Desde mediados de 2017 Estados Unidos y Corea del Norte iniciaron una confrontación mediática determinada por los constantes ensayos balísticos por parte del régimen de Pyongyang, al tiempo que crecían los temores en Occidente por la supuesta capacidad nuclear de este país. La situación llegó hasta tal punto, que en su momento diversos analistas internacionales plantearon la idea de una posible confrontación nuclear. No obstante, el panorama en lo que va del 2018 ha cambiado sustancialmente: la idea de una tercera (y tal vez última) guerra mundial ha desaparecido y hoy parece estar cerca una reunión entre Donald Trump y Kim Jong-un para discutir la posible desnuclearización de Corea del Norte. No obstante, en la actual redefinición del orden internacional parece que el verdadero problema de la nuclearización no está en los Estados hostiles (como los denomina Estados Unidos), sino en la transacción privada de material nuclear.
Es clave recordar que las dos Coreas vienen teniendo una serie de encuentros preparativos de cara al 27 de abril, día en el cual se va a realizar la cumbre intercoreana que no se efectúa desde el cuatro de octubre de 2007. En aquel momento la cumbre se realizó entre el encargado de la defensa y comandante del ejército de Corea del Norte Kim Jong-il y el presidente de Corea del Sur Roh Moo-hyun. El objetivo del encuentro fue reactivar las negociaciones y la cooperación para poner punto final a la hostilidad entre ambos países desde la década de 1950. Pero más allá de esto, la preocupación creciente sobre esta guerra abierta ha sido la radicalización del régimen norcoreano y la amenaza nuclear, sobre todo, para Corea del Sur, Japón y Estados Unidos.
El tema nuclear tomó relevancia en el orden internacional en el período de la Guerra Fría. De hecho, la no confrontación entre los dos grandes bloques, Estados Unidos y la Unión Soviética, estuvo determinada por su capacidad disuasiva nuclear; todo se resumía en la sigla DMA: Destrucción Mutua Asegurada. Luego de la implosión soviética otros países adquirieron la capacidad para el desarrollo nuclear bélico y, además, se empezaron a rastrear transferencias ilegales de material nuclear por parte de grupos del crimen organizado transnacional. De acuerdo con Henry Kissinger, los países que adquieren dicha capacidad deben superar tres obstáculos: primero, adquirir sistemas de lanzamiento; segundo, producir material fisible; y tercero, construir ojivas. En este sentido, al parecer Corea del Norte ya superó estos obstáculos, pues según información pública de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos, Pyongyang cuenta con un misil con ojiva nuclear, otras 60 armas nucleares menores y todos conocemos sus ensayos con lanzamientos hacia el mar.
El asunto de la proliferación nuclear es entonces una gran preocupación y de hecho ha quedado expresado en el marco de las Naciones Unidas en cuatro grandes líneas: buscar frenar el enriquecimiento de uranio, permitirlo hasta límites del 20%, exportar el uranio enriquecido en países como Corea del Norte e Irán hacia Francia o Rusia para crear barras de energía y permitir que algunos países posean uranio enriquecido al 20% con fines pacíficos. Sin duda, la reunión de los próximos días será un gran avance diplomático para la desnuclearización de la península. Pero el problema sigue estando allí: la proliferación nuclear en manos de privados como grupos terroristas y el crimen organizado transnacional. Parece entonces que la redefinición del orden internacional pasa necesariamente por pensar el problema más allá de los Estados y de las amenazas que estos puedan generar, pues de una u otra forma los canales diplomáticos siguen siendo efectivos y las guerras lejanas. Es momento de repensar dónde se encuentra el foco de la amenaza nuclear.
Pedro Piedrahita Bustamante