El debate político nacional se ha vuelto un soliloquio de insultos y agresiones de todos contra todos, se ha vuelto un concierto esquizofrénico, un sembradío y cosecha de agravios que pululan a diario por las redes sociales irrespetando a la misma sociedad. Sociedad que pareciere no importarle y cae en ese juego maniqueo prestándose para ser multiplicadora de cada adefesio que cualquier enardecido fan o que un mismo candidato pública.
Son de tal raigambre los vituperios, que lo que antes eran unos límites infranqueables ya se franquean con la misma rapidez de la inmediatez de las redes (no ha terminado el político de hablar y ahí mismo aparece lo que dijo en redes, con su respectiva y amañada interpretación); ni las madres se salvan y lo que antes producía escozor mencionar hoy por hoy se menciona con tal de ganar adeptos, votos o generar polémica.
El “santoral” de los insultos se recorre a diario en el internet como en la plaza pública; desde la marca de los zapatos, pasando por la sacra cerveza y terminando por la forma en que enseñan los maestros ha sido blanco del señalamiento inquisidor. Nada ha quedado sin revolcar, el cuarto de San Alejo se quedó sin tiestos pues todos fueron sacados a relucir por qué importa más derrotar al contradictor en número de insultos, en gleba que los apoya, que con ideas y propuestas.
Este bendito pueblo, miope y torpe en época de votos, goza con este zaperoco; creen divertirse al ver a unos y a otros mentarse la madre y no entienden que las víctimas de ese cruce de palabras no serán los que insultan sino quienes los ven insultar. Los insultantes e insultados arreglarán sus oprobios con alguna que otra componenda o en algún club social y quienes los vieron insultarse la remediaran con sangre… ¿O es que así no ha sido siempre en Colombia? Que no se nos olvide la violencia partidista de la década de los cincuenta del siglo XX.
Que bien le haría al país una Urbanidad de Carreño para políticos, un pequeño manual de comportamiento político, en donde se enseñe entre otras cosas que la agresión y el insulto encienden hogueras o atizan a las vivas. Un manualito en donde se enseñe que en la política se debe ser daltónico, que los colores son solo enseñas para identificar o trapos para bolear, pero no motivos para dividir, agredir o hasta morir; un manualito en donde se decante lo político de lo personal, en donde se enseñe que lo público es público y lo privado es privado y que lo uno no se puede combinar o en antioqueño y para que no duela mucho (como dice el águila descalza): No le roben al pueblo para llenar sus bolsillos.
Que bien le haría a este país publicar este manual de urbanidad de Carreño para políticos y haber si lo leen y lo aplican para evitar seguir siendo testigos de esta pelea tan sucia de palabras que colabora con el extremismo que se vive. No viví en esa época, pero si escuche a muchos que la vivieron que tanto cruce de palabras recuerda la década de los cincuenta del siglo XX cuando diciendo menos (por que no había redes sociales) se gestó una violencia que apenas (bien o mal) se medio atajó, pero que parece que nunca quieren que concluya.
NOTA: Propongo que en ese compendio de Carrero para políticos debería haber una dedicatoria que dijese: Políticos: Cuando el sabio señala lo hermosa que está la luna, ustedes solo se quedan viendo el dedo que la señala.