Han pasado más de 20 años desde que César Gaviria eliminó la asignatura de Historia como una materia obligatoria en la malla curricular de los colegios; como ya es sabido, se decidió integrarla como parte del contenido programático de la siempre carismática Ciencias Sociales, una materia que los colombianos que no son abuelos recuerdan por ser una mezcla entre política, mapas, capitales, historia, leyes, en fin, ¡todo un manjar!
Los colombianos pertenecientes a la generación “Y” (nacidos entre 1985 y 1999), también conocidos como “millenials”, solo recuerdan a la perfección a dos presidentes: Álvaro Uribe Vélez quien gobernó de 2002 a 2010 y a su heredero y actual mandatario Juan Manuel Santos, hay algunos a los que la memoria castiga con el nefasto recuerdo de Andrés Pastrana Arango, ilustre poseedor de la medalla a peor presidente de la historia y, que por gracia divina y principalmente a la ley que se lo impide, nunca más podrá ostentar la dignidad presidencial, excepto la del Millonarios F.C. Donde, léase bien, fue designado ni más ni menos que Presidente Honorario, que honor para él y que deshonor para los seguidores del club. Al parecer los dirigentes de este equipo no recibieron la clase de Historia, y por hechos equívocos como ese, es que hoy se debe festejar que el presidente Santos haya decretado la resurrección de la Cátedra de Historia como asignatura autónoma en los colegios del país. Así, se dará la batalla contra aquel adagio convertido en sabiduría popular que sostiene: “el que no conoce la historia está condenado a repetirla”.
Una vez se vuelvan a instaurar las clases de Historia en las aulas del país, el mínimo resultado que la sociedad espera de los estudiantes, ahora con argumentos históricos, es que estos puedan tomar decisiones que eviten a toda costa incurrir en errores del pasado. A razón de lo anterior, queremos una sociedad consciente de los daños de la corrupción, de los vejámenes del conflicto, del detrimento cultural por culpa del narcotráfico, de los males del país y de su clase dirigencial no renovable, y de las mil y tantas cosas más que la historia nos rememora; por eso la conclusión debe ser una: no queremos repetir la historia. He ahí la esencia de la cuestión, queremos una nueva y bella historia para nuestra Colombia.
Pese a lo espectacular que es la resurrección de la asignatura de Historia en los colegios, habría que multiplicar los festejos, la dicha y la emoción, para cuando llegue el día en que el esfero presidencial, en forma lenta, deleitante y expectante, esparza su tinta en una firma que certifique la sagrada sepultura de la antipática, conflictiva y retardataria “lección” de Religión. Sobran los motivos para excluir la mencionada asignatura en los colegios del país, solo por traer algunos a colación, se tiene que; en primer lugar, la religión se basa en la fe que por su carácter moldeable puede supeditarse a distintas creencias; en segundo lugar, la religión conlleva a la aceptación de una creencia que extralimita lo comprobable, lo verificable y, en la mayoría de los casos, supone una rendición del método científico; por último, a modo de sugerencia, no es necesario erradicar la religión de la educación que se recibe en el país del sagrado corazón de Jesús, basta y sobra con que aceptemos el estudio de la religión como un hecho anecdótico en la ansiada Cátedra de Historia.
Como dato llamativo, el proyecto que revive las clases de Historia fue propuesto por la senadora Viviane Morales, adalid del cristianismo en Colombia. ¿Qué pensaría la senadora de abolir la religión como asignatura en las escuelas del país?