La noche del primero de diciembre se viste de fiesta y arte en la ciudad más innovadora del mundo. Medellín, con la suntuosidad que la caracteriza, enciende sus alumbrados navideños, un futuro patrimonio cultural y una lágrima de indignación: a la vez dos cosas para unos pocos que desde la montaña ven la panorámica de la ciudad adornada en navidad mientras la tenue luz de una vela que acompaña la sala encerrada en cartones y carteles publicitarios viejos.
No me cabía en la cabeza, cuando supe, que aun en la ciudad había gente desconectada de los servicios públicos domiciliarios: no por capricho antiimperialista o anarquista, sino por la extrema necesidad de compensar pan por energía eléctrica. Sin más contacto con las luces de la ciudad que la mirada a lo lejos de un paisaje majestuoso es para los desconectados el consuelo mientras llega la justicia. Medellín gasta millones de bombillos LED y millones de pesos colombianos para iluminar el valle del río y las principales calles y plazas con motivo del fin de año. Otros cientos de familias que viven en improvisadas casas, única seguridad física que tienen, se encuentran privadas del derecho a la luz que llegue para disipar las tinieblas nocturnas. No es una cuestión de lujos navideños ni de placeres pasajeros: es solo el clamor de poder extender el día un poco más, de satisfacer necesidades que hoy en día son más que básicas… es solo poder acceder a aquello que debería ser público, como una herramienta dispuesta por el Estado para garantizar un poco de aquel contraste que hoy se hace más amplio.
La problemática de aquellos que no tienen acceso a los servicios públicos en pleno siglo XXI debe tocar el fondo profundo de nuestros sistemas de gobierno y administración. Está bien hacer de Medellín un atractivo turístico de gran acogida por estas fechas, sin embargo debe pensarse en compensar la problemática.
De los millones de bombillos que alumbran y de las horas que lo estarán por unos meses, se ‘sacrificaran’ algunos para alumbrar la sala-cocina-habitación de una casa desconectada siendo pagado el servicio como se pagan los alumbrados de navidad (con aquella levísima subida del cobro en los servicios públicos de todos los medellinenses en diciembre y enero) se contribuiría a subir unas micras la línea de marginalidad tras la que aguardan estas familias.
Pretender cambiar el mundo en uno más solidario no es utopía. Yo sé que una columna es insuficiente para describir cómo ayudar a las personas desconectadas involuntariamente, pero al menos reflexiono en la antítesis que hay en la ciudad más innovadora, y eso que hablando solo de ellos sin contar con el agua potable o el desayuno de mañana.
Realmente triste esta realidad…