“- crucifican a quien escribe nuevos valores sobre nuevas tablas, sacrifican el futuro a sí mismos”
Nietzsche.
En los años 90 encontré un libro titulado Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo de Guy Sorman. Una mezcla un tanto anodina de ciencia y periodismo. Digo anodina por el tamaño del propósito; en un pequeño ensayo, mostrar las distancias y proximidades de las contribuciones de más de veinticinco pensadores. Sorman reúne física, química, política, antropología, metafísica, entre otras disciplinas, y se esfuerza por ofrecer una cierta idea de conjunto en torno a cuáles son los problemas del conocimiento de nuestro presente. Entre el elenco de pensadores destacados por Sorman, están los nombres de Claude Lévi-Strauss, Noam Chomsky, René Girard, Marvin Minsky, Thomas Szasz, Stephen J. Gould, Karl Popper y Octavio Paz, entre otros. El elenco no incluye a Michel Foucault.
El primer libro del que tengo memoria es El último mohicano de James Fenimore Cooper. De él no pude separarme. Lo tuve en la infancia y todavía me acompaña, a pesar de su evidente deterioro. Es algo así como la presencia que insiste en el porqué de la lectura y de la escritura: “El guerrero que abandona a su gente cuando se ve amenazado por las nubes es dos veces traidor” (Cooper, 1982: 107). Del libro de Sorman no sé cuál fue su destino. Jamás volví a pensar en él. Desembalando mi biblioteca, según todo indica, desapareció. A lo mejor, lo regalé y fue a parar en una librería de usados. Es probable que nunca hubiera vuelto a recordar el libro, tampoco a su autor, si no fuera por su inusitada relevancia a propósito de sus recientes declaraciones sobre Foucault. Imagino que en la actualidad decir algo sobre el pensador francés que tenga repercusión, depende tanto de la fuerza del argumento y del pensamiento como del afán polémico. Es obvio que lo último resulta más sencillo. La injuria funciona siempre, ante todo sí se dirige en contra de un pensador homosexual. El contenido de la injuria es su calificación o, más preciso, su descalificación. Para los demás el mensaje debería ser claro, injuriar es el recuerdo del orden sexual vigente y el costo que tiene su desafío.
Las declaraciones, o más bien las denuncias, de Sorman, llegan más de cincuenta años después. No en una querella formal, sino en un libro titulado Mon dictionnaire du bullshit y en las sucesivas entrevistas para publicitarlo. Las denuncias estallaron como dinamita en las redes sociales (¡donde todo se denuncia hoy en día!). No en los estrados judiciales, ni en ningún otro lugar donde haya que demostrar lo que se denuncia. Seguro que esto no tendrá consecuencias negativas para Sorman. Ni siquiera consecuencias morales pues es ingenuo reclamarlas. Al contrario, es mucho lo que Sorman tiene por ganar a favor de su diccionario de mierda. El título del libro no es accesorio y ofrece indicios de la voluntad que lo gobierna y de las leyes que rigen su saber. Atribulado por quién sabe qué tipo fantasmas (sería extraño que fueran morales), Sorman sintió el deber de anunciar al mundo lo que considera nunca debió callar: en el norte de África, Foucault era un violador de niños. Desde el balcón de su habitación, arrojaba billetes y acordaba encuentros nocturnos en el cementerio con los niños. En su momento, según Sorman, muchos otros intelectuales y periodistas lo sabían, pero también prefirieron callar (¡tendrían miedo del maricón!). Se trataba nada más y nada menos que de Foucault a finales de los años 60. Sorman quiere persuadirnos de lo razonable que resulta pensar que por aquella época denunciar a un maricón era imposible. Lo que sí es posible es su invitación a imaginar a Foucault, sodomizando sobre las tumbas de un cementerio, a tristes niños, robustos de necesidades, que durante el día le reclamaban ser violados a cambio de algunos billetes. Sorman, que antes calló, insisto, ahora es capaz de dibujar un personaje de fantasía. Dibuja una nueva monstruosidad: Foucault.
