Colombia volvió a escuchar en la noche de este domingo la versión original de Gustavo Petro, al que vimos en la primera vuelta antes de edulcorarse y olvidarse por 3 semanas de su discurso genuino: repleto de odio, resentimiento y amargura, ese que volvió a la salir para hablar de lo que ocurrió en las urnas, donde fue un relato ganador a pesar de la derrota, pero en el reino de las palabras optó por ser el villano.
Y por su discurso los conoceréis. Eso digo de los líderes. En sus palabras, en sus gestos, en su estilo, imagen y lenguaje corporal que se expresa y comunica, podrás identificar lo que quieras de una persona y más de un líder como ocurre con Gustavo Petro, un hombre que ahora enarbola las banderas del cambio y la renovación luego de más de 20 años de carrera como político, militante social y funcionario público.
Aparte de generar miedo por sus antecedentes, su cercanía a dictadores como Chávez y Maduro, su proyección de un gobierno a 10 años con tinte casi dictatorial, sus amenazas de intervenir tierras en zonas agroindustriales del país; entre otras genialidades bajo recetas que sabía vender muy bien por sus habilidades discursivas; Petro no supo capitalizar una masiva votación de resistencia frente a la política y frente a los políticos tradicionales.
En los 8.034.189 votos que obtuvo Petro en segunda vuelta, hubo más que una votación de la izquierda, allí había votación verde, liberal, de sectores sociales e inconformes y otros matices de centro que se sumaron a enviar un mensaje reclamando algo diferente en forma y fondo.
El nuevo presidente, los partidos y todos los líderes políticos que quieran aspirar en Colombia al poder regional en 2019, deberán saber leer con letra menuda, lupa y mucho criterio esta corriente de opinión que es más un anhelo ciudadano que un fortalecimiento del relato de la izquierda colombiana a la que le falta mucho trasegar en la política para poder llegar de manera independiente y por su propio marco ideológico a una segunda vuelta en las presidenciales.
Nunca antes un ex guerrillero había llegado tan lejos, pero no llegó con votos propios sino con votos de un hastío colectivo que él mismo desconoció con un discurso en el cual ni siquiera tuvo la gallardía de aceptar la derrota, dejar de lado los odios y la soberbia que incluso lo llevó a decretarle órdenes al nuevo presidente. Pude dialogar con muchas personas que se sumaron a votar por Gustavo Petro y su frustración al escucharlo en la noche del domingo era evidente, porque ni siquiera en aquel momento histórico el ex alcalde de Bogotá entendió que debía ser inteligente en sus palabras para convocar, para empezar a movilizar desde la base de un nuevo país que anhelan muchos, pero en el cual no cautiva el odio, la violencia, las armas o la agresión al otro. Colombia está dejando atrás un conflicto de más de 50 años y se percibe en la ciudadanía un deseo de contar con más mujeres, líderes jóvenes e incluso de diversas condiciones sociales, culturales y sexuales que refresquen realmente el ejercicio de la política y de lo público y sean ese antídoto frente a la agobiante corrupción que parece carcomerse el Estado a mordiscos.
Llena de esperanza que el nuevo presidente Iván Duque haya realizado una invitación a terminar con el país del duquismo y el petrismo para generar una Colombia donde quepamos todos. Contrasta con las palabras de Petro que replican sus agresivos seguidores en la plaza pública y la plaza digital, la postura ponderada y abierta de la FARC. Iván Duque uso sus palabras durante 33 minutos para hablar de propuestas, de país, de los temas que debemos resolver y la verdad no sé si el nuevo presidente pueda hacer realidad tantas necesidades, pero su tono, estilo y forma en contraste con el perdedor, lo volvió doblemente ganador.