A mí me gusta mucho contar historias y hoy les voy a contar una, pero antes quiero plantear una breve idea sobre los acontecimientos recientes del proceso de paz, del cual siempre he sido simpatizante, como bien saben. No es noticia que los fieles seguidores del honorable senador digan que no se entregaron la totalidad de las armas y que hay muchas por ahí encaletadas, e incluso auspiciadas por la Unión Soviética. Pero bueno, este tipo de intentos de sabotaje ya no son noticia y no debería dársele tanta importancia mediática.
En lo personal a mí me alegra saber que ya han entregado las armas, no sé si en su totalidad y no soy nadie para asegurar una u otra cosa, pero un grupo armado ya sin armas de dotación es una cosa linda; aparte del hecho per sé, considero de importancia simbólica que los desmovilizados que antes dormían con el fusil al lado y demás munición encima, hayan decidido cambiar de estilo de vida. Hay que seguir adelante, con baches de todo tipo.
Ahora sí, el tema que nos compete. Yo llevaba casi dos años en mi búsqueda de empleo, entonces a pesar de no estar del todo convencida me decidí a llevar mi hoja de vida de politóloga a la Alcaldía de Envigado. Llegué yo en mi silla de ruedas y después de preguntar por todos lados, me dirigieron al despacho del alcalde Raúl Cardona, en donde su secretaria me recibió la hoja de vida, luego de mirarme con esos ojos tan típicos, que se encuentran en el umbral de la admiración, la ternura y la incredulidad.
Muchos días después, recibí la llamada que ya se me había olvidado que eventualmente recibiría, “Hola Valeria, te estoy llamando de la Secretaría de Bienestar Social de Envigado”. Les confieso que me alcancé a emocionar, porque todos los temas de inclusión social me gustan y yo estaría encantada de trabajar como politóloga en tales asuntos.
Me citaron para conversar de mis aspiraciones en la vida, estuve de acuerdo y acudí a la reunión, que no quedaba en la sede administrativa del municipio sino en otro lugar, que por cierto es bastante tortuoso de llegar sobre ruedas, dado que la accesibilidad del espacio público en este municipio, deja bastante que desear (Vivo al frente de Il Forno, diagonal a Otra Parte y no puedo ir a tomarme una copa de vino en paz, por decir cualquier cosa).
Mis aspiraciones se desmayaron cuando me enteré que Raúl Cardona, vio mi hoja de vida seguramente acompañada del comentario de su secretaria, que supongo yo era algo así como, “Por aquí vino una niña en silla de ruedas a dejar la hoja de vida, usted la viera doctor, era como toda chiquita disque politóloga y me exigió que se la entregara a usted”, a lo que el señor alcalde debió responder “¿Si? ¿Silla de ruedas? No se diga más, mándela de una para el programa de discapacidad”. Terminé entonces en el programa de discapacidad de Envigado, como me notificaron aquel día, empezando con citación a mil talleres y reuniones, a los que por supuesto no fui.
Los programas de discapacidad y yo no nos entendemos, de inclusión laboral para personas con discapacidad que era específicamente donde yo estaba, tampoco. Porque mezclan a todos con todos y toda persona con discapacidad es un pequeño universo con necesidades específicas y muy diferentes entre sí, que simplemente no se pueden meter todas en el mismo costal, como pretenden hacerlo las administraciones a través de sus dependencias de inclusión, o ¿Más bien segregación?
Me logré salir de eso cuando encontré otro trabajo, como politóloga y donde no tengo nada que ver con inclusión ni con discapacidad, porque la mía ni siquiera importa, otra cosa linda expresada en este escrito. La inclusión de verdad, no la segregación social disfrazada de inclusión, es otra forma de hacer la paz día a día.