Xenofobia o impotencia proyectada

«Todos seremos migrantes tarde o temprano… nos guste o no.»

Había tenido la oportunidad y las ganas como siempre de dejar uno que otro artículo, pero han sucedido tantas cosas y he conocido personas que me han ayudado a comprender mejor el desafortunado momento que pasamos como nación y como nuestro pueblo vecino, que sumido en una aterradora política socialista, resultado también de una larga y desastrosa política derechista, ex-miembro de una idea insensata pero naturalmente concebida; misma que se extiende hacia el atlántico profundo y de gran colonización alemana, llamada Venezuela. La otra parte del sueño de Bolívar, que no contaba con lo monstruosa que era su empresa al no ver el alma de quienes lo seguían y veían solo provechosa su alianza en términos de proyecciones mercantiles de potencias manufactureras del nuevo modelo de imperialismo, que iba a imponerse y luego a especializarse hasta lo que conocemos hoy como globalización y neoliberalismo.

He sentido en verdad tanta indignación y vergüenza con lo que el colombiano puede llegar a decir y hacer, al ver al otro en la peor de las condiciones. Es sencillamente una muestra de la vil naturaleza de un resentido e impotente que ha sido pisoteado por todo en su propia tierra, ―la cual no representa Colombia sino a la tierra misma y no pertenece a nadie, o por lo menos a nadie “normal”― en este gran feudo de señores con apellidos despóticos y de innumerables gabelas para la especie más horrible dentro de nuestra fauna: el empresario-político-terrateniente de las familias que se reparten el gigante reino que va por el tiempo burbujeante, sin protección a la industria ni a la identidad; que ve a EEUU como su mayor aliado, ―confundiendo la naturaleza del vínculo de vasallaje a alianza.

Un Estado, porque Nación nunca hemos llegado a ser, con innumerables migraciones internas hacia las grandes capitales en especial Bogotá, y que odia al otro, a sí mismo y a lo subjetivo que representan sus proyectos y que no puede ser, tener o hacer. Se aferran a la teta de las capitales y hablan mal de ella porque saben, ―todos lo sabemos― que de las arcas, de esos impuestos que no son solamente una carga tributaria, ―que me recuerda que solo los esclavos pagan hacienda― en todas sus formas y objetivos, ―como el IVA―, es para obras como las troncales aquí o para el desfalco del Electricaribe allá. Un arriendo por los 3 metros bajo de tierra en la casa que algunos pueden tener o apartamentos que bien pequeñitos pueden orgullosos decir que es suyo.

En fin, no solo representa la responsabilidad de un ciudadano de bien con el Estado, esperando un retorno en su medio y que incrementará su bienestar, seguridad y tranquilidad, sino su pago les da derecho, ―quizá el único que en verdad pueden disfrutar, porque en realidad estos (los derechos) están en teoría muy cerca, existen, pero una cosa es tenerlos y otra es hacerlos efectivos― para exigir, discriminar y juzgar al otro, a una persona como él, pero con una vida a simples rasgos opuesta, contradictoria o injusta. Es lo que más le gusta hacer al miserable proletario con un carrito que está pagando, en un apartamento que está pagando, en una universidad que sube y sube, y está pagando; una EPS que paga para nada y luego se declaran éstas en quiebra. Queriendo la motico para empezarla a pagar, para salir a villa de Leyva o a caño cristales y esperar que no sea interceptado por uno de sus odiados compatriotas y lo deje por allá en el recuerdo y se convierta en una esponjosa nube al lado de su Dios que es su tergiversado modelo ético y moral.

He logrado identificar con esto, que aman la tierra, las montañas, el clima y los paisajes, pero no al humano. Y eso no es Colombia, es el planeta. Colombia es lo que de manera muy deprimente nos enseña la letra de aquella canción: “Qué orgullo me siento de ser un buen colombiano”: muchachas, música y trago. Claro, no había sido tan evidente en ese momento que nuestra apertura económica sería tan desfavorable y que era mejor y más económico consumir lo extranjero, porque no podemos producir o por lo menos en las cantidades necesarias, como pasa con nuestro trigo. Sería mejor tratar de ser un mal colombiano, ¿no creen?

