El duelo

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“A la memoria de mi padre, mi hermano y todos los seres amados que han partido”

Encendí el cigarrillo y cerré los ojos, dejando que esa primera bocanada de humo se descargara con violencia sobre mi cuerpo. Sentí la suave brisa de la noche, húmeda, fría, pero deliciosa. Dejé que el silencio se mezclara con las sombras mientras mi mente se liberaba de todo pensamiento, pero cuando los pensamientos se marchan de la mente, llegan los recuerdos. Y fue allí, donde volvió a mi memoria la imagen de mi padre y de mi hermano, marchados demasiado pronto de este mundo. Marchados demasiado seguidos uno del otro. Y al sentir la brisa que se mezclaba con la reminiscencia de sus rostros, de sus voces y sus gestos, no pude evitar pensar en el duelo. Aquella palabra tan temida y odiada por muchos, pero tan necesaria para otros, para casi todos. Y es este el tema de que me gustaría hablar en esta ocasión,  del duelo ante la pérdida del  ser amado, sea cual fuere.

Nadie está preparado para la llegada de la muerte, y menos de un ser querido o amado, simplemente pensamos en esta realidad actual sin ser conscientes de que el tiempo pasa, y con él nos vamos marchitando, unos por la edad, otros por la enfermedad, y otros… bueno, otros porque simplemente así debía ser, repentina, abruptamente, tal y como el destino tiene marcados los caminos. Es por esto que nunca pensamos mucho en el momento de decir adiós, porque no pensamos en la muerte como parte de la vida, simplemente pensamos en la muerte como el final de esta. Y resulta importante tener en cuenta que nadie, por más que tenga o aunque carezca de todo, tendrá el momento de ver partir a sus bien amados, o partir uno mismo dejando en otros ese mismo dolor.

Pero, que es el duelo, si no el proceso de aceptación de la pérdida de un ser querido, lo que lleva a la adaptación emocional ante la ausencia. Sentimos que con el ser amado que se marcha todo, se marcha también una parte de nosotros, pero debemos tener claro que la vida nuestra aún sigue su curso, sigue sus horas y sus días, y en esos días posteriores a la partida, nuestros corazones deben aceptar la nueva situación que enmarca nuestras vidas, con la ausencia, con el dolor, porque sentir dolor por la pérdida no es malo, lo que resulta poco sano es alimentarlo durante demasiado tiempo, y  debemos entender algo aquí, que ese dolor se puede tornar malsano cuando nos obsesionamos en atizarlo cual fuego al que se le arroja leña, simplemente debemos dejar que arda la llama hasta el punto que no queme nuestras almas. Y aquí radica la importancia del duelo, que nos ayuda a cambiar esa sensación de dolor ardiente en recuerdos cargados de amor. ¿Difícil?, si, nadie dice lo contrario, pero necesario para que podamos seguir con nuestras vidas, porque otros dependen de nuestra atención, porque así como el que se fue nos dejó una herida profunda en el corazón, nosotros debemos procurar por no dañar los corazones que quedan a nuestro rededor.

En el momento que se acepte la realidad de que nuestras vidas continúan y que el escenario cambia en nuestra cotidianidad (dependiendo de qué tan influyente fuera la vida que se apagó), las lágrimas irán tornándose en recuerdos, en esos recuerdos de los cuales debemos aferrarnos con amor y no con dolor, hasta que vuelva a dibujarse una sonrisa en nuestros rostros. Recuerdos que nos hacen ver la vida con otra lente, y nos dejará al final una lección de vida con la muerte, nos hará entender lo necesario de valorar las pequeñas cosas ante la inmensidad de la vida, que queramos o no, resulta demasiado frágil.

Se marchitan los momentos que compartimos con nuestros seres amados, y nos resulta inevitable esa horrible imagen surrealista del féretro que contiene una vida que se va llevándose un poco de la nuestra, pero es necesario desde aquel momento comenzar a aceptar que parte de nuestro dolor radica muchas veces  en el egoísmo que tenemos de perder al ser amado, porque, lo digo en mi caso en particular, los seres queridos sufrían cada hora que pasaba y solamente la muerte resultó un alivio a esas dolencias, porque no había cura alguna, o porque la fragilidad de sus cuerpos les impedía volver a ser lo que fueron antes, llevándose por tanto quien se marcha, una gran carga de dolor y frustración. Es así que, aceptar que es el momento de dejarles ir, puede inclusive ser beneficioso para que ellos se marchen tranquilos y nosotros tengamos la sensación de que fue como debía ser, menguando esto nuestra sensación de dolor por no tenerlos más tiempo con nosotros.

Nunca superaremos la partida del ser amado, pero si aprenderemos a vivir con su ausencia, de allí la importancia del recuerdo. Este no puede ser con tristeza, este debe ser con amor, con el mismo amor que se profesó en vida, con el mismo amor que compartimos las grandes y las pequeñas cosas. Es por ello que debemos dejarles partir, y nosotros darnos la oportunidad de continuar construyendo nuestras vidas, sembrando nuestros recuerdos en otros, dando gracias por haber tenido el privilegio de haber conocido al ser que ha partido, e intentar dejar la mejor de nuestras huellas, la más nítida y hermosa en quienes nos rodean.

Alejandro Alberto Arroyave López

Alejandro es estudiante de ultimo semestre de Derecho vinculado a la rama judicial. Ha estudiado musica en Bellas Artes y en la escuela Popular Artes. Apasionado de las artes plásticas y de la literatura.