A Sandra Milena Herrera
In memoriam.
Si vives lo suficiente tendrás la oportunidad de volver a ver a tus viejos “enemigos” atacando de nuevo. Claro, los enemigos reales. En plena pandemia, mientras estamos en esta suerte de tiempo ralentizado, un viejo enemigo se manifiesta en cinco formas diferentes. De nuevo la pedagogía, insisto, no entendida solo como saber del maestro sobre la enseñanza, está amenazada en varios frentes. Permítanme presentar el elenco de los personajes de esta tragedia devenida comedia: 1) la Misión de Sabios y sus diagnósticos sobre la formación de maestros y maestras; 2) los informes de la Universidad Javeriana sobre el origen socioeconómico de estos; 3) las críticas a los malos resultados de los maestros en formación en las pruebas SaberPro; 4) las críticas a la escasa incidencia de las maestrías en el mejoramiento de la calidad de la educación y 5) el proyecto de ley para regular el homeschooling o educación en casa. Estos son los nuevos rostros del viejo enemigo. Estas son las nuevas manifestaciones de un viejo enemigo centenario ya: la perspectiva técnicoinstrumental de la educación y de la educación escolar, especialmente.
A mediados de los años 70, la tendencia técnica del curriculum (que hay otras, debo decir) determinó la legislación educativa del país. Todo el sistema educativo se orientó hacia un diseño instruccional centrado en la eficacia y la eficiencia. Los objetivos y su cumplimiento se convirtieron en el único eje de desarrollo curricular y el bachillerato académico debió replantearse como educación terminal centrada en educación para el trabajo. Ya antes, como aclara el trabajo investigativo de la desaparecida profesora Sandra Milena Herrera, los principios del curriculum técnico habían sido introducidos en las recomendaciones de la última misión pedagógica alemana. En todo caso, en términos legislativos, los criterios tecnoeficientistas entraron al sistema educativo y los maestros y maestras terminaron convertidos en operarios de un curriculum diseñado por expertos. Estos expertos se ufanaban de diseñar el curriculum “a prueba de maestros”.
En un escenario como el anteriormente descrito, es evidente que maestros y maestras quedan inmediatamente reducidos a una mera función instrumental dentro del currículum y se les niega cualquier posibilidad de intervenir en su diseño, gestión y evaluación. Hemos de decir, además, que el escenario antes descrito se convirtió en el marco para la aparición de diversos grupos de investigación en educación y pedagogía en el país. La reducción del maestro a un simple operario del currículum trajo consigo un denodado esfuerzo por demostrar que el maestro tiene un saber, el saber pedagógico, que no puede ser desconocido. Quizá, por ello, sea por completo comprensible que quienes iniciaron con el desarrollo de la investigación en pedagogía en Colombia hayan tomado este principio como el único de lo que podría llamarse pedagogía. Por eso, no es de extrañar, tampoco, que la defensa del maestro sea la concreción de las reivindicaciones del movimiento pedagógico el cual aúna derechos sindicales y de saber. Es así como nació la idea, hoy necesaria de ampliar, de que las perspectivas técnicoinstrumentales del currículum atentan siempre contra la dignidad del maestro. Sin embargo, debo insistir, 40 años después lo que está en juego no es sólo esto.
Los nuevos ataques del viejo enemigo no pueden interpretarse, de nuevo, como un ataque a la dignidad del oficio del maestro. Un recurso que se agota en su propia debilidad. Esta vez no se trata de salvarnos del peligro de no distinguir al maestro de otros enseñantes. Ahora el peligro es el desconocimiento de la investigación que durante 40 años las facultades de educación o ciencias de la educación, los institutos de pedagogía y las organizaciones de maestros y maestras han producido. Lo que está en riesgo es la obliteración de los desarrollos conceptuales y problemáticos que han constituido el campo disciplinar y profesional de la pedagogía en Colombia, para bien o para mal. El peligro, ahora real, es que la política pública en educación se hace y se hará de espaldas a la producción investigativa en educación y formación, o, en el peor de los casos, la vergonzosa actitud de unilateralizar todo el campo (y sus recursos financieros) emprendida por un sector que todo lo reduce a la infancia y la adolescencia, un sector para quienes el desarrollo humano, y no la educación y la formación, es el problema único de la formación de maestros y maestras. El peligro real es que, por fin, los discursos economicistas y tecnoeficientistas sean el único recurso para malpensar la educación y la formación, dentro o fuera de la escuela. El peligro real es que triunfe la mísera postura de no volver a deliberar democráticamente sobre los fines de la educación.
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