Donde parece que lugares como Chocó no hacen parte del segundo país más feliz del mundo. Donde la inflación de más del 3%, el ejército de desocupados del 9,2 en diciembre después de un 10,4 del 2009, por lo tanto la informalidad; esa devaluación, y el poder adquisitivo irrisorio en relación a los datos anteriores y que cada año junto con el reinado, hacen parte de las mayores intrigas de nuestro año, nos asfixian, pero que parece que nos excita como en aquella práctica sexual.

Hay que darle un espacio también, a los héroes económicos y estadistas latifundistas que nos mantienen en un perfecto equilibrio donde nos arrastramos pero no alcanzamos a hundirnos en el desespero de la injusticia social y nos sentimos un poquito más aliviados ―y hasta mejores―que aquel que está como Omayra en aquel espectacular cubrimiento de armero.

Ahora vino la paz, o la firma insípida con los ancianitos de las FARC y la visita del papa, y ahora nos montamos en el bus de la esperanza y del primer paso, pero querido lector, para estabilizarnos mejor para lanzar la patada cuando no nos vean o escudarnos en las redes donde lo llaman libertad de expresión. La destrucción de nuestra industria y la incapacidad de afrontar lo que somos, hacen que exista una urgente necesidad de ser positivos ―alimentada por los medios― porque eso es lo que ha movido a todo el feroz modelo económico y ahora todos vivimos en la incertidumbre de lo que podemos llegar a retener o poseer o asegurar, y nos vemos todos como enemigos, como competidores.

El punto de este artículo, es la forma en que creyéndonos estar en una posición envidiable y con nuestra criminal esencia, ese mercenario que todo llevamos dentro, nos damos el derecho de decir qué y cómo deberían afrontar la situación los venezolanos que han llegado a esta cuna de ultraderechistas corruptos, mojigatos y solapados, donde personajes como Uribe y Santos, como Samper, como la cúpula de la magistratura, los carteles de las empresas de pañales, de la salud, del cemento; las directivas de compañías como Reficar o Transmilenio y alcaldes y gobernadores de todos los rincones, han hecho y deshecho, o no, dejado a medias, todo lo que han querido.

Nuestras mujeres para el mundo son como las rumanas, nuestros hombres para el mundo son como los sirios mucho antes de que empezara esa incursión infame del imperialismo inquisidor. Nuestra fama en el mundo es como las de los israelíes o congoleños. Nuestras migraciones son odiadas en cada lugar, es constante y por millones, y salimos a decir ¿Cómo sobrevivir a los venezolanos, como manejar su país?

¿Acaso no creen que en Bogotá, todos aquellos de otras regiones no son molestos?   Si.

¿Solo por hacerlos administrativamente colombianos, pueden venir y hacer su vida, prosperar y tener descendencia?    Si.

¿Acaso somos el ejemplo de personas para las y los venezolanos?  No.

Háganse esta pregunta y un autoanálisis: ¿No creen que estamos viendo en el otro lo tétrico que es nuestra imagen y nuestra situación y a él lo proyectamos, como un hombre al golpear a un bebé o a un perro, su propia impotencia?

Nuestro “Maduro” es más elegante, más sofisticado, más preparado, más sutil. No tiene un rostro único y visible…

Alejandro Bogotá Montaño

Soy un personaje que decidió empezar a escribir cerca del año 2016 y tiene entre sus 4 libros, temáticas tan variadas como lo son: la voluntad, la vida; las tiranías personales en algo de ciencia ficción y una obra de teatro sobre las posiciones subjetivas en nuestras relaciones. 

Desde que comencé, fruto de una necesidad de contemplar de un modo permanente, las problemáticas que en constante efervescencia, aparecían y siguen haciéndolo, en la relación con el mundo, las personas, dios y la identidad, además una profunda y bien marcada tendencia hacia la completa simplicidad de las cosas, la crítica a la modernidad y por supuesto, la independencia.