No será sino cuando todos entendamos que los polos opuestos que se presentan en el escenario colombiano propenden por el mayor bien para el país, la verdadera paz se podrá construir.
Está columna la llevaba meditando bastante tiempo. Creo que, si bien es muy valioso el hecho de que a raíz de esta coyuntura las reflexiones de la sociedad se hayan volcado sobre lo fundamental, hay ocasiones en las que el mundo y las circunstancias nos dan espacios para pensar los temas que han quedado inconclusos en la agenda social; como si se tratara de retomar una conversación de cafetería que no se pudo terminar.
La semana anterior a esta publicación, se conmemoró el aniversario del homicidio de Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri, que a pesar de no haber sido consciente de lo que representaban para la región cuando coincidimos en vida, por los comentarios de mis padres puedo inferir lo importante que fueron para el Departamento y para la nación.
Pues bien, con ocasión de ello, el canal regional Teleantioquia transmitió en la noche una crónica (grabada hace 7 años aproximadamente) sobre los sucesos que desencadenaron en la muerte de ambos dirigentes antioqueños. Y, el hecho de ver reflejado allí los desgastes y los sufrimientos que deja consigo el conflicto interno, contrastado con la perspectiva de los pensamientos de mi padre, me hizo reflexionar acerca de la necesidad de un Gobierno Nacional que encauce sus esfuerzos por la reconciliación de los colombianos.
Más que la paz, creo que el verdadero objetivo al que debemos apuntar como sociedad es hacia la reconciliación de esos lazos rotos que llevan siglos sin remendar, y que nos han hecho creer que, de alguna forma, somos adversarios en una batalla llamada “Colombia”.
No será sino cuando todos entendamos que los polos opuestos que se presentan en el escenario colombiano propenden por el mayor bien para el país, la verdadera paz se podrá construir.
No con ello me estoy afirmando en el proceso de La Habana. De hecho, siento que el primer paso debe ser reevaluar ciertos puntos de ese acuerdo; claro que ello se encuentra condicionado por múltiples factores, como lo sería su efectividad jurídica en el ordenamiento interno e incluso su procedencia, vista desde las relaciones diplomáticas del Estado, y ni hablar de la incidencia que ello traería para la economía patria y la política interna.
Por ahora, rescato algunas ideas a nivel personal y a nivel estatal que nos sirvan a este propósito:
A nivel personal:
- Tolerar al que piensa distinto. Suena cliché, pero es el primer presupuesto de una sociedad civilizada y democrática.
- Empatizar con el otro que no ha tenido la suerte que yo sí tuve. Es el primer paso para la reconciliación nacional.
- Los rencores arraigados son los más peligrosos, no nos dejan progresar.
A nivel estatal:
- Descentralizar verdaderamente las instituciones del Estado. Uno de los grandes focos del conflicto siempre ha sido la pugna del centro con las provincias, por lo que llevar las instituciones de poder políticas, jurídicas y económicas a donde jamás han llegado es fundamental para la reconciliación nacional.
- Fortalecer y fomentar la iniciativa privada en el campo colombiano para aminorar la brecha socio-económica con las ciudades, siendo los habitantes del primero los verdaderos protagonistas de la historia. Es el segundo problema a resolver: cómo lograr que el campo de la periferia patria se sienta incluido en la agenda colombiana.
- Escuchar, interiorizar y analizar los reclamos de los sectores políticos que no se encuentran en el poder. De esta forma quienes integran las instituciones pueden dialogar para llegar a consensos sobre lo fundamental (al mejor estilo de Álvaro Gómez Hurtado)
Todos estos temas en alguna ocasión los volveré a tocar, por ahora ahí los dejo, en el tintero, para que quien me lea pueda en torno a ellos reflexionar.