Yo me miro, nadie nos mira

La cartelera de Medellín se muestra engalanada con la propuesta de Julia Solomonoff, un cine contemporáneo que abraza las angustias del ser humano.

Este es un drama para todo el que haya soñado con irse para ser, dejar su tierra para apostarle a la grandeza y creer que puede crear todo cuanto ha querido. Este es un drama para el que haya sentido angustia al no lograr desprenderse del pasado para ser en el ahora. Este es un drama para el que haya reconocido en sí mismo ese grado de humanidad que se resiste a aceptar con humildad y sin prejuicios su presente. Este es un drama para todo aquel que haya ganado algo, haya perdido mucho y crea que puede lograrlo todo.

A veces la soledad nos hace bastante contemplativos, nos permite mirarnos para liberarnos, entregarnos a otros deseos, a otras búsquedas, traspasar los límites de lo imaginado y flexibilizar los estándares de lo esperado. Nos enfrenta constantemente a la presencia de nuestras luces y sombras, y cuando es el camino el que se oscurece la vida nos pide que hagamos algo más: vivir con la calma del compás de las marejadas. Trabajar, luchar, no desfallecer.

Y es que hay búsquedas que por momentos emocionan ante la posibilidad de alcanzar un objetivo, pero que fácilmente, y a veces sin motivos aparentes, también desencantan y se desdibujan desde la incomprensión de los propios deseos y la dificultad de reconocer la necesidad de enfrentar obstáculos que complejizan el camino.

Nico Lenke está sumergido en su propia lucha interna entre continuar o claudicar, buscar o resignarse, perdonar o recordar, vivir en el ahora, soñar con el futuro o abandonarse ante la gloria del pasado. Un bello hombre danzante entre la nostalgia y el ser presente, encarnado en una hermosa actuación de Guillermo Pfening, sensible y conectado con el drama silencioso del no saber qué hacer, no saber a dónde ir, quererlo todo convenciéndose constantemente de merecerlo, pero sintiendo profundamente que todo intento por alcanzar cualquier propósito estaría perdido, pues finalmente estaba allí, mirando al lago, tratando de encontrarse, sentado, perdido.

– Yo me miro, yo me siento, yo me juzgo, yo me odio, yo enfurezco. Para qué mirarme al espejo si no me satisface lo que veo –

Hay viajes que se emprenden ocultos tras máscaras racionales que justifican el actuar, están sustentados por alas que se abren impostadas desde verdades a medias que logran mantener ante otros la fachada, pero que ceden finalmente ante la propia mirada, esa que desnuda las verdades y que devela el propósito mismo de cada vuelo. Este, el de Nico, es un viaje para sanar heridas, recibidas y  autoinfligidas.

Y aun así pareciera que ese ser no logra disponerse a escuchar y entender las manifestaciones de la intuición que le permitan identificar el momento indicado para tomar las decisiones adecuadas. A lo mejor ese ser no logra entender que a veces no está claro el camino, ni está claro el objetivo, pero que si pone un oído en su alma se dará cuenta que ella lo sabe, que ella siempre lo sabe.

Juan Camilo Acevedo Valencia

Amante de diferentes expresiones del arte y la cultura, enamorado de las infinitas posibilidades creativas del alma y el pensamiento. Graduado como Psicólogo, estudiante de teatro y músico aficionado. Asiduo espectador y contemplador de montajes y creaciones en esta Ciudad de Artistas.