“Ya el tiempo se encargará de decir si es fallida o no, ya el tiempo se encargará de contarnos la historia”.
Seamos realistas, pidamos lo imposible
Herbert Marcuse
Me aliento a creer que lo sucedido en el país durante el último mes es más que un paro, más que indignación popular, más que una revuelta social; lo que ocurre en Colombia es una revolución cultural, una revolución total. Ya el tiempo se encargará de decir si es fallida o no, ya el tiempo se encargará de contarnos la historia. Mientas el mayo francés del 68 fue detonado por la sublevación sexual de jóvenes universitarios, el mayo criollo estalló por un cúmulo de inconformidades sociales y económicas; sin embargo, en ambas revueltas esas dos situaciones solo exhibieron el preludio de un conflicto mayor, la cola del verdadero problema: una aguda crisis generacional.
Esta irrupción en la cultura presupone cambios sustanciales en las dinámicas sociales existentes; algunas de esos cambios ya se están viendo, otros más tendrán su aparición a mediano y largo plazo. Tal vez no alcance a ser la gran utopía, pero si servirá para repensar y modificar muchas de las cosas que venimos haciendo mal. La iracunda anarquía juvenil representa una recia posición política de aquellos que hasta hace poco daban la espalda al acontecer nacional. El sentido apoyo a la oleada de manifestaciones por parte de un alto número de colombianos legitima aún más esta revolución; la incursión de amplios sectores sociales y productivos y la priorización de una agenda pública que ponga a los jóvenes en línea de protagonismo dan un fuerte espaldarazo a lo que me aliento a creer.
Pienso en pequeños actos colectivos precursores de esta naciente revolución cultural que se han ido expandiendo como una flama incontenible: la aguerrida lucha social de sectores marginados para contener decisiones políticas que terminaban de hundir a una clase media ya empobrecida; el decidido amparo moral a los pueblos originarios que se rehusan a seguir siendo invisibilizados; el progresivo apoyo al campesinado y a la informalidad, arengando por el rescate directo de estas economías, arrastrando parte de los consumidores hacía los pequeños productores y hacía el vendedor minoritario; los atajos al desarrollo de inoportunos eventos deportivos; el rechazo colérico a figuras públicas que se han negado a amplificar con su voz esa brumosa agitación civil y la exaltación de aquellos que gravitan en la reivindicación popular, que se atreven a pregonar sobre gargantas metálicas y multiplicadores visuales las justicias de la manifestación social.
Puede ser que este cándido sentir deductivo, este aliento militante, se vea frustrado por un cenizal de acontecimientos inermes que no alcancen ni para un cambio político; puede ser que como dicen las músicas de Ismael Serrano no encontremos arena de playa bajo los adoquines. Quiero pensar que los estudiantes franceses que coparon la Sorbona y descosieron París a punta de barricadas vendieron cara la derrota; quiero creer que junto a este aluvión de efervescentes inconformes podremos darle un timonazo al devenir histórico de esta sufrida nación.
Comentar