Bajo la necesidad infalible de tener todo bajo control, mediante la escasez biológica, ética, sanitaria, económica de un mundo aterrorizado, donde el espíritu juvenil divaga en constates amenazas por un Estado hay veces opresor, pocas veces promotor, aquel que termina por aplicar el exterminio de una población olvidada. ¡Qué digo una! son varias poblaciones olvidadas.
Políticas públicas que no aciertan en su mayoría de veces, sin focalización y centralización en determinados grupos, personas en el olvido, personas en el hambre, personas sin acceso a la educación, personas que viven aún en la Colombia de hace más de 200 años, unos esclavizados y otros esclavizando.
Colombia, una tierra de sueños muertos, de cuerpo enterrados, disfrazados, exhumados; familias desaparecidas, territorios desbordados por causales ambientales, gubernamentales, paramilitares y criminales. Colombia el país de los paisajes exuberantes, de gente pujante, la tierra del maravilloso café, donde el aroma y el sabor no son más que la mezcla trabajada por las manos más laboriosas y vendido por los mayores burócratas de esta geografía extensa que cobija el pulmón del mundo.
Contrastes para describir que es vivir bajo la sombra de los que sobran y bajo la luz de los que hacen falta. Y sí, hacen falta conectores, palabras y verbos para narrar y describir parte por parte que es vivir en un país tan alegre y tan triste al mismo tiempo, un país que desde su campo político va de extremo a extremo, al igual que sus luchas, al igual que las oportunidades. Contar una historia, si haber hecho parte de ambos extremos es difícil por no decir imposible. El revuelo de las aves más imponentes, el trayecto caminado por lo más desfavorecidos, niños que anhelando un sueño cruzan travesías, más largas que la relatada por Alberto Salcedo en su famosa crónica “La travesía de Wikdi”, un relato que cuenta como un pequeño niño del Choco caminaba cinco horas diarias para ir y volver a su escuela, una realidad de miles de niños campesinos, que estudian y viven en la penuria.
Niños que mueren en hospitales esperando tratamientos y autorizaciones por parte de una EPS. Mueren quizá bajo el cuidado de la enfermera y los médicos, con ausencia de familiares que al vivir del día a día tienen que elegir entre acompañar a su hijo, o conseguir ingresos para alimentar a sus otros pequeños e intentar contribuir al tratamiento. Niños que hoy solo piden no morir, no morir de hambre, no morir enfermos, no morir abusados y maltratados, no morir en el olvido de las selvas ni bajo las largas colas a los que son sometidos por la violencia, víctimas de los desplazamientos, víctimas de un gobierno con acciones a medias y proyecciones pequeñas.
Embarazos no deseados al mil, sin exageración, niñas expuestas a violaciones, a malas prácticas, al desconocimiento de métodos anticonceptivos. Niños que han generado depresiones o las han desencadenado por una situación determinada, y que hoy terminan tomando decisiones que dejan desesperanza.
Sin embargo, no todo es malo, acá las flores también florecen, hay gente solidaria, gente que emprende, gente que ama, sueños que, aunque rotos se mantienen, se reintegran. Personas que se esmeran y que aportan un grano de arena para intentar arreglar a Polombia, perdón a Colombia.
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