No soy fanático. Los energúmenos y vociferantes adeptos al líder del Pacto Histórico que atacan con saña a todo aquel que emita una crítica -sin importar si es razonada o justa- hacia el «infalible» depositario de su idolatría, no encontrarán aquí palabras almibaradas o grandilocuentes para referirme al candidato que, de forma absurda e irracional, han despojado de su condición humana, y por ende, de su naturaleza imperfecta.
No soy fanático de ningún político y tengo la certeza de que jamás lo seré; advierto en ellos egolatría, ambición de poder, antipatía y carencia de humanidad. Lo que sí reconozco es que con el paso de los años y con ellos la sucesión de graves hechos en la historia reciente de nuestra trágica nación, ha habido políticos que han despertado en mí una simpatía cercana a la admiración: Galán, Mockus, De la Calle, Carlos Gaviria, Rafael Pardo, Navarro Wolff, Guillemo Rivera, y demás; personajes éstos que han ejercido cargos públicos o han aspirado a las más altas dignidades del Estado con probada ética, rectitud y civilidad; características que, en mi opinión, no los han convertido en «súper humanos» que jamás cometen desafueros, ligerezas o errores en su quehacer cotidiano, por el contrario, valoro, sin reserva alguna, el que hayan ejercido su oficio de «políticos» anteponiendo siempre su condición de seres humanos, con todo lo bueno y malo que dicha condición supone.
Reconozco en Petro a un guerrero incansable, un político aguerrido y tenaz, un congresista valiente que puso en evidencia a una larga lista de parlamentarios que accedieron al poder legislativo con el reprochable apoyo de estructuras paramilitares regionales que hizo que dichas curules estuvieran manchadas de sangre. Admiro su oratoria, su probada capacidad argumentativa, su formación e intelecto, su cabal diagnóstico de los problemas nacionales, su genuina sensibilidad por las causas sociales y el loable propósito que alienta su accionar: una ambiciosa agenda social que reivindique los derechos de los excluidos, que reduzca ostensiblemente la obscena desigualdad, que propenda por el respeto de las minorías y pugne por la defensa de sus derechos, tal como lo consigna nuestra carta magna.
No sobra anotar que percibo en él un carácter beligerante y conflictivo, un ego desmesurado que le impide escuchar otras opiniones y tenerlas en cuenta para la toma de decisiones consensuadas, una nula habilidad para el trabajo en equipo en el que estimule lo mejor de cada individuo, para que, con el aporte de muchos, se configure una gobernanza a partir de múltiples visiones.
Espero, de resultar electo, no sea su gobierno una sucesión de decisiones erráticas a las que sobrevendrán reversazos y contradicciones que reducirán el tiempo para efectuar las transformaciones que el país reclama. Genera tranquilidad el hecho de que no cuente con unas mayorías aplastantes en el Congreso que avalen de manera incondicional y miope los delirios autoritarios, casi dictatoriales, de los que, estoy seguro, no estará exento. Contamos con una prensa vigilante, unas redes sociales activas y deliberantes, unos políticos sensatos y mesurados que le hablan al oído, un poder judicial independiente, que cumple a cabalidad de su misión democrática y salvaguarda de la Constitución; factores éstos que se constituyen en un sólido muro de contención que impedirá un eventual desbordamiento.
Votaré por Petro. Su rival en esta contienda electoral, a mi modo de ver, exhibe sin pudor alguno un desconocimiento brutal del funcionamiento del Estado, un desprecio infame hacia las leyes que cimentan el contrato social, un pobre intelecto, un discurso procaz. No me detendré en críticas hacia su avanzada edad, no caeré en descalificaciones a su senilidad y con ello vulnerar su dignidad, pese a que él mismo, de forma reiterada, violenta en otros esa dignidad que es inherente a la condición humana. El que sea casi un octogenario no lo descalifica para ser el capitán de este barco que en varias ocasiones ha estado al borde del naufragio; lo descalifican para ser presidente de Colombia sus discursos xenófobos, racistas, misóginos, violentos y reaccionarios que me llevan a vaticinar un gobierno suyo en el que campeará el insulto, la pugnacidad, la desmesura, la irracionalidad y el flagrante desdén del estado de derecho.
Mi querido amigo, completamente de acuerdo contigo.