El único responsable de la crisis humanitaria y de la fractura institucional con un ejecutivo bicéfalo que padece Venezuela es Nicolás Maduro. El mundo ha cambiado y los despotismos ya no se viven a puerta cerrada bajo el principio de autodeterminación de los pueblos. En el mundo moderno, desde westfalia hasta el fascismo, cada sociedad se las veía a solas con su verdugo. Pero en el mundo contemporáneo, la legitimidad internacional es decisiva para definir el alcance y el contenido de un régimen político. El coronel Hugo Chávez Frías instaló en Venezuela un remolino sin retorno. Cambió las cosas de sitio. Reestructuró la agenda pública y le arrebató el petróleo a una élite que jamás mostró interés en jalonar un proyecto político en favor de la decencia. A cambio, se conformó con perpetuar las condiciones propias de un platanal tropical con sus peloteros al sol, reinas universales de belleza y novelones inútiles para reproducir en tevecaracas. A Chávez ha de reconocérsele valor para mover una placa tectónica. La misma que está a punto de aplastar a Maduro. Un sucesor incapaz de sostener un modelo, en sí mismo, insostenible. La gran diferencia entre Chávez y Maduro es la inmediatez con la que Maduro echó al traste todo el proyecto. Lo desbarató adentro y afuera. Adentro generó una crisis humanitaria. Y afuera, perdió la legitimidad. Aunque todo parezca estar en contra de Maduro, pues en este lado del mundo pocas cosas se resisten a la voluntad de Estados Unidos, el salvavidas de Maduro, curiosamente está en el propio Guaidó. Un líder salido de la nada. Venido a más no por estrategia sino por carambola. Guiadó tiene todo lo necesario para acabar con Maduro y su régimen; pero a cambio tiene que pagar un precio muy alto: convocar a elecciones sin aspirar al poder. Liderar la presión y ganar adeptos a la causa de un cambio de régimen y diferenciar muy bien que lo importante no está en engrandecerse sino en defenestrar a Maduro. Es por ello que Guaidó debe entender que su grandeza es transitoria y minúscula no para que él gobierne sino para interrumpir el ejercicio de poder de un gobernante indeseado. De no entender su papel y arrebatarse para sí el protagonismo, podrá ocurrir que Maduro ya no gobierne pero seguiremos viviendo una política latinoamericana sin verdadera democracia y una Venezuela sin verdadera transición.
John Fernando Restrepo Tamayo
Enero 30 de 2019