En pleno auge de la llamada “cultura de la cancelación”, se muestra condescendiente. Sabe que por su naturaleza, las denuncias no pasaran desapercibidas. Sabe que siempre se podrá explotar la sensibilidad popular enajenada cuando se trata de los daños, reales o imaginarios, infringidos a los niños. Sabe que no tiene que ofrecer ninguna prueba diferente a su palabra. Quienes han de creer lo harán de todos modos. Como si se tratara de la honestidad del pensamiento, Sorman solicita no cancelar a Foucault, sino leer sus libros a la luz del autor. Lo que significa leerlos teniendo presente no el argumento sino teniendo presente el hombre detrás de los libros, o lo que queda de él después de la injuria. En otras palabras, lo que solicita, con la discreción de los inferiores, es cancelar los libros y darles el único uso que pueden tener: encontrar en ellos las huellas de la monstruosidad de su autor. Por extraño que parezca, lo novedoso no es esta operación, sino el que la derecha reaccionaria y la izquierda hipócrita crean por fin haber encontrado un motivo para deshacerse de Foucault, cuando no han hecho otra cosa más que fabricarlos.
Un poco de memoria puede ayudar. En 1993, James Miller publicó La pasión de Michel Foucault. Un libro que satisface los impulsos de todos los que sueñan con destruir la influencia intelectual y política del pensador francés. Miller dibuja a un Foucault que seduce a los jóvenes con sus ideas en torno al relativismo moral, las relaciones de poder y los sistemas de veridicción. En otras palabras, Foucault es la máquina demoledora de la civilización y de la cultura. Empero, lo realmente acucioso del dibujo es el Foucault que experimenta con sustancias (no metafísicas, por supuesto) y que hace de la sexualidad una ocasión para crear relaciones distintas. Esto es lo monstruoso de Foucault: hacer del sexo entre hombres una oportunidad cultural de la que no teme hablar ni escribir. De hecho, agrega Foucault, es algo que muchos desean.
En Michel Foucault y sus contemporáneos, Didier Eribon llama la atención sobre qué oportunidades tiene la crítica, toda vez que lo que se enfrenta es la operación mediante la cual se descarta a un hombre al convertirlo en una monstruosidad. No se trata de discutir, argumentar u ofrecer pasajes claves de los libros de Foucault para rebatir los argumentos que Sorman no ha ofrecido. Más bien, lo que resta es señalar el procedimiento polémico, no la voluntad de verdad, sino el interés propio y la mediocridad que se esconde en toda denuncia cuando el denunciado no tiene cómo responder. Sea porque ya no esté o carezca de recursos materiales, simbólicos y culturales para hacerlo. Lo que ha hecho el buen Sorman, su mérito, no es ofrecer la verdad, tampoco su importancia intelectual, sino el dibujar una línea entre ese nosotros (los que no son como Foucault) y la monstruosidad (los que sí son como Foucault). Su mérito es dibujar la separación que autoriza la destrucción del monstruo. Nietzsche lo sabía, a pesar de que todo daño se atribuye a los inmoralistas, lo peor siempre proviene de los que se presentan a sí mismos como los buenos, por eso son más.
Para no alargar lo que quiero decir, una declaración: yo fui violado por Foucault. Como muchos estudiantes universitarios, me acerqué a sus libros y en ellos encontré no la obra, sino el trabajo sofisticado de experimentación con el saber. Pasé del interés respetuoso por un pensador sin el cual es imposible imaginar el siglo XX, a estar involucrado con él. Entre más leía sus libros, más difícil era separarme de los efectos que producían en mí. A veces escapaba de su lectura, pero siempre regresaba. Los libros de Foucault fueron la bocanada que necesité para pensar de otro modo. Aprendí a pensar por Foucault. Por supuesto, la inocencia fue violada, pero por ello obtuve algo mejor. La fuerza para perfeccionar mis deseos y afirmarlos. Me gané a mí mismo. Foucault me enseñó a creer en la voluntad de no ser gobernado por otros. Me enseñó la importancia de crear relaciones inusitadas; relaciones que no tienen nombre. Pero, más importante aún, me enseñó que la impaciencia por la libertad no puede claudicar frente a la amenaza del desprecio y que solo en el rechazo de lo intolerable nos hacemos fuertes. Después de todo esto, no tengo más para decir, Foucault me transmitió la necesidad de percibir el hilo delicado que atraviesa el saber y el amor.
