Y las leyes no nos dieron la libertad

La famosa y lapidaria frase de Santander en el congreso de Cúcuta en 1821, “colombianos las armas os han dado la independencia, pero solo las leyes os darán la libertad” está inscrita en nuestra historia como la expresión concreta de la intención – literalmente- modernizadora de muchos políticos colombianos que influenciados por el liberalismo republicano europeo quisieron que el país hiciera un tránsito exitoso de colonia a estado de derecho.

Particularmente esta expresión de fe en las instituciones y especialmente en las normas, es alegóricamente explicativa de nuestra historia política; eso de hacer una constitución o una reforma constitucional después de cada convulsión política para adecuar las instituciones al bando ganador de turno es fácilmente la expresión más concreta de la institucionalidad Colombiana, unas instituciones sin contenido, producto de la disputa y sustentadas, sobre todo, en la fe cándida en la ley.

Confiamos en la ley culturalmente sobre todo para que otros la cumplan, pues parte de nuestra tradición legalista consiste en hacer tan rápido leyes como trampas a las mismas, alguien le contestó a Santander: “pues si doctor, pero hecha la ley hecha la trampa”; nuestra cultura de fe en la ley no es, en sí misma, una cultura del respeto por la legalidad, por el contrario, es más bien un sistemático ir y venir de leyes vacías y trampas elaboradas. No en vano somos uno de los países del mundo con más abogados.

Fruto de este culto a la ley, la fabricación de normas en Colombia suele generar más problemas que soluciones, pero insistimos en que todos los problemas en Colombia se resuelven con una nueva ley, un nuevo modelo.

Estas reflexiones me las suscita la lectura de la propuesta de Consulta popular que votaremos los colombianos el próximo 26 de agosto, una consulta que crea – precisamente – normas, para combatir un asunto de carácter sobre todo cultural.

Este proyecto nace de este fetichismo normativo que nos caracteriza y de la candidez propia de todas las superioridades morales, de creer que “los buenos somos más” como si los colombianos eligieran corruptos bajo engaño, sin saber que son corruptos o como si tuvieran un desacuerdo real con la corrupción.

Habrá otros espacios para hablar de la viabilidad y utilidad de las medidas de la consulta, basta con decir que pretende incentivar a una gente para que no robe pagándole menos y que prohíbe más de tres periodos en cualquier corporación con un senador que se va a posicionar en el quinto periodo entre sus promotores. Pero ese no es el tema, creo que el compromiso en contra de la corrupción es más que normativo.

Finalmente y atendiendo a la retórica que se ha presentado para promover la votación por una consulta que considero inútil, ha sido la del maniqueísmo y la negación del otro (algunos dirán que mis reparos no tienen sustento porque milito en el partido liberal) aunque me parece molesto, caeré en la trampa y votaré la consulta; sobre todo porque nos pusieron en una coyuntura terrible ¿se imaginan que dirá la historia de nosotros si como país, si nos preguntan en las urnas si queremos la corrupción y respondamos que sí? Nada más por el maniqueísmo y el pudor de decir que no queremos la corrupción así la propuesta resulte inútil para conjurarla, habrá que votarla.

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.