A Simón Muñoz, en su
cumpleaños, joven que con
miles construyen país
del tamaño de sus sueños.
I.
A un mes largo de cumplir los 11 años de vida, camino a la escuela, anexa a la factoría de Coltejer, donde cursaba cuarto de primaria, escuché al voceador del periódico izando como bandera la noticia del día, que hasta hoy retumba en mi memoria: “Página negra en América Latina: golpe de estado contra el presidente Salvador Allende”.
En el recreo de la mitad de la mañana me dirigí a la biblioteca de la escuela, que ahora es sede de la Universidad de Envigado, tomé un ejemplar del periódico que me produjo espanto al ver la Casa de la Moneda en llamas, sede de la presidencia, misma que visité en febrero de 2014.
Sobre las 11 del día, la totalidad de maestros (Por su ejemplo, hoy como educador popular, les emulo desde las aulas universitarias), reunían a los estudiantes en el patio, para compartir el espacio de formación cívica escolar que se realizaba cada semana. Para inicio de la jornada, el director de la escuela, desde el altavoz, invitaba para que un estudiante tomara la palabra y expusiera el acontecimiento que considerara importante discutir. Levanté la mano pidiendo el uso de la palabra, me invitaron al tomar el micrófono, subí al segundo piso, abrí el periódico y leí la noticia del asesinato de Allende.
Al bajar al patio para estar con mis compañeros, la profesora de sociales, dispuesta a dar contexto al acontecimiento, solo un momento después interrumpió su intervención porque la voz se le quebró simulando el ruido que produce el coco al caer sobre un techo de lata. El silencio de la maestra se extendió a la toda la comunidad educativa; el altavoz se quedó sin usante durante largo rato, hasta que el profe de educación física, tras limpiar sus lentes empapados por una lacónica brisa que seguro nació de sus ojos, con una voz afligida como si le hubiesen apuñaleado la esperanza, nos invitó para que en cada salón de clase conversáramos sobre lo que había sucedido en Chile, el 11 de septiembre de 1973. Inconscientemente, por primera vez, fuimos a nuestras aulas, sin hacerlo en filas marciales que ordenaban tomar la distancia con nuestra mano derecha sobre el hombro del compañero de adelante: íbamos a nuestro aire, como he intentado marchar durante los últimos 47 años.
Tiempo después, solía esculcar los libros de mis hermanos, intentado saber que enseñaban en la universidad; uno me llamó especialmente la atención porque era gordo como una biblia y estaba forrado en papel periódico, escondiendo su contenido. Al abrirlo descubrí su título: “Discursos de Salvador Allende”.
El libro me capturó; un imán me atrajo hasta siempre. Empecé leyendo su último discurso, enunciado en medio del apocalipsis del derrocamiento como presidente de la Unidad Popular de Chile, y que hoy, en la jornada democrática en que los chilenos abrumadoramente deshacen la constitución del golpista Augusto Pinochet, se erige profético:
“Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.” (Salvador Allende, 11 de septiembre de 1973, momentos antes de morir derrocado por el fascismo)
Comentar