Profesor Hincapié, me parece además de insensible profundamente irrespetuoso e irresponsable con el dolor de las víctimas de violencia sexual que usted utilice artimañas similares a las que critica del señor Sorman para vender su artículo al titularlo «Yo fui violado por Foucault». Cómo se nota, lo lejos que está usted de la reflexión académica, ética y personal en torno a las experiencias de pedofilia y gran sufrimiento que la violencia y explotación sexual han traído a miles de niñas y niños en el mundo y ni qué decir en un país como Colombia, que ha sufrido todo tipo de violencias; entre ellas, la colonial y la epistémica. No puedo dejar de apreciar en sus líneas, un tinte de macho académico herido, profundamente atravesado por un sistema patriarcal que ni siquiera logra interpelar. No deja de sorprenderme la incapacidad de hombres, académicos de alto renombre y trayectoria como la suya, para desdeñar con tanta rapidez una crítica más allá del lugar desde donde se produce -aspecto que por su puesto ha de incluirse en el análisis-, pero que nos debería llevar a considerar seriamente la problemática de la violencia sexual que trae consigo esta denuncia y que se encuentra legitimada culturalmente, naturalizada e invisibilizada a tal punto que la usamos como pretexto para titular un artículo y atraer la atención de la audiencia. Esta negación de una realidad histórica que no es ajena al mundo intelectual colonial vigente en pleno siglo XXI, nos impide interrogar al gran ídolo intelectual de Foucault, al que hemos puesto en un pedestal y que ni siquiera nos atrevemos a tocar.
Claro que Foucault nos inspiró a muchos y nos sigue inspirando; claro que no podemos desconocer que es impensable acercarnos al pensamiento social contemporáneo sin referirnos de algún modo a sus contribuciones, y es quizá por eso mismo que para algun@s académic@s esta denuncia nos ha tocado en lo profundo, constituyéndose en una invitación para mirar detenidamente y sin prisa; sin afanes de certeza o resolución ramplona (oscilamos entre la cancelación y separar la obra del autor), para interpelar el papel de la academia en la geopolítica actual, para revitalizar la apuesta de los Feminismos de reivindicar Lo personal como Político.
lo invito a revisar su posicionalidad como académico y a ser más cuidadoso y cauteloso en sus apreciaciones para que sus reflexiones puedan generar el eco que usted quiere y no las resistencias y malestar que producen.
Estimada Angelica Torres Quintero, estoy de acuerdo con varios puntos que menciona. La lectura de tanto Foucault seguramente le afectó la capacidad cognitiva del autor. Una lástima que gran parte de las universidades y la prensa estén dominadas por una visión seudocientífica tan mediocre, sin autocritica ni capacidad de reflexión independiente. Foucault murió hace más de 30 años, su trabajo además de desactualizado ya fue consistentemente desacreditado y todavía tiene quien lo defienda ciegamente en 2021. Increíble! Y las denuncias de Sorman no son las únicas. Pero los peores daños de su legado no son sus víctimas físicas. Son los daños cognitivos en miles de jóvenes y adultos, una violencia que el autor de esto artículo y otros iguales, con argumentos reaccionarios e hipócritas, pretenden perpetuar. Sr Hincapié García, en lugar de criticar la izquierda y la derecha, mire en un espejo, libérese de Foucault, deje de pensar como él y piense por sí mismo. Y se fue violado por Foucault, no hago lo mismo a los demás.