Una sugerencia para leer el Quijote

¿Cómo y para qué leer el Quijote? Es la pregunta que constante y permanentemente se hace a través de los tiempos y los diferentes lugares donde trasegamos con el libro inmortal bajo el brazo, en las manos o en el alma, donde permanentemente está.

Quizá la demora en el desarrollo de la tarea impuesta, obedece a la complejidad misma que ella conlleva; en mi cerebro la dubitación se pasea día tras día, entre un postulado y otro, entre una idea y otra, entre un concepto y otro, me debatía en pensar que quizá lo más importante era decir para qué leer El Quijote, pues su respuesta tendría una concatenación más realista, más ecuánime tal vez con nuestra contemporaneidad, posibilitando a la vez una manera de actualidad presente en el mensaje que la obra inmortal cervantina contiene en sí misma: el concepto de humanidad en el trasegar humano en toda su dimensionalidad, entendiendo que somos algo Quijotes y algo Sanchos, que nos paseamos entre lo  implacable de nuestra realidad, así como entre el mundo supuesto, metafísico, a veces utópico de la idealidad, bien acertaba en decir nuestro insigne y más grande proscrito, Don Juan Montadlo: “El que no tiene algo de don Quijote, lo vuelvo a decir, no merece ni el cariño ni el aprecio de sus semejantes», y para tener algo de ellos se hace necesario entonces conocerlos.

Eso lo ha entendido la humanidad, de ahí la permanencia actuante siempre de Don Quijote a través de los tiempos y de los espacios, de ahí la multiplicidad de estudios que de él se hacen, la pléyade de especialistas quijotistas que responden a las necesidades de cada uno de esos tiempos y lugares, pudiendo afirmarle al mismo Cervantes que sí, frente a su requerimiento con las primeras palabras con que se abre el prólogo de la obra en mención: “Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”, hoy realidad verificada por los hombres en todos los siglos y lugares.

Después, asaltó en mí la complejidad de tratar de explicarme a mí mismo qué es una herramienta pedagógica; la primera palabra, me suena tan instrumental, tan alejada del mundo mismo en que se desenvuelve la obra, que me estremece, sobre todo en una época como la nuestra en donde el hombre, convertido en el homo informaticus, ha dejado de ser sujeto, individuo, para convertirse en objeto, no sólo de todas las disciplinas y los conocimientos -lo que en sí mismo lleva aparejada la búsqueda integral de lo que es el hombre en una supuesta totalidad-, sino, y por sobre todo, del mercado, de la economía; la palabra herramienta tiene la connotación de instrumento, generalmente para desempeñar un trabajo manual, y el diccionario también la define como parte del cuerpo que desempeña una función activa en la ejecución de un trabajo, por lo que tiene el sentido puramente material de un trabajo, aquí no se habla de un ejercicio mental de abstracción, de contemplación de posibilidades de crear conceptos e ideas, sino que es un ejercicio puramente mecánico, de ahí que de paso, y para la pretensión buscada aquí, el término ha de ser desechado.

Respecto al término pedagogía, debo esculcar en mis recuerdos las clases de griego y descomponer el término: Paidagogia (παιδαγωγία), palabra compuesta de dos vocablos, el primero paidós (παιδός) que traduce niño, y de ágo (άγω) que traduce conducir, por lo que literalmente el término se traduce como arte de conducir o educar a los niños, y realmente el término conducir, puede tener también una connotación negativa, en el sentido de guiar, de gobernar y regir, cuando lo que realmente se quiere en el estudiante es crear una conciencia de libertad en sus propias aspiraciones y concreciones de conocimientos, generalmente decimos los profesores que somos guías, para explicitar nuestro carácter de acompañamiento, pero lo que queda en el entramado del significado del término es la amañada búsqueda de dirigir hacia donde nosotros queremos que vayan,  por lo que el concepto de libertad realmente termina difuminado, obnubilado por las pretensiones de ese alguien que se convierte en luz enceguecedora para el alcance real de la libertad de quienes se pretende guiar; el conducir, es amarrar, trazar el camino y llevar, cuando lo que la educación debe propender es porque el alumno sea capaz de hacer el camino, no el de seguir el ya trazado, de ahí los resultados horrorosos en los colegios por la falta de creatividad, de originalidad, de singularidad, para con ello finalmente escapar de ese ser objetos, y nuevamente lograr el rescate de la individualidad, de la personalidad.

De lo expuesto, queda entonces claro que tampoco para explicar cómo leer a Don Quijote se deber recurrir a los postulados de brindar una herramienta pedagógica, como algo mágico que nos de las pautas para hacerlo; como si existiera la posibilidad de crear una máquina para descifrar todo su entramado, para reconocer los caracteres que Cervantes mágicamente creó, para entender las circunstancias que el autor emplea para exponer a su España del siglo XVII, y entender a la vez cómo la obra traspasó las fronteras ibéricas y se vuelve una obra del patrimonio universal, que superó los tiempos y es una obra permanentemente actual. Esa máquina, esa herramienta, que sería una especie de monstruoso Leviatán, no existe ni podrá existir jamás, aun a pesar de los mencionados homos informaticus, quienes pretenden haber llegado a la cúspide del saber humano, y desde donde suponen, existe la posibilidad de saberlo todo, de poseerlo todo, de conocerlo todo.

De ahí también la grandeza de Cervantes con su Quijote, porque inaugura, en primer lugar, el género moderno de novela, rompiendo con una tradición casi milenaria de hacer literatura, donde las referencias eran Grecia y Roma; en una búsqueda de libertad no tenida, ni física, ni social, ni económica, Cervantes recrea en su obra libertad en el estilo y en la forma; pero va aún más allá, porque sus personajes son la antesala del reconocimiento de unos seres dotados de una psiquis, es decir de un algo más allá de lo aparente, de algo que muchos siglos después ahondara Freud en su psicoanálisis; es la libertad en el atisbo de la locura del personaje principal, en la sandez y practicidad de Sancho; es la libertad hasta en la forma como se editó, pues aparentemente hay errores de continuidad en la novela, por ejemplo cuando el rucio de Sancho es robado y aparece unos capítulos más adelante, sin que Cervantes diga cómo se recuperó, y como cada época tiene su lectura, podemos decir que es la virtualidad de la realidad supuesta con la que también juega el autor; en este siglo XXI, donde la realidad tiene manifestaciones que parecieran verdaderas, pero que son fruto de la técnica misma, o de una necesidad de recrear lo aparente en lo real, de ahí el auge en nuestros medios de comunicación de los llamados reality shows, por ello la pérdida y la recuperación del Rucio diríamos hoy, obedecen a una suposición real, contrario a otras épocas, donde desde el arte lo real era supuesto. La manifestación más grande de esto, se da al inicio de la obra: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, es decir que ni siquiera se conoce el lugar donde se inicia la novela, es supuesto, no hay una realidad concreta, como tampoco lo hay frente al autor real de la narración, pues Cervantes dice que lo que hace es recoger lo escrito por un árabe, Cide Hamete Benengeli, igual sucede con las aventuras de don Quijote, donde no hay acuerdo acerca de cuál fue el orden de sus salidas. Obviamente, todo esto, en un juego de la realidad operante, que perfila aún más la grandeza de Cervantes.

De ahí, estimo, la importancia que debe existir en todo lector, de conocer al autor de la obra que se lee, ya que, aunque no necesariamente, su vida da pautas de interpretación de la obra, si puede perfilar el sentir de la trama, de algunos personajes, de descripciones, de detalles, no en vano hay quienes se atreven a decir que los libros son biografías de sus autores, algo habrá de verdad en ello; y en segundo lugar, la importancia de ubicar el tiempo y el lugar en que fue escrita o en que se narra, pues también es cierto que se parte de realidades concretas, así sea en obras de ficción, en donde se exponen las experiencias pertenecientes a los sentimientos, quereres o verdades imperantes en esos tiempos y lugares. En nuestro caso, saber que Miguel de Cervantes Saavedra era hijo de España, que en el siglo XVII iniciaba la decadencia de su imperio, que la obra se empezó a escribir en una cárcel, etc., etc. Sin embargo, y ateniéndome a lo antes dicho, tampoco este es un requerimiento esencial para su comprensión y entendimiento, sólo la traigo a colación como una experiencia muy particular personal, y que en cierto grado me permite comprender ciertas pautas o características en las que he querido profundizar. El Quijote es libro para todo lector, no libro de especialistas, en él podemos encontrar todo lo que queremos buscar. Esa es quizá su mayor grandeza, el grado de libertad que el lector encuentra para sacar conclusiones.

¿Por qué tanta reiteración, en este corto escrito, acerca de la libertad? Porque es precisamente lo que ha faltado en la lectura del Quijote. Al estudiante, especialmente al de bachillerato, se le impone como texto de lectura obligada, por ser supuestamente un modelo de gramática, olvidando la connotación humanística, alejada de los formalismos, que el libro en sí mismo contiene, pasando de los razonamientos más enjundiosos, a las sandeces más extremas; de los refinamientos puros del lenguaje, hasta los equívocos más extraños; de las deliberaciones serias y profundas, a la ironía y simplicidad manifiestas en su abundante humor.

Al Quijote hay que leerlo porque se quiere, no porque se obliga; porque hay que encontrar en él un acápite importante de lo que es el hombre, no la respuesta a las dudas del profesor, porque lo que se busca es recreo antes que sabiduría -aunque estoy seguro que ésta llega, soterradamente, escondida en ese entramado maravilloso que llama a no querer dejar el libro-, la ganancia cada cual la encontrará, no en el superado o en el excelente de la nota en literatura o español, sino en la experiencia de haber sido participes en la aventura de Quijote y Sancho, síntesis de mucho de lo que fuimos, somos y seremos. La lectura del libro, debe ser como el de esas salidas de don Quijote, sin saber a dónde se va, sin conocer el destino, reconociendo a veces lo errabundo del camino, el sinsentido del mundo, con el ánimo de dotarlo de sentido, de nuestro sentido, de lo que queremos y esperamos que sea para nosotros. Lo importante en la lectura de don Quijote, es que no hay camino, no hay sendero, contrario a lo dicho siempre, aquí ni siquiera el camino es importante, ni mucho menos guía, hay que emprender la aventura. A esa trashumancia es a la que quiero invitarlos.

J. Mauricio Chaves-Bustos

Escritor de cuento, ensayo y poesía. Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz. Columnista en varios medios escritos y virtuales.

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