Una revolución fracasada

2024 fue un año difícil para el gobierno. Muy difícil. Sus proyectos bandera naufragaron en el ciclo legislativo. Se puso en evidencia su incapacidad para terciar las fuerzas adversas que le han resistido desde siempre. Y él les ha ayudado. Es un aliado de lujo para la derecha, que espera con ansias una revancha en próximas contiendas electorales.

Petro tiene por partes iguales la máxima expresión de coherencia y de autosabotaje. Es coherente porque ha cumplido de presidente con sus promesas de candidato. En un país donde la educación, la salud y el acceso a los servicios públicos es un lujo, resulta necesario cuestionar la distribución de la riqueza. Es valiente pensar en los excluidos y marginados. La derecha, que se mofa de un tecnicismo inexistente, acusa de populista a quien piensa el poder en favor de la población vulnerable. Las reformas propuestas por el gobierno tienen vicios formales y materiales, pero apuntan en la dirección correcta, porque por principio de solidaridad, las partidas presupuestales deben reajustarse.

Petro ha cuestionado y ha pretendido corregir expresiones coloniales que aún se reproducen en buena parte de nuestras instituciones. Colombia tiene una deuda histórica con el asunto de la tierra. El problema es que quienes lo han asumido tienen sus manos manchadas de sangre. Petro ha aceptado la responsabilidad estatal en la necesaria corrección de las falencias que presenta el librecambismo. Ha dirigido los focos a lugares a los que el establecimiento históricamente ha tratado con indiferencia y desdén. Ha desmontado el discurso de guerra que la derecha utiliza a destajo para reproducir votos y sangre. Ha permitido que las universidades públicas sean un espacio de formación incluyente con el programa de matrícula cero. Creo que es un gobierno que tiene una agenda virtuosa y necesaria porque la consecución de la equidad exige reformas estructurales.

El gobierno de buenas intenciones ha tropezado con dos grandes frentes. El primero es la oposición política de huestes centro-democráticas y todo su legado. A Petro lo han satanizado desde el día uno de su gobierno. Ha sido asfixiado por una oposición visceral que le reclama su pasado guerrillero y sus pretensiones de imponer el modelo castro-chavista. El segundo frente es su vanidad, su ligereza administrativa y su propio entorno.

No tiene la competencia técnica que reclama trabajar con personas más capacitadas que el líder. Le repele un recurso humano cualificado. Su espíritu caudillista le exige rodearse de fusibles y lagartos. Le ha sido imposible legitimar un gobierno de cambio y transparencia. Sus ausencias injustificadas han rodeado su salud o sus adicciones a una calidad de secreto de Estado. Su excesivo uso de trinos ha llevado la gobernanza a un lugar incorrecto, donde inunda el odio, la ligereza, la vulgaridad, el fanatismo, lo inmediato. Ha cobijado de manera incondicional a los suyos en desmedro de la carrera diplomática. Su gabinete, cuestionado y ligero, es un dolor de cabeza. Su cuerpo legislativo es un hazmerreír. Sin libreto, sin banderas, sin horizonte. Ocupado atendiendo los descalabros de Palacio. Ha saboteado cualquier respeto posible a la institucionalidad y la voluntad popular en su posición tibia frente al asalto ocurrido en Miraflores.

Petro ha sido mezquino con su fórmula vicepresidencial. Ha tendido la mesa de la paz con unas condiciones complejas porque sabe que la comisión de delitos de lesa humanidad es incompatible con la transacción política. Ha trasegado la mitad del periodo presidencial haciendo de tripas corazones y sin avistar una fuerza política y ciudadana que pueda dar continuidad al proyecto de cambio. Sus derrotas institucionales anuncian una revolución fracasada. Sin legitimidad, sin recambio nominal y sin reelección presidencial posible, habrá un 2025 de inevitable transición.

John Fernando Restrepo Tamayo

Abogado y politólogo. Magíster en filosofía y Doctor en derecho.
Profesor de derecho constitucional en la Universidad del Valle.

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