Estado y economía sustentable

Algunos creen que una economía sustentable implica volver a la era de las cavernas: rechazar todo avance tecnológico, consumir lo mínimo y decrecer. Sin embargo, esa no es la única alternativa ni la más práctica. Los avances tecnológicos dan la posibilidad de una “nueva economía”, donde es posible producir menos consumiendo lo mismo.

Las nuevas tecnologías pueden ser depredadoras o protectoras del ambiente. Del mismo modo la economía puede ser destructiva o constructiva. Un ejemplo constructivo es la llamada «economía colaborativa», que por su traducción en inglés realmente se denomina economía del compartir («sharing economy»).

Los modelos «colaborativos» se basan en obtener los beneficios de los bienes sin poseerlos: quienes tienen activos los “comparten” con quienes no los tienen a cambio de una retribución económica. Estos modelos han crecido últimamente gracias a las aplicaciones tecnológicas (App) descargables en dispositivos móviles que facilitan el encuentro entre la oferta y la demanda.

Así, Uber® permite usar el carro de otro, Airbnb® permite usar la casa de otro, Amazon Web Services® permite usar los servidores de otro, Amazon® y Alibaba® permiten usar las tiendas de otros, y Netflix® permite usar las películas de otro. En estos modelos de negocio se vende el servicio de uso para que el cliente no tenga necesidad de comprar el producto.

Estos negocios son más rentables que los tradicionales: el costo de producción baja (pues se producen menos unidades) y el bajo precio del servicio permite el consumo a más personas generando ingresos masivos. La rentabilidad no está dada por producir y vender más o a un precio más alto, sino porque más consumidores usen el mismo producto a un precio más bajo. De esta manera la economía colaborativa permite la democratización del consumo.

Esta es una tendencia en expansión tanto en mercados existentes como en nuevos mercados, como es el caso de los vehículos autónomos que cambiarán el transporte y el caso del uso de dispositivos móviles que se prestará como servicio, respectivamente.

Los modelos de negocio colaborativos son la base de la economía circular, donde todas las materias primas del proceso productivo son susceptibles de ser reutilizadas por las empresas en sus nuevos productos.

La sobreexplotación del planeta por parte del hombre se debe a una economía lineal donde las utilidades de las empresas dependen del desperdicio. En el modelo lineal, las empresas tienen más utilidades si las personas desechan sus antiguos productos y compran unos nuevos, generando así cantidades exponenciales de basura no biodegradable.

En contraste, los productos de la economía circular (por ejemplo los teléfonos celulares) podrían ser manufacturados con piezas reutilizables y alquilados (no vendidos) al consumidor. De esta manera, el consumidor puede devolver su teléfono a la empresa productora cada vez que quiera cambiar su teléfono celular. Así se evita que se extraigan cada vez más materias primas y se minimiza (o anula) la producción de basura.

De esta manera, la economía circular colaborativa no solo disminuye la producción, aumenta la rentabilidad y democratiza el consumo, sino que también disminuye (o anula) el uso de materias primas y la producción de basura.

Bajo la lógica de la economía circular “colaborativa” no es suficiente que se cambie la producción de energía fósil altamente contaminante por energías más sustentables como la solar, pues hasta los paneles solares necesitan materias primas no biodegradables para su producción. Esta nueva economía permite además que los paneles solares puedan ser alquilados a los usuarios para que al final de su vida útil vuelvan al productor para ser reutilizados.

Sin embargo, para que la economía circular colaborativa pueda superar los riesgos del cambio climático, se hace necesario no solo el cambio tecnológico, sino también un cambio cultural e institucional liderado por el Estado, principalmente en cinco aspectos: (1) financiar investigaciones e iniciativas económicas que promuevan la economía circular y colaborativa; (2) legislar para facilitar que este tipo de empresas se creen y expandan; (3) promover un cambio cultural en la sociedad para que las empresas y los grandes dueños “compartan” sus activos, y para que los consumidores elijan alquilar y comprar servicios reemplazando así la compra (posesión) de activos; (4) impulsar modelos alternativos de financiación donde los flujos de caja y tasas de interés se acomoden a las necesidades de estos modelos de negocio; y (5) liderar la economía circular y colaborativa a través de la provisión del uso de activos a un costo diferencial para los más pobres.

Esta columna fue realizada por uno de los miembros del IBSER.

Juan Pablo Durán Ortiz

Economist and Master of Science in Finance. Eafit University (Colombia).
Master of Science in Urban Studies and Planning. MIT (US).