Un virus de toda la vida

Obra de: Andrea García Zuleta

Sentimos temor por algo que no podemos ver pero que amenaza con destruir nuestro cuerpo, cuando en realidad el virus de la indiferencia, un virus tan notorio y tan palpable ya ha mancillado nuestro interior”


Un año terminaba dándole paso al 2020, cifras muy prometedoras, muchos pensábamos que este sería un año determinante en el que nuevos cambios llegarían ¡y qué cambios! Mientras se daba este tránsito de fechas, una noticia atemorizaba a una parte de la población mundial, un nuevo virus habría llegado “pobres chinos, por allá si les pasan cosas” eran los comentarios de muchos de nosotros que pensábamos que las crisis solo ocurrían en Asia y la destrucción en Nueva York, o al menos así debería ser siempre según las películas. La noticia al igual que el virus se expandía como si el viento lo llevara consigo cada vez a más naciones y la nuestra no fue la excepción, Colombia un país donde nunca pasa nada, nada aparte de la guerra, la pobreza, las masacres y la corrupción, ya tenía su primer caso confirmado de coronavirus.

De repente todo cambió, el miedo y la desconfianza estaban en el ambiente, las sonrisas se ocultaron bajo los tapabocas y las calles quedaron vacías, a medida que pasaban los días comenzaban los estragos de una cuarentena estricta pero necesaria, el hambre comenzaba a hacer estragos y hasta tuvo su insignia, una bandera roja era símbolo de la escasez de alimentos en muchas familias.

Pero la realidad es otra o mejor dicho no es más que la misma, la de siempre, durante años muchas familias han tenido izadas banderas rojas invisibles, digo invisibles porque se vuelven transparentes ante nuestra indiferencia, han sentido hambre, han llorado en silencio ante la necesidad, y nosotros durante años hemos llevado puesto un tapabocas que nos silencia, nos impide al menos modular, callamos ante el escandaloso sufrimiento ajeno, creemos que con sentir lástima es suficiente y entonces nos vanagloriamos de ser buenos seres humanos porque nos compadecemos mentalmente de todo el que según nuestro criterio está sufriendo, cuando en realidad, de humanos solo tenemos el adjetivo que por título científico se nos otorga. La empatía es la palabra de moda por estos días, pero como muchas veces en el mundo de la moda, resalta por ser llamativa y no porque se use colectivamente, entonces me pregunto ¿Cuánto más debemos esperar para actuar? ¿hasta dónde debe llegar el sufrimiento de tantos semejantes? No sé si tenemos alguna limitación cognitiva y por ello no nos damos cuenta que el país sufre y se desangra desde el núcleo de cada hogar, que tenemos un gobierno que, en vez de dirigirse a su pueblo, lo digiere; pero nuestro silencio se vuelve cómplice y se agudiza cada vez más entre nosotros y desde nosotros.

Sentimos temor por algo que no podemos ver pero que amenaza con destruir nuestro cuerpo, cuando en realidad el virus de la indiferencia, un virus tan notorio y tan palpable ya ha mancillado nuestro interior; se nos dice constantemente sobre la necesidad de aprender a decir NO y nos lo hemos tomado tan en serio que no sabemos pronunciar más que esta tajante respuesta, elevemos nuestra mirada y no en busca de una señal divina sino en busca de ese horizonte que nos lleva a los paisajes más hermosos desde lejos pero que de cerca es el hogar de tantos que hoy esperan el despertad de tantas mentes y tantos seres que han nacido para servir pero hoy son servidumbre de esa clase oligarca mal llamada gobierno.

La invitación es a reinventarnos luego de esta cuarentena, sí, pero reinventarnos desde el ser para llegar a un estado personal donde no tambaleemos al brindar un plato de comida, donde podamos regalar también un poco de dignidad al otro, esa misma dignidad que nosotros mismos les hemos arrebatado al creernos superiores al vernos más limpios, no olvidemos que si hoy nos sentimos más limpios es por el exceso de antibacterial y no porque seamos tan puros como pensamos; que podamos obrar con transparencia y con amor, no porque algún credo así lo dicte, ni por promesas de cielo ni amenazas de infierno, sino porque somos seres vulnerables ante la enfermedad y ante la desgracia, y porque la pandemia de la pobreza siempre estará latente en nuestra patria.

Mateo Hernández Medina

Soy enfermero con énfasis en urgencias y emergencias médicas, docente universitario en el área de la salud y docente de artística, ex coordinador de salud en alguna JAC de la ciudad de Medellín, perteneciente al movimiento comunal, fiel amante de la coca cola.

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