Debo decir que me llama particularmente la atención como todo el mundo está dispuesto a firmar para transformar el país, pero nadie vota ni se organiza.
De alguna forma y pese a que la democracia institucional está muy desacreditada, los ciudadanos parecen estar dispuestos a invertir sus energías en recoger firmas por cuanta cosa se les ocurre; ahora es para rebajar los salarios de los congresistas y contra la corrupción, per ha sido para los animales, los niños, en contra de la población sexualmente diversa y larguísimo etcétera de iniciativas ciudadanas, que se reducen casi siempre a iniciativas, casi siempre con buenas intenciones.
Me parece cómico como la “ciudadanía activa “colombiana pone todos los días en evidencia lo inútiles que resultan las buenas intenciones. Todo es un escándalo indignante, todo moviliza a un grupo de ciudadanos preocupados a recoger firmas y a generar tendencia en redes sociales y llegan las elecciones y todo igual. Los mismos con las mismas haciendo lo mismo.
Muy difícilmente una iniciativa ciudadana tiene el impacto que sus impetuosos promotores pretenden, vale la pena preguntarse por si alguna de estas iniciativas una vez avaladas por la registraduría ha tenido éxito. Yo no recuerdo ninguna. Con excepción del referendo homofóbico de Viviane Morales.
Yo aventuro una explicación frente a este divertido pero triste fenómeno en dos causas principales: la que denominaré la “despolitización de la política” y el “mito de la séptima papeleta”.
Empiezo por la segunda por resultar más sencilla de explicar y por ser menos importante para la explicación, nos han dicho que la constitución de 1991 se debe fundamentalmente a que un grupo de estudiantes preocupados y activos, sin representación política, decidieron llevar una séptima papeleta a las elecciones de 1990 para cambiar la constitución. Habrá que decir, que, aunque es cierto que hubo un grupo de estudiantes de universidades privadas que promovieron el cambio de la constitución es por lo menos impreciso decir que el momento constituyente del 91 fue obra de la movilización ciudadana transparente, juvenil y gomela.
Me explico, alguien tuvo que pagar la impresión de las papeletas, por ejemplo, alguien con plata y con la intención de prohibir constitucionalmente la extradición. Para mencionar apenas uno de los actores, debe decirse que la Constitución de 1991 recogió las intenciones políticas de actores de muchísimos orígenes en la reconstrucción de la institucionalidad, las papeletas fueron apenas una buena oportunidad para ese propósito.
Ese mito de participación ciudadano, tan rosa para nuestra historia política, ha hecho que todo el mundo creo que si saca una tabla y un lapicero a la calle va a cambiar el país.
Por otro lado, este fenómeno expresa una construcción bastante obtusa de la ciudadanía política en Colombia; combina el rechazo por la institucionalidad con la necesidad de manifestarse ante los poderosos, en una relación casi de súbdito en lo que refiere al ciudadano. Da cuenta de una ciudadanía que despolitizó la solución de sus problemas públicos, porque siente repulsión por las instituciones a las que, de todas formas, les exige resultados, es una forma pulcra de hacer política porque la política ha sido capturada por los políticos de profesión de los que la “ciudadanía activa” siente asco.
Pero esta despolitización de la política, que en ultimas radica en que los ciudadanos prefieran quejarse por internet y promover firmatones, sirve como placebo de participación ciudadana, pues la gente siente resuelta su inconformidad en actos con resultados poco eficientes, mientras allá al otro lado, los políticos de profesión con los que nadie quiere mezclarse toman las decisiones.
Finalmente, no sé si me motiva a creer en las buenas intenciones, casi todas, de la gente que firma y recoge firmas como ciudadano. Quisiera buscar la forma en que esa espontaneidad e indignación deja de ser una encuesta sin mayores resultados y se convierte en una fuerza para cambiar de rumbo, creo que podemos organizar la indignación para que los ciudadanos entendamos que un voto organizado sirve más que una firma.