Universidad y la degradación del conocimiento como producto de consumo

El tiempo en el que la universidad era un refugio de libre pensamiento, promoción de la educación y reflexión ha pasado, sus aulas se han convertido en cubículos análogos a las grandes fábricas y sus egresados, productos en serie dotados de las herramientas más básicas para la inserción en un sistema social y económico estructurado para la supresión misma del conocimiento.


El tiempo en el que la universidad era un refugio de libre pensamiento, promoción de la educación y reflexión ha pasado, sus aulas se han convertido en cubículos análogos a las grandes fábricas y sus egresados, productos en serie dotados de las herramientas más básicas para la inserción en un sistema social y económico estructurado para la supresión misma del conocimiento.

Es evidente la influencia que la sociedad hiperacelerada de consumo ha tenido sobre las universidades, a pesar de que el conocimiento como producto del mercado sea esperable únicamente en los centros de educación superior privados, poco más se encuentra en las instituciones de carácter público, los pensum académicos se estructuran bajo la idea de producción, de valor laboral, y sus sistemas de evaluación se adhieren más a la idea de rendimiento productivo que a la de aprendizaje concreto.

Contrario a lo esperable, la universidad se ha convertido en un eslabón más de la cadena de producción capitalista del sujeto y su paso dentro de ella, más que generar individuos conscientes, críticos, reflexivos y transformadores, ha impreso en serie personas que, como sujetos alienados a la sociedad competitiva y de autoexplotación, se pavonean con sus cartones entre quienes, por la falta de oportunidad propia de nuestra estructura excluyente, no han podido estar en una silla por 5 años esperando ser por fin mano de obra cualificada.

Se introduce en la mente de muchos estudiantes las mismas ideas que la sociedad nos vende sobre la utilidad del conocimiento, un conocimiento que se ve rendido a los pies de un sistema que lo mide según los beneficios que pueda obtener de este para promover aún más una sociedad que hace que el gran hermano de Orwell parezca un cuento de hadas, se elimina el valor de conocimiento por el hecho de conocer y se busca siempre que el graduado tenga claro el cómo usar lo que sabe para producir.

Esto no solo se evidencia en las capacidades y formas de pensar adquiridas por los graduandos, la degradación social de la cual la universidad debería verse exenta,se percibe claramente en los directivos y profesores, quienes también se han visto absorbidos por la dinámica del consumo, la competitividad, la autoexplotación, la aceleración y el positivismo asfixiante de nuestra época, basta ver las mecánicas de elección del profesorado o de los directivos para llevarse una idea clara sobre el cómo la alienación de nuestro sistema social ha degradado incluso a quienes deberían empuñar la antorcha del conocimiento.

¿Cómo se evidencia esto? Pensemos solo en cómo se desarrolla la elección de los maestros y directivos, dicha elección no recae en la capacidad pedagógica que tenga el individuo para transmitir el conocimiento, para promover la duda, la crítica, la reflexión o la autoobservación, sino en la cantidad de títulos y “papers” que haya publicado, como si este fuese un criterio diciente sobre su capacidad de enseñanza y la profundidad de su conocimiento.

Así, los propios dirigentes de las universidades y sus planteles educativos se lanzan en picada a una carrera de las ratas académica, donde los puestos se obtienen según la cantidad de investigaciones que puedas pagar o al menos en las que escriban tu nombre por cualquier razón, de otro modo, debes dedicarte a escribir textos interminables sobre temas irrelevantes solo para engrosar tu lista de artículos que al final van a parar a bibliotecas digitales infinitas y estanterías olvidadas solo para escalar en la falsa pirámide de la capacidad académica.

Se convierte pues el conocimiento y la investigación en un producto de consumo desenfrenado, como quien acumula posesiones materiales, el académico acumula publicaciones, engrosando no solo el “valor” de su currículo, sino también su propio ego.

De este modo se engrana un sistema perfecto para los grandes capitales, quienes anulan de esta manera las únicas facciones de la sociedad de las cuales se podría esperar una protesta, una duda, una crítica, creando falsas divisiones entre obreros y obreros cualificados, poniendo a sus mejores mentes a competir entre sí por ver quien produce más “conocimiento”, quien sube más en la pirámide, acumulando investigaciones, acumulando títulos, acumulando “distinciones”, mientras se termina de configurar una sociedad “perfecta” en la que unos pocos tienen el control de todo cuanto nos rodea, ahora de lo que aprendemos y dentro de muy poco, de lo que pensamos.



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Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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