es fascista, porque también es un anacronismo y nunca ha sugerido salirse de la democracia. Si bien es absurdo decir que Petro es un títere del Chávez ya muerto, no lo es menos afirmar que Duque fundó el paramilitarismo sabiendo que en esa época él apenas estaba haciendo la primera comunión. Unos y otros a tragarse el sapo, y en el turno que les corresponda. Así es la democracia.
Pero los del centro político también debemos disciplinarnos. Tanto ahora que gane la derecha, como cuando venga un gobierno de izquierda enfático o más que eso, vamos a tener que dejar esa manía maniqueísta que nos dio por montarnos, de ubicar a nuestros derrotados líderes en un panteón absurdo, como si no sudaran y no tuvieran también sus pequeños y grandes errores políticos. Ya basta de ponernos a nosotros mismos como unos puristas de la abstención o el voto en blanco, anonadados con la radicalidad del pueblo colombiano, que en primera vuelta supuestamente cayó en la sinrazón de los extremos. Eso no está bien, porque si se respeta la democracia hay que respetar a los electores y a sus decisiones, y ellos no votaron por el centro. De hecho, los del centro ya tendríamos que estar decidiendo para esta segunda vuelta quien de los dos finalistas puede llegar a ser mejor gobernante, y votar en consecuencia, en vez de meter la cabeza en la arena como hacen tontamente las avestruces asustadas que por su tamaño no tienen donde esconderse. Por eso no estoy de acuerdo con el voto en blanco, ni con la abstención, aunque sí con el voto secreto, e incluso lo sugiero, aunque antes tenía dudas al respecto.
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Mejor dicho, salvo una sorpresa electoral bastante improbable, ya está claro que hay una nueva Unidad Nacional que va a gobernar Colombia muy probablemente los próximos cuatro años. Los líderes de ese gobierno van a ser las personas del Centro Democrático, y los que Duque seleccione entre los viejos y los nuevos líderes de la derecha, haciendo un difícil equilibrio entre autonomía y sometimiento al partido y por supuesto al propio Uribe. Pero además, Duque logrará aprobar las leyes que proponga porque su bancada es sólida, pero sobre todo debido a que tiene ya el apoyo público también de las bancadas nada despreciables de Cambio Radical, el Partido Conservador y el Partido Liberal. Esta es la nueva Unidad Nacional. La izquierda dirá que es otro Frente Nacional, los de centro bajarán la cabeza como quien evita ver una desnudez accidental, pero nadie podrá decir que es ilegítimo ese gobierno, porque eso sería como declarar anticipadamente no válido el gobierno de izquierda que en unos años inevitablemente va a tener Colombia.
Con el de izquierda habrá que pactar o presionar para que supuestamente no “venezolanice” la economía colombiana como dice la derecha, ni que rompa la alcancía para hacer populismo con aspiraciones de reeleccionismo prolongado al estilo de nuestros vecinos andinos. Pero con el de derecha también toca dejarle en claro que el proceso de paz no puede desmantelarse o cosa parecida, aunque es probable que tampoco se lo permitirán sus nuevos aliados. Sobre todo tiene que entender que los tiempos del uribismo aplanadora con casi 70 por ciento de popularidad, ya quedaron atrás, por lo cual no le puede dar rienda suelta a los fanáticos de su partido sino a los moderados (que son muchos más de los que se piensa). Lo debemos en síntesis invitar a todos a intentar gobernar con el tonito sereno que ha mostrado últimamente y no “cargado de tigre”.
Por último quiero insistir en que los que no votamos por este candidato Duque o por el otro finalista, Petro, no podemos hacer igual que nuestros derrotados líderes del centro, que como niños ricos en barrio pobre se van con el balón debajo del brazo para la casa porque les cantaron un penalty supuestamente injusto. Yo creo que debemos votar por uno de los dos que quedaron, el que consideremos que puede hacerlo mejor, con todas las consideraciones del caso. Con un cierto pudor si se quiere, como cuando las personas tímidas entregan muestras al laboratorio médico, incluso con un secreto hermético si se quiere, aunque esto nos cree problemas a ambos lados del espectro político y no solo con uno de ellos. Pero hay que ir a votar, y nada de dejar el tarjetón sin marcar o hacerlo anular con chistecitos gráficos ni votar en blanco. Mirar de frente a los dos sujetos en la foto y tachar uno con un suspiro, sabiendo que esos colombianos también quieren un mejor país para sus hijos, aunque piensen que pueden lograrlo de tan disímiles maneras. NO AL VOTO EN BLANCO.
Vía EL MUNDO