Los últimos días del 2017, la muerte de un joven a manos de su (ex) pareja en la ciudad argentina de Gualeguaychú, dio pie para una serie de debates mediáticos sobre la legitimidad de la visibilización de la violencia de género. No es novedad, así como los movimientos feministas ganan notoriedad, generan descalificaciones varias, que condensamos en adjetivos tales como ¨Feminazi¨.
El tratamiento mediático de este hecho, no deja de sorprenderme. No solo se usa para deslegitimar los reclamos masivos contra los femicidios. «Si la victima fuera una mujer, ya estarían marchando», lejos está de cuestionarse o problematizar las situaciones que se dilucidan en el caso. Además de la naturalización de un vínculo tormentoso, que parece caracterizar la relación que desencadenó la muerte de Fernando Pastorizzo. El acceso a un arma de fuego –reglamentaria- que tuvo Nahir Galarza, no merece una línea en la profusa difusión del caso. Eso sí, los medios nacionales –e internacionales – se regodean en exhibir las fotos obtenidas de las redes sociales, fragmentos del diario íntimo, filtraciones de todo tipo: qué come Nahir, qué dice, que no dice…
El caso se está investigando, pero el tribunal mediático ya emitió su veredicto: Nahir Galarza es culpable… La prensa está inundada de sus imágenes.
Mientras tanto, otras mujeres y niñas siguen muriendo y son cuestionadas por los mismos medios que eligen no mostrar la cara de sus presuntos asesinos.
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Por supuesto que las diversas interpretaciones y especulaciones que generan, este y otros casos de los antes llamados «crímenes pasionales», deben ser tema de discusión y debate públicos, no solo en los medios sino en la sociedad en su conjunto. Pero hay un punto que merece atención, y es el tratamiento mediático. En una breve búsqueda en uno de los diarios más prestigiosos de Colombia, El Espectador, aparecen casi a diario desde hace dos semanas, notas sobre el caso Galarza – Pastorizzo repitiendo lugares comunes, clichés y estereotipos que solo contribuyen al morbo. Cuanta falta hace una editora de género en nuestra prensa latinoamericana. Ojalá nuestros diarios sigan el ejemplo del NYT.