Viendo crecer al tiempo,
a los átomos que se
disgregan convertirse
en algo nuevo.
Asisto a la última función
de la humanidad.
Tony Vaccaro,
el descaro ya no
tiene reparos.
Zora, avizoró los
escombros,
un saxofón sonoro,
la caída al fondo.
De borondo por el barrio,
bien calzado,
fumando fazzo,
con una agria en la mano.
Magnánimo después de unos
pipazos,
esquivo los latazos,
compro prendas a
contado.
No tengo contratos,
llevo desde hace mucho
los mismos zapatos,
un espasmos en mis
pulmones explicado
en garabatos.
Rimas, pleonasmos,
esos atardeceres
se quedaron en mis labios.
Sin necesidad de astrolabio,
sé a donde viaja mi barco,
marasmo por el asco.
Matar la taquicardia,
camuflados en un banco,
aun tiemblan mis manos
de los pases que puse
como Baggio.
Era el genio del
mediocampo,
repartiendo coca
a los muchachos.
Míralos, se han arreglado,
ahora portan al
cuello problemas
que no han pagado.
No soy dueño ni de lo
que llevo en los bolsillos,
a veces mis demonios se
enojan conmigo.
No me dirigen la palabra,
no prestan lumbre o abrigo.
El jardín de los delirios
me siento dueño de mi
mismo